Cuando uno entra a la fábrica de Tesla en California la primera impresión es ver una planta vieja que hace autos modernos. Se ve una mezcla de emulación e innovación, de copiar e inventar, los secretos detrás de la mercadotecnia de una de las marcas tecnológicas de moda.
La futura producción de Tesla a Monterrey y los Mustang eléctricos de Ford en Cuautitlán nos recuerdan que esos vehículos eléctricos de lujo están enfocados al mercado de Estados Unidos.
El éxito de un coche es quizá que responda a su tiempo, así como a las necesidades de mercado. Esa combinación la tiene un Tesla. En un mundo con ruido, smog y enfermedades, es un carro silencioso, estético y que deja de emitir humo por el escape. Si le sumamos que comenzó a producir barato, en un taller californiano que General Motors abrió a principios de los años sesenta y con modernizaciones, de Toyota en los ochenta, vemos otro acierto: ahorrar y aprender de los otros.
El mejor ejemplo mexicano de un automóvil exitoso es el del Volkswagen Sedan, el “vocho”. Tenía una línea atractiva, tamaño compacto, uso personal o familiar y era fácil de componer. Fue muy popular entre los taxistas de la Ciudad de México y se estimaba que por lo menos había 40 mil taxis “vocho” hasta 2012. Era el auto más visto y usado. Incluso se decía en la fábrica de VW Puebla que sólo con los taxistas se justificaba su producción. La época del “vocho” pasó, es ruidoso, poco seguro y emite smog. No obstante, dejó un vacío del taxi ideal para la capital del país.
Un Tesla o un Mustang SUV no serían, pese a su estética, rentables para los taxistas de CDMX. Quizá sería realista comprar otros modelos más económicos. La necesidad está ahí, por lo menos 60 mil taxis en el Valle de México podrían ser eléctricos, sin smog, seguros y menos ruidosos.
Las empresas mexicanas, públicas o privadas, podrían dar respuesta a esta demanda social y económica. Hay por lo menos 20 que podrían comprar una marca de autos o construir en una planta propia. Por ejemplo, los chinos adquirieron MG por cerca de 63 millones de dólares en 2005 y la posicionaron con 536 millones en 2012.
Otra opción es crear una marca de vehículos eléctricos económicos mexicanos con tecnología y recursos humanos que ya existen en el país. De nuevo, hay inversionistas nacionales y sus clientes: taxistas, industria y familias mexicanas. Existe infraestructura, parques automotrices y proveedores. Más allá, hay miles de ingenieros y técnicos mexicanos automotores que pueden capacitarse y fabricar unidades eléctricas a corto plazo.
Tesla copió para su proyecto en Nuevo León la receta de automotrices ya establecidas en México. Aprovechó la geopolítica de América del Norte, conectividad y empleados de calidad. Amén de su aporte al comercio, se espera que capacite a mexicanos y que su innovación se derrame en empresas locales.
Las automotoras de eléctricos pueden ser los próximos productores en masa de taxis que limpien el cielo de la Ciudad de México. No es necesario que sean rápidos como los Mustang de Cuautitlán o lujosos como los Tesla californianos. Basta que sean prácticos, baratos y útiles como lo fueron los “vochos” en sus días. Necesitamos un bosque, además de flores en el desierto.
Autor internacional y diplomático
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