Obviedades: una de las preguntas fundamentales que se hacen hoy los operadores políticos es: ¿por qué los jóvenes [la gente], en su mayoría, no votan? He visto un par de iniciativas, como cada sexenio, de programas que intentan alertar a los jóvenes y la población en general de la necesidad de emitir su voto y acabar con el abstencionismo, patrocinadas por consejos empresariales. Sin temor a equivocarme recomendaría no gastar presupuesto en ese tipo de programas. Oh, anatema, por qué atentar contra la democracia. Es el sueño de la participación colectiva lo que critico porque como tal es una utopía y por tanto no es realista. Las encuestas y los métodos de inclusión participativa fracasan porque no reflejan la verdad de las cosas, la realidad, hay mucho de ficción en las mediciones.
En la era moderna, caracterizada por una interconexión digital sin precedentes, surge una paradoja intrigante: la aparente imposibilidad de relacionarse con el otro, exacerbada por el temor del otro, lo encasillo en un sentido generacional: los menores de 30, por ejemplo, que temen al mundo y al otro. Este fenómeno se ha consolidado y acentuado con el fortalecimiento de las redes sociales, plataformas que, paradójicamente, prometieron unir a las personas y desaparecer las distancias, pero que han contribuido a crear barreras que alimentan el miedo a la humanidad misma y a la negación de su naturaleza.
La verdad actual revela una situación en la que la conectividad digital ha llevado consigo una creciente desconfianza y aprehensión hacia el otro. Esta paradoja se manifiesta en la virtualidad de las relaciones, donde la pantalla actúa como un filtro que distorsiona la autenticidad del contacto humano. Es hilarante que los jóvenes prefirieran ver escenas televisivas de personas relacionándose afectivamente, porque en la cotidianidad las herramientas digitales que prometieron eliminar las barreras de la comunicación generaron un océano indiscutible de separación de la humanidad. Los jóvenes no se relacionan entre sí, viven apartados en sus nichos sin conocer el cielo, partícipes de celebridades mediocres de YouTube e Instagram que les dicen qué pensar y cómo pensar [venden la idea de la madurez inmediata], son psicólogos al momento que apagan toda ansiedad. Gran clave política.
A los operadores políticos les digo que la democracia a pie de tierra debe contener verdades, mientras se mantenga en el rango del idealismo seguirá en los márgenes de los sueños, de la irrealidad. La pregunta pues sería: ¿para qué sirve la democracia? Pero no es el tema del momento. Me interesa pues el temor.
Revisar a un clásico: el temor del otro en la era de las redes sociales se nutre de diversas fuentes, siendo una de ellas la sobreexposición a información selectiva, nosotros somos el terror de nosotros y un regulador primordial del carácter social. La posibilidad de ser objeto de acoso en línea ha llevado a que los individuos adopten una actitud defensiva y cautelosa al interactuar en el mundo digital, generando un círculo vicioso de temor y desconfianza, no obstante necesario para mantener la existencia en ese espacio intangible que es una droga que también puede conducir a la muerte.
En su obra “Vigilar y Castigar”, Michel Foucault describe cómo las instituciones de poder han evolucionado a lo largo de la historia, desde la época de las monarquías absolutas hasta la sociedad moderna del siglo XX. En la sociedad disciplinaria, las instituciones como las prisiones, escuelas y hospitales ejercen un control detallado sobre los individuos, vigilando y normalizando sus comportamientos como en este siglo los teléfonos, tabletas y computadoras. Este control social a menudo implica la observación constante y la corrección de cualquier desviación de las normas establecidas, hoy interpuestas por la flagelación de lo políticamente correcto que se obstina en no morir… y esa virtud moral ficticia es la droga.
En el contexto del temor al otro, Foucault señala cómo la sociedad disciplinaria crea un ambiente en el que los individuos temen ser observados y evaluados constantemente y si la democracia es, por definición, la integración con los otros y ser expuestos, en nuestro contexto la democracia no puede existir más.
Reflexiono entorno a esto porque en este instante de cambios “democráticos” debemos entender que esa masa digital nativa que le teme a los demás, es la que debe ejercer un voto sobre un estado de cosas que les importan poco o nada. Klaus Schwab, fundador y presidente del Foro Económico Mundial, comentó hace seis años que: “las tecnologías digitales tienen principalmente un poder analítico. Ahora pasamos a un poder predictivo”. Es decir, para qué pedir un ejercicio de pluralidad si las variables anticipan el estado de las cosas.
La democracia es un asunto de viejos que no temen contraponerse con los otros. Hoy el concepto es bizantino para los jóvenes y, sobre todo, no brinda recompensas… el bienestar general no es válido para una persona que teme a que el otro esté en posibilidades no solo de herirle sino de competir en contra de su individualidad. La democracia contemporánea debe generarse desde un ejercicio de encapsulamiento y debe limitar las acciones de la gente desde un sentimiento de libertad. No es lo que deseo, aclaro, pero es la tendencia del control totalitario a partir del mundo digital… pronto podría ser: quieres obtener el dinero por el que ya trabajaste… primero emite tu voto. Orwell estaría fascinado con este mundo.
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