Recuerdo haber escuchado, hace un par de décadas, a un aspirante a escritor y director de escena, compañero mío, renegar del Premio Nobel de Literatura. El premio, comentaba este director, estaba devaluado, ¿quién quiere ganarlo? Lo escuché sin decir nada más; dicha postura me pareció radicada en la envidia y no en la mediocridad. No conozco a nadie que rechazaría tal reconocimiento si llegara a sus manos, específicamente en las áreas de Literatura y la concerniente a la Paz. No me apena aceptar que los ganadores del Premio Nobel de Literatura, como László Krasznahorkai, Han Kang y Jon Fosse, eran desconocidos para mí. No me sorprende, pues la lista de escritores es larga y nuestros ídolos se quedan a medio camino.

Por otra parte, sí me sorprenden los ganadores del Premio Nobel de la Paz como: Henry Kissinger, Yasser Arafat, Woodrow Wilson, Jimmy Carter y Barack Obama. El reconocimiento, les fue otorgado por su “colaboración” en finalizar guerras como la Primera Guerra Mundial, el cese al fuego en Vietnam, las negociaciones para pacificar Palestina e Israel, y para fortalecer la paz mundial. Por decir lo menos, fueron premiados por su contexto político predecible. En este caso, el Premio Nobel es una fuerte carta de presentación en el escenario mundial que no necesariamente recae en los personajes ideales. En lo personal, habría premiado a Sebastião Salgado por reforestar más de 600 hectáreas de tierra baldía en Brasil; o quizá habría premiado a las Abuelas de Mayo en Argentina, no lo sé. No pienso políticamente en ese sentido, sino de manera humanitaria, mucho sobre la naturaleza humana y las entrañas de la tierra tendrían que enseñarnos estos personajes. Pero el Premio es Político y es el juego que seguir.

Cuando escuché que usted, señora lideresa María Corina Machado, obtuvo tal reconocimiento, debo decir que me dio gusto. De inmediato pensé en Juan Guaidó y en Henrique Capriles; revisé las redes sociales de ambos y la felicitación del primero pasó de noche ante la masa digital, mientras que al segundo lo tacharon de cobarde los comentarios derivados de la felicitación que le hizo. El nombre de estos personajes vino a mi mente porque, en mi ideario del último lustro, eran las figuras políticas que más ocuparon, a mi parecer, el espacio público y no usted. Inclusive pensé en Leopoldo López, pero lo percibo debilitada sobre todo por las críticas a su lucha como una pantalla.

Así que la siguiente pregunta que me hice fue: ¿por qué usted? Me di a la tarea de revisar que fue fundadora de la organización ciudadana Súmate y líder del movimiento Vente Venezuela, y que su trayectoria combina rigor técnico y convicción ética en la defensa del voto y las libertades fundamentales; y fue inhabilitada por el régimen de Nicolás Maduro luego de ganar las primarias opositoras de 2023. Pero usted le dedicó el premio a Donald Trump y, claro, al pueblo venezolano. No tengo nada en contra de Trump, es un personaje que estudio allende las críticas en su contra. Me interesa sobre manera su recorrido histórico a la griega y hay bastantes ejercicios políticos que aprender de él.

No obstante, es válido cuestionar si este reconocimiento refleja plenamente la complejidad de su accionar político y las consecuencias de sus estrategias. Algunos sectores señalan que su postura en ciertos momentos ha sido polarizante, lo que puede afectar el diálogo necesario para construir consensos en sociedades en crisis. ¿Puede entonces un liderazgo marcado por estas divisiones representar un modelo universal para la democracia? ¿Cuál es el balance entre su intención de cambio y el impacto real de sus acciones en el tejido social?

Además, el contexto en el cual se otorga el Premio Nobel invita a pensar en los criterios y procesos de selección. ¿Hasta qué punto este premio reconoce una lucha individual o más bien un fenómeno político más amplio? ¿Qué rol juega la representación internacional y las percepciones de la comunidad global en la decisión? Su premio es, a mi parecer, un espaldarazo para todos aquellos que están en contra del uso y mal uso del poder de Nicolás Maduro, el hombre que conversa con los pájaros, y que lleva a cuestas el respaldo de la izquierda, o de cierta izquierda, latinoamericana.

Su premio, señora Machado, es, como usted misma lo declaró, del pueblo de Venezuela y de aquellas comunidades que más sufren el escarnio del poder que, en su mayoría, ayudaron a encumbrar. Hugo Chávez no fue un error político de unos cuantos, sino un ajuste de cuentas hacia un modelo sociopolítico que no supo y no sabe renovarse. Nunca he sido un hombre de izquierda recalcitrante, no me interesa y no comprendo cómo esta ideología ha permeado tanto cada espacio de las universidades y comunidades de nuestro continente, ni tampoco cómo esta tendencia latinoamericana está en boga, aunque entiendo la necesidad de las revoluciones. En el caso de mi país, México, veo el experimento que no llega a ser de izquierda, sino de control conservadurista extendiéndose a lo largo y ancho del país, fuera de control. Y no me molesta el experimento en sí; lo que sí me decepciona es la calidad de la política y su discurso, y proceder. Este rasgo cuasi revolucionario es preciso al de hace un siglo en nuestro país: luego de la Revolución, conviene reformar las instituciones que, guste o no, darán paso al tecnocratismo político y económico más temprano que tarde, o podríamos encaminarnos hacia el caos como en Venezuela. No lo creo en sí, pero es un argumento al aire.

Quiero reflexionar con usted sobre algunos temas que me inquietan profundamente: hoy, América Latina se halla inmersa en un reordenamiento geopolítico global, donde el ascenso de los BRICS [con China y Rusia a la vanguardia] ejerce influencias cada vez más profundas y asfixiantes sobre la región. En este panorama fracturado entre bloques democráticos y autocráticos, ¿cómo se forja una verdadera democracia y autonomía, tejiendo alianzas astutas que eludan nuevas dependencias externas y fortalezcan nuestra soberanía, evitando que cada paso en falso perpetúe los ciclos ancestrales de sumisión económica y política?

Por otra parte, la nueva izquierda pragmática ha inaugurado una fase de transformación en América Latina, marcada por un realismo que aspira a romper con los dogmas del pasado [ya no es tiempo de radicales de cabellos largos y consignas vacías]. ¿Podría esta evolución encarnar una madurez democrática genuina, idónea para superar las crisis institucionales endémicas que han lastrado al continente durante décadas, o acecha aún el espectro de una deriva populista que, en vez de consolidar, erosione la gobernabilidad regional, recordándonos que el progreso ideológico demanda una vigilancia inquebrantable para no recaer en los viejos vicios del caudillismo y el mesianismo?

Asimismo, en medio de una polarización ideológica que azota a Latinoamérica, ¿cómo se combaten las amenazas autoritarias [tanto en el plano social, con sus fisuras cotidianas, como en el ciberespacio, ese nuevo frente de guerra híbrida] desde su perspectiva de lucha inquebrantable, donde la innovación tecnológica y el empoderamiento ciudadano podrían erigirse como antídotos definitivos contra el retroceso a las tinieblas del autoritarismo?

Si llega a leer esto, me gustaría conocer sus respuestas.

Por otra parte, la crítica estadounidense anti-establishment [como la que ejerce Glenn Greenwald] sostiene que este premio se inscribe en el contexto de un reordenamiento político indispensable para Estados Unidos, un país que, más que nunca, anhela aliados inmediatos para reposicionarse en el tablero global así deba esgrimir su lucha a favor de la democracia con el discurso de los derechos humanos. Greenwald argumenta que todo lo que usted ha hecho no suma un ápice a la causa de la paz, sino que su lucha ha sido puramente política, orientada a instaurar una “democracia” a la medida de los intereses estadounidenses. Lo mismo cabe decir del respaldo que el país de las barras y las estrellas brinda al feminismo en Irán, de la mano de una muy deslucida Narges Mohammadi, mientras que tal apoyo brilla por su ausencia en la defensa de los derechos de las mujeres en otros países árabes o africanos.

Señora Machado, el dedicar su Premio Nobel de la Paz a Donald Trump puede leerse como un gesto simbólico y profundamente político, un reconocimiento velado a su respaldo hacia la causa democrática venezolana. En este acto de gratitud, usted agradece a Trump no solo por presión internacional contra el régimen autoritario de Maduro, sino por erigirse como un catalizador que infunde vigor a la lucha por la libertad, la democracia y una paz genuina en Venezuela y en toda la región, recordándonos que, en las sombras de la geopolítica, los aliados inesperados a menudo iluminan el sendero de la resistencia.

Esta dedicación revela, en esencia, que usted percibe en Trump un aliado fundamental en este instante de quiebre para Venezuela. Al mismo tiempo, el gesto se desenvuelve como un mensaje calculado y astuto, destinado a afianzar ese apoyo externo en un tablero geopolítico intrincado, donde la oposición venezolana anhela forjar herramientas robustas para allanar el camino hacia una transición democrática que no sea mera quimera, sino realidad tangible.

Me interesa sobremanera esta obra que se despliega ante nosotros. En una misma semana, usted agradece a Trump, y este [a despecho de tantos detractores] se erige como figura fundamental en la pseudo-pacificación de la guerra entre Palestina e Israel. Como lo he dicho en otras ocasiones, la irrupción de Trump en el escenario mundial nos remite a los Estados Unidos de los años 80, cuando aquel país aún se erguía como líder del mundo libre.

Deseo de todo corazón que su nombramiento no se desvanezca en el olvido, es decir: que no se convierta usted en una figura lírica, diluida en el vértigo de conferencias universitarias y batallas perpetuas que no resuelven nada. Veo, por ejemplo, a Malala Yousafzai, otra Nobel, como un símbolo desvalido [no en su persona, sino en su encarnación de la libertad occidental, que hoy se deja conquistar mansamente por el islam], qué paradoja tan lacerante, y por decirlo con pudor: su reconocimiento no es más que una gota en el océano de la indiferencia.

Más allá de si su premio, señora Machado, responde o no a una ecuación política, retome usted esa fuerza primordial para transfigurar su país, ese territorio peripatético que vaga sin rumbo, y reconfigúrelo en el núcleo de su democracia renovada; la invito, pues, a reconceptualizar qué significa la democracia para Venezuela y para su movimiento, no como un eco remoto, sino como un fuego que ilumine el porvenir. La invito también a entablar una conversación con la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, me interesa bastante ese intercambio que puede moldear la política latinoamericana.

Sobre todo, es tiempo de reconceptualizaciones, hablar de democracia, pueblo, unidad, hermanos, luchas, pobreza, et. al. no es relevante en su significado actual… Si usted desea generar su revolución, ¿cuál sería el lema que enardezca a su pueblo? ¿Porque, acaso, no es Maduro un personaje electo democráticamente?

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