Iniciemos con el pasado: «la libertad no puede preservarse sin un conocimiento general entre el pueblo, que tiene derecho... y deseo de saber», escribió en el siglo XVIII John Adams. Esta revisión del pasado y arqueología del pensamiento crítico me lleva repensar este momento histórico como lo hago desde algunos meses. Me interesa sobre manera nuestro presente, tenemos que reflexionar acerca del futuro tanto del país como de las comunidades que nos conforman. Pienso que la relación entre democracia y cultura es intrínseca, la una para la otra, es la relación sobre cómo entendemos, según, la nomenclatura ciudadana. Pero la democracia cuando la cultura de la gente es pobre, es simulación. Así, el primer gran problema de nuestra cultura es la educación y, por tanto, la democracia que ensayamos es pobre.
El primer presidente de los Estados Unidos de Norte América, George Washington, declaró que: «el gobierno no es razón, no es elocuencia, es fuerza... Ni por un momento debe dejarse a la acción irresponsable» … y parafraseo que el gobierno es en mayor medida un termómetro de caprichos más allá de voluntades en beneficio de la gente, por lo menos en este momento, ya hablamos mucho del pasado. La elección judicial del primero de junio es un experimento sin precedentes para elegir por voto popular a jueces, magistrados y ministros del Poder Judicial, y marcó un hito en la historia política del país. Pienso en verdad que el aparato del Poder Judicial necesitaba ser afinado, pero no desmembrado y expuesto al capricho popular.
Así pues, con una participación de apenas el 13% según estimaciones del Instituto Nacional Electoral [INE], el proceso dejó al descubierto múltiples errores de comunicación política, percepción pública y participación ciudadana que merecen un análisis profundo. En principio ese 13% queda reducido a un 4%, más-menos, si eliminamos los votos anulados; esto significa que un promedio de 4 millones de ciudadanos entre 98 millones de electores registrados votó. No fue un éxito la elección y promover esta falla como un laurel nos permite entender las palabras de Washington, el gobierno es fuerza pura que deriva, en la mayoría de los casos, en la puesta en escena de actos irresponsables…
La elección judicial no solo refleja los retos de legitimar un proceso complejo en un contexto de polarización ciudadana y partidista, sino que también pone en el centro la posibilidad de que el abstencionismo, lejos de ser mera apatía, pueda consolidarse como una forma de resistencia política. Es una idea que he defendido durante los últimos dos años y no por una rebelión absurda sino porque comprendo, por el momento, de qué otra forma castigar a los líderes políticos y sus partidos. Hace dos años declaré en este mismo espacio, que defendía la idea de “no votar”, desde una perspectiva de castigo absoluto a los supuestos representantes ciudadanos. No ordeno a nadie no ejercer su voto, pero sí pongo sobre la mesa que: si no estás conforme con aquello que desde la política se propone no deberías de ejercer tu voto, ni deberíamos sentirnos estigmatizados. Apelemos a la libertad.
Días atrás, el analista político Carlos A. Pérez Ricart, expresó que, si bien no estaba de acuerdo con la reforma y elección judicial, aun así, ejercería su voto so pretexto de escoger los actores menos malos del ejercicio “democrático”. Respeto su punto de vista, pero desde la percepción lógica y filosófica su postura es contradictoria. Por qué participar y ser cómplice de un proceso con el que estás en desacuerdo. Luego, tampoco es válido votar por el menos malo de los peores; en este sentido, me parece incorrecto sumar a la simulación de la democracia. Así pues, luego de ver los resultados de la elección pienso que, en un escenario de ánimo por un cambio radical, la ciudadanía podría optar por dejar de participar en elecciones futuras, ejerciendo presión sobre el aparato político para exigir transformaciones estructurales.
¿Cuál es la falla, entre tantas, de la elección judicial? Desde la comunicación política lo percibo así: la elección judicial de 2025 fue presentada por el gobierno de la Cuarta Transformación (4T), y propuesta en su momento por el expresidente Andrés Manuel López Obrador, como un paso hacia la democratización del Poder Judicial, ese sistema percibido como elitista y corrupto. La narrativa oficial, con mensajes como “el pueblo decide” y “viva la democracia”, buscó posicionar el proceso como un ejercicio de soberanía popular. Sin embargo, hoy la baja participación una vez cristalizado el ejercicio reveló una desconexión significativa entre esta narrativa y la respuesta ciudadana. La retórica de la 4T apeló a una identidad popular, pero no logró conectar con sectores amplios de la población, especialmente aquellos con menor acceso a información o educación política. Reafirmo que la falta de una estrategia comunicativa pedagógica, que explicara claramente la importancia de elegir a miles de candidatos en boletas extensas, contribuyó al desinterés y la confusión, factores que alimentaron el abstencionismo, además de que la ciudadanía mencionó en diversas encuestas no confiar en el gobierno. La supuesta “oposición”, jugó un papel apenas simbólico… fue la gente en su lógica política quien optó por no ejercer el voto.
Además, aunque el INE reguló estrictamente la propaganda, prohibiendo el financiamiento público o privado y la compra de espacios en medios tradicionales, las redes sociales como X, TikTok y WhatsApp se convirtieron en un espacio no regulado donde los candidatos pudieron promocionarse sin costo y también descalificarse frente a la masa por el ridículo de sus procederes. Por otra parte, las denuncias sobre candidatos al Poder Judicial con presuntos vínculos con el crimen organizado desvirtuaron de raíz el proceso, porque si se trataba de erradicar un sistema corrupto, con estos supuestos perfiles criminales el sistema se torna de facto en un brazo del crimen organizado; y el presidente del Senado Gerardo Fernández Noroña aceptó la presencia de estos perfiles, lavándose las manos y transfiriendo la responsabilidad del INE para actuar en consecuencia.
La pésima comunicación gubernamental limitó la capacidad de los ciudadanos para discernir entre información confiable y propaganda encubierta, lo que reforzó la percepción de un proceso poco transparente. Este vacío comunicativo no solo contribuyó al abstencionismo, sino que también permitió que las redes sociales amplificaran mensajes de escepticismo, alimentando la idea de que participar en la elección no garantizaba un cambio real. Resalto que la dimensión simbólica de la elección también merece un análisis: la participación en el ejercicio electoral del expresidente López Obrador, quien apostó por el cambio del Poder Judicial, fue un momento diseñado para proyectar la transparencia, la continuidad y el empoderamiento ciudadano, de la Cuarta Transformación un tanto debilitada.
Ahora bien, el abstencionismo, lejos de ser solo un reflejo de apatía, puede interpretarse como una forma de resistencia política. En este escenario, no votar fue una decisión consciente para algunos ciudadanos, un rechazo a legitimar un proceso percibido como manipulado o poco accesible. La baja participación envió un mensaje al gobierno y al INE: la narrativa de “democratización” no resonó lo suficiente como para movilizar al pueblo. Este fenómeno desafía la narrativa central de la 4T, que depende de la percepción de un mandato popular masivo. Aunque el gobierno intentó minimizar el impacto del abstencionismo al compararlo con consultas previas, como la del juicio a expresidentes, la oposición aprovechó la baja afluencia para cuestionar la legitimidad del proceso, convirtiendo el abstencionismo como un futuro protagonista del devenir político.
La idea de que el abstencionismo puede ser una forma de resistencia política, cuando se considera el ánimo de cambio radical que podría estar gestándose en la ciudadanía. Hoy, luego del primer piso del cambio de régimen político en México, la desconfianza hacia las instituciones persiste, la polarización y percepción de que las elecciones no generan transformaciones estructurales es una realidad en el ideario ciudadano… ¿qué ocurrirá cuando los apoyos de los programas sociales no satisfagan las necesidades de la masa por la inflación y las emergencias de salud imperen a lo largo y ancho del país? Percibo varias crisis que, con el tiempo, derivarán en desencanto y con esto un probable abandono masivo de la participación electoral como estrategia consciente para presionar al sistema político. ¿Una utopía? Pensemos... a ras de tierra si no hay dinero para movilizar a la población tampoco existe de facto la táctica de coerción electoral.
Imaginemos México en 2030, tras varias elecciones judiciales y procesos electorales marcados por baja participación. La elección de 2025 sentó un precedente: la ciudadanía, desencantada por la complejidad de los procesos, la percepción de control político y la falta de información clara, comienza a ver el abstencionismo no como un acto de desinterés, sino como una forma de protesta colectiva. En este escenario, movimientos ciudadanos, amplificados por plataformas digitales organizan campañas bajo lemas como “No voto, exijo” o “Sin transparencia, no participo”. Estas campañas articulan el abstencionismo como una demanda de reformas estructurales: mayor transparencia en los procesos electorales, y presión absoluta sobre los políticos. Si el pueblo bueno entiende que debe dominar los congresos, los liderazgos federales se alinean de facto. El trabajo es ciudadano.
Pero regresemos al escenario ficticio: en el 2030 el abstencionismo alcanza niveles históricos, con participaciones por debajo del 10% en elecciones. La 4T, ahora liderada por una nueva generación de políticos, enfrenta una crisis de legitimidad, ya que su narrativa de soberanía popular se desmorona ante la falta de participación. La oposición, aunque fragmentada, capitaliza este descontento, pero no logra movilizar a los votantes, ya que la ciudadanía desconfía tanto del gobierno como de los partidos tradicionales. En respuesta, el INE implementa campañas masivas de educación cívica, pero estas son percibidas como intentos de cooptación, lo que refuerza el rechazo al voto. Se dan movimientos sociales que comienzan a exigir un nuevo modelo de democracia que combine la participación directa con mecanismos de rendición de cuentas más estrictos, como referendos vinculantes o consejos ciudadanos independientes. Este movimiento no solo presiona al sistema político, sino que también redefine el concepto de participación, alejándose de la urna y acercándose a formas de acción colectiva como boicots, asambleas comunitarias y presión mediática. Sin embargo, para que esto ocurra se necesita fortalecer nuestra cultura y eliminar la simulación. Para que el abstencionismo se convierta en una herramienta efectiva de cambio radical, necesitaría articularse con movimientos organizados que traduzcan el no voto en demandas claras. Por ejemplo, la creación de plataformas ciudadanas reales y sin intereses ocultos que monitoreen la transparencia electoral.
Escribió Gilbert K. Chesterton que: «el hombre medio vota por debajo de sí mismo; vota con apenas media mente o con la centésima parte de una. Un hombre debería votar con la totalidad de sí mismo […]. Un hombre debería votar con su cabeza y su corazón, su alma y su estómago, su ojo para las caras y su oído para la música; también [cuando se le provoca lo suficiente] con sus manos y sus pies. […] La cuestión no es tanto si sólo vota una minoría del electorado. La cuestión es que sólo vota una minoría del electorado». Si bien no deseo el caos para mí país si veo que, desde el crimen organizado, existe el peligro de una revolución que deslegitime al gobierno, pasa ya en Sinaloa, Jalisco y Guanajuato. Esto derivará cada vez más en desencanto social.
Por otra parte, las campañas a favor del voto que siempre fallan por románticas y absurdas, deberán trabajar mejor en exponer aquello que nuestros actores políticos [identificables] hagan mal para que sean relevados del poder. Mi campaña de concientización no invitaría a la gente a no votar, sino a comprender que pueden generar una revolución ciudadana verdadera. Una utopía… pero bueno, somos un país maduro… de no serlo no tendríamos el gobierno que elegimos los mexicanos de forma democrática. No voten por aquellas reformas que no les parecen viables por cumplir con la ficción del deber ciudadano, porque esto suma a la mediocridad de la que todos nos quejamos. México es un gran país que aún no encuentra su lugar en el mundo y, por tanto, es inmaduro como su clase política. Seamos adultos.