Hace unos días tuve una conversación acerca de las pasiones ligadas a cualquier tipo de actos y divertimientos a los que podemos ser fieles. Concluí que no profeso ninguna pasión profunda por nada en común que no sea mi dedicación a la escritura y a la creación, aun así tampoco la creación puede llegar a obnubilarme, entiendo que existen responsabilidades en la vida que debo equilibrar. Desde un punto de vista filosófico sé que una pasión se sobrepone a otra y desde esa perspectiva dialéctica me cuestiono el fanatismo de los otros.
Durante algún tiempo fui asiduo a visitar la Plaza México en su llamada temporada grande. Quizá fue el morbo el que me llevó a participar como espectador de un acto teatral fuera del escenario, o sencillamente intentar ver la muerte desde otro estadio. Durante mi adolescencia, en Tijuana, trabajé en una carnicería deshuesando animales y era constante que fuera al rastro de la ciudad, ubicado en la Zona Río, para presenciar de dónde procedía la carne que a tantos nos alimentaba. Atestigüé todo tipo de crueldades hacia el ganado, la lidia termina por ser un acto blanco.
Fue durante la temporada 2005-2006 cuando estuve presente siete corridas, donde presencié el arte de Eulalio López Díaz “Zotoluco”, Pablo Hermoso de Mendoza, y quizá me equivoque pero vi de luces a Enrique Ponce. Franco lo digo me entretuve y aprendí el acto dividido en tercios, el nombre por el pelambre de los bureles y otros términos exóticos propios de la Fiesta Brava.
Hacia las cinco de la tarde del 29 de enero del 2006, sobre la puerta de toriles vi anunciado el nombre de “Pajarito”, Cuatro Caminos, 503 kilogramos. Con ese apelativo, dije a bocajarro, que no nos extrañe si vuela. Supongo que esa idea nada original la tuvieron los mil espectadores de la tarde. Se abrieron las puertas.
De frente salió bragado “Pajarito”, cruzó la arena, dio un salto sobre la barrera y terminó en segunda fila del tendido de sombra, agitando sus pitones al tiempo que la gente huía en escaramuza. Una señora o señor, la memoria me falla, con sus brazos intentaba alejar la cornamenta del animal de su pecho, otros más brincaban entre filas y arrojaban al suelo las botas con vino. Yo estaba a unas ocho filas hacia arriba del evento. Supe después que el comentarista deportivo José Ramón Fernández casi recibió al toro de frente, esa fue la nota, si mal no recuerdo. Aquello era un caos, lo observé desde mi asiento de hormigón donde permanecí sin inmutarme.
Pablo Hermoso de Mendoza, que había rejoneado aquella tarde, subió desde la arena y con su misericordia asestó a “Pajarito” una estocada que lo fue debilitando, pronto lo acompañaron otros matadores de los que no recuerdo el nombre. “Pajarito” dejó de respirar, la masa se tranquilizó y con sogas lo ataron para luego tirarlo hacia la arena. No tuve idea en ese instante de haber vivido un suceso histórico y así fue. Guardo de esa tarde el programa de mano y un cartel de la corrida. También tengo por ahí el recorte del periódico, a saber dónde.
Disfruté el espectáculo como también disfruté ver aquellas corridas durante la temporada. Lo digo sin temor a la crítica, es una lástima que la Plaza México haya cerrado sus puertas a la fiesta, a la economía de tantas familias. Pero en este momento de incompetencia humana donde lo políticamente correcto reina y las divergencias entre géneros son tema, por demás trivial y preocupante, ha triunfado el pudor de algunos liberales por encima de las tradiciones. Les planteo esta reflexión aunque parezca que no tener relación con el tema: hoy, la masa que todo juzga, desde una superioridad moral nos dicta que una niña o niño puede acceder a mutilarse si acaso “siente” que puede ser “algo” contrario a su naturaleza y esa decisión incoherente debe respetarse. No obstante, esa masa liberal que aplaude la mutilación infantil condena la fiesta del toro alegando crueldad y desigualdad de circunstancias por inteligencia. ¿No es amoral una ética tan desequilibrada?
La historia cultural de Latinoamérica y España no puede conciliarse del todo sin la Fiesta Brava, espectáculo que conglomera a empresarios, trabajadores, artesanos, artistas, orfebres y a profesionistas que viven del toreo a nivel mundial. Pretender aniquilar esta fiesta es estar contra de las tradiciones culturales de un país y, apelando a esta última parte, ¿no es México una región que, por lo menos, en este sexenio defiende la riqueza y libertad de las tradiciones originarias y ancestrales?
Si bien la Tauromaquia es apreciada por muchos, también es importante reconocer que es un tema de controversia. Hay quienes la critican por cuestiones éticas relacionadas con el trato de los toros. Frente a esto diré, como alguien que sabe cómo se sacrifican y mueren los animales en los rastros, es más digno morir en la arena que agonizando entre la sangre y los azulejos del matadero; y, por lo menos en México, atendería primero con sumo ardor las leyes de usos y costumbres de las sierras de Oaxaca y Chiapas donde se venden niñas como esclavas para el matrimonio; más urgente el asunto… y es cultura y tradición. Incoherencias.
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