Pronto y frente a nosotros, diversos productos de Inteligencia Artificial se están convirtiendo en basura digital y spam. Es tanta la cantidad de materiales que observamos a través de la televisión y las redes sociales [algunos con calidad y otros ejercicios sin sentido lógico] que en ocasiones no prestamos más atención a las cosas “fantásticas” que se nos presentan. Quizá en un periodo de 10 años, la tecnología transformativa de la IA perderá el impacto de estos momentos, pero por lo pronto debemos prestarle atención. Las elecciones de EE. UU. son un excelente caldo de cultivo que, semana a semana, nutre las mesas de análisis donde se discute el uso de la IA en la contienda. Hoy toca el turno a los actores convertidos en activistas que entran al debate como un medio probable de desinformación.
Apenas hace un par de días, Donald Trump se dejó ver con algunos luchadores de la WWE que le mostraban su apoyo incondicional, cosa que no agradó a un gran número de demócratas y seguidores de la lucha libre. Así pues, esto nos da pie para hablar del activismo de los actores en el ámbito político, el cual ha sido un tema recurrente y, en muchos casos, controvertido, sobre todo en Estados Unidos. Esta participación, aunque nacida de la intención de influir positivamente en el debate público, a menudo suscita dudas sobre el lugar que deben ocupar las celebridades en las decisiones políticas y cómo el fervor ideológico puede llegar a afectar su arte y credibilidad. Un análisis desde el punto de vista del recato y la moderación en la vida pública plantea preguntas importantes sobre la sobriedad que los personajes famosos deben mantener al participar en eventos políticos y si, al dejarse llevar por las corrientes ideológicas, en especial de la izquierda, comprometen su objetividad como creadores.
A lo largo de la historia de Hollywood, varios actores han sido figuras influyentes en el ámbito político. Ya desde la década de 1930, estrellas como Charlie Chaplin usaron su popularidad para abogar por causas sociales. En los años 60 y 70, figuras como Jane Fonda y Marlon Brando se convirtieron en voces prominentes contra la guerra de Vietnam y en defensa de los derechos civiles. Este tipo de activismo se cimentó en la creencia de que las figuras públicas tienen una plataforma que deben usar para el bien común.
No obstante, a medida que esta participación creció, también lo hizo la crítica, especialmente de aquellos que consideran que los actores, cuya formación no está necesariamente alineada con las complejidades de la política, pueden nublar el discurso racional y crítico con una sobreabundancia de emoción. En particular, el activismo de izquierda ha sido visto por algunos sectores como una fuerza que, si bien busca justicia social, puede distorsionar el debate debido a su tendencia a simplificar problemas complejos y polarizar a la audiencia. En México, por ejemplo, a lo largo del periodo de posicionamiento político como figura del expresidente Andrés Manuel López Obrador, un gran número de creadores se unieron a la causa de Morena por sentirse identificados con la izquierda y los ideales que de esta emanan. Muchos de ellos terminaron desilusionados por el ejercicio político del movimiento que defendieron, como el flautista Horacio Franco, figura que mostró su malestar por no recibir el mismo apoyo artístico el sexenio pasado, que durante el periodo “neoliberal”.
El arte, en su forma más pura, ha sido visto tradicionalmente como una expresión de la libertad individual, un espacio en el que el creador puede explorar los matices de la condición humana sin las restricciones de las ideologías políticas; sin embargo, cuando los actores abrazan causas políticas con fervor —sobre todo las asociadas con movimientos progresistas o de izquierda—, corren el riesgo de ser percibidos como figuras que sacrifican esa libertad creativa en aras de una agenda. Tenemos también el caso de Diego Luna y Gael García, quienes ahora son denostados por renegar de la agenda política mexicana que antes defendieron. Un actor que se ve abrumado por el fervor ideológico corre el riesgo de perder la capacidad de ver los matices y contradicciones que definen la vida política.
Un aspecto importante que debemos considerar es cómo la presión de adherirse a ciertos valores progresistas o de izquierda afecta la credibilidad y libertad de los artistas. Hollywood, en particular, ha sido criticado por promover un ambiente en el que las voces que se desvían de las expectativas ideológicas predominantes son marginalizadas. Muchos actores han expresado temor a ser “cancelados” si se apartan de ciertas narrativas dominantes, lo que pone en tela de juicio la verdadera libertad de expresión en la industria del entretenimiento. El caso de James Wood, abiertamente republicano, es uno de tantos contra figuras como George Clooney, defensor a ultranza del partido Demócrata y woke.
Apenas ayer, la iniciativa ciudadana de Estados Unidos www.represent.us lanzó una serie de videos protagonizados por actores como Michael Douglas, “Amy Schumer”, Chris Rock y Laura Dern, entre otros creadores reconocidos, que advierte de los peligros del uso de la Inteligencia Artificial durante las campañas electorales, y las mentiras por venir. Aquí, el tema es que la campaña, aunque verdadera, está protagonizada por actores sobre los cuales fue interpuesto el rostro y la voz de los actores antes mencionados con IA, para demostrar la facilidad con la que se puede engañar a la ciudadanía. Miles Taylor, el vocero de la iniciativa ciudadana, comenta que este proyecto se generó para que la sociedad estadounidense tenga la capacidad de discernir entre la realidad, la desinformación y la mentira de cara al proceso electoral. Actores como Jack Black, Orlando Bloom y Rachel McAdams, entre otros productores, directores de cine y líderes de opinión, han prestado sus rostros para este proyecto. Revisando la tendencia de la iniciativa que, dicho sea de paso, es interesante, partamos de la idea fácil de corroborar cómo históricamente las celebridades, por lo menos durante lo que va del milenio, son quienes han apoyado abiertamente al partido Demócrata bajo la bandera de la anticorrupción en las contiendas electorales.
Hoy más que nunca, la política y el espectáculo se entrelazan fuertemente en Estados Unidos. Tan solo el fin de semana, Donald Trump se puso a “vender hamburguesas” en un McDonald’s mientras que las redes sociales se incendiaban por un video donde aparecen Joe Biden y Barack Obama con voces sobrepuestas generadas por IA donde discuten la caída de Kamala Harris en la encuestas. Me impacta también ver a celebridades como Tom Hanks, Taylor Swift, “Amy Shumer”, Meryl Streep, entre tantos, defender una agenda política. El compromiso con causas sociales es necesario, pero cuando un artista se convierte en portavoz incondicional de una agenda política, corre el riesgo de perder la neutralidad y el espíritu crítico que caracteriza a los grandes creadores. En este sentido, el recato se convierte en una virtud esencial, no para silenciar al actor, sino para recordarle la importancia de mantener la distancia crítica necesaria para seguir siendo un observador agudo y un intérprete genuino de la realidad humana.
Los actores, como cualquier otro ciudadano, tienen el derecho de participar en el debate político, pero su verdadero poder radica en su habilidad para reflejar la diversidad de la experiencia humana sin caer en dogmas ni absolutismos. Para mantener el mismo nivel discursivo, recordemos las palabras que utilizó el comediante Ricky Gervais hace algunos años en la entrega de los Globos de Oro, dirigidas a sus interlocutores, todos artistas de Hollywood: «No están en posición de dar lecciones de nada al público, no saben nada del mundo real. La mayoría de ustedes pasaron menos tiempo en la escuela que Greta Thunberg». Por supuesto que un artista tiene todo el derecho de manifestarse respecto a su posicionamiento político, pero corre el peligro de volverse panfletario porque, en ocasiones, separar la obra del creador es casi imposible, y la figura política, se los aseguro, los defraudará al momento de sentir la silla ajustada a sus caderas.
La consigna del arte no es hacer reflexiones sociopolíticas de raíz, sino mostrar aquella parte finita de una realidad que nos invite a cuestionar el mundo y la naturaleza humana. Repito: a cuestionar. Si quieren reflexionar, es mejor leer un libro de autoayuda.