Los pies de barro de las potencias asiáticas ya no parecen serlo, ahora combinan la fortaleza de un roble con la flexibilidad de una palmera. China y la India se modernizan, usan su masa crítica y amplitud territorial para competir con la extensión de Estados Unidos. Japón ha tomado otro camino. Ha encontrado los contenidos que le interesan a los “americanos” y la forma para que el gobierno estadounidense comercie, honre y respete.
Japón se convirtió en la principal economía en asegurar negociaciones provechosas con el presidente Donald Trump en la primavera de 2025. Su carta de presentación no decía aliado histórico y ni siquiera socio mercantil, apeló a su calidad de buen “inversionista que entiende a la sociedad estadounidense”. Los japoneses hicieron la tarea aunque se enfrentaron a las leyes del viejo oeste.
El antecedente era muy negativo. El mandatario de EU había comparado la relación japonesa con la china: “nos tratan muy mal en comercio”, “no se llevan nuestros autos y nosotros tomamos millones de los suyos”. Cuando anunció aranceles sustantivos para productos japoneses, el primer ministro japonés Shigeru Ishiba vaticinó una “crisis nacional”.
Japón tenía la posibilidad de apelar a los valores liberales estadounidenses como lo hizo Europa Occidental, mas prefirió enfocarse en el interés nacional americano y los actores políticos y demográficos de hoy. Apeló poco su alianza democrática y de seguridad en Asia, si bien fuera histórica y prioritaria, como lo aludía la Unión Europea. El discurso japonés no gastó mucha energía en melancolía, un trato preferente o una nostalgia de la cercanía alcanzada durante la Guerra Fría. A partir del primer mandato de Trump, alineó sinergias con las urgencias económicas y políticas de Estados Unidos.
Desde las primeras reuniones en Palm Beach, los japoneses caminaron con pies de plomo. El acercamiento inicial del primer ministro Shinzo Abe con el presidente Trump se desarrolló en la bautizada “Casa Blanca de verano”: Mar-A-Lago (2017). Para los japoneses hubiera sido más institucional realizar el encuentro en Washington, la capital, o California y Nueva York, donde ejercen influencia económica, mas tuvieron la sensibilidad de trasladarse a la soleada casa chica del presidente. Las reuniones serían personales, cercanas y confidenciales.
El contexto de la segunda visita a Florida (2018) tampoco fue sencillo. Los japoneses respondieron de manera asceta ante los ataques arancelarios en acero y aluminio y ante las diferencias de EU en materia de defensa, frente a Corea del Norte y de cómo proceder frente a su líder Kim Jong-un. Una vez más, funcionó combinar los negocios con la solemnidad oriental, en un ambiente donde el presidente “americano” se sentía cómodo y no estaba tentado a atacar en los medios a sus socios nipones, como había pasado con Canadá, la Unión Europea y México. A los japoneses no se les increpó como traficantes de fentanilo, intermediarios de mercancías chinas ni abusadores del paraguas de seguridad de EU (OTAN).
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El déficit comercial seguía incomodando a la Casa Blanca, por lo que Tokio fue muy constante en su cabildeo. Entre los años 2017 y 2018, el gasto oficial para ese concepto se calculó en 6 millones de dólares, mientras el no gubernamental rondó los 33 mdd (según Open Secrets). JETRO, su organismo promotor (Japan External Trade Organization), recibió fondos sustantivos y tuvo un activismo muy superior a sus contrapartes europeas, canadienses y mexicanas. El fomento del país y sus contenidos incluyó amplias ferias de negocios, exposiciones culturales, seminarios, lecturas y paneles que explicaron el impacto económico de la inversión, cultura del trabajo y tecnología japonesas en la sociedad estadounidense. Los consorcios Honda y Nissan hicieron lo suyo. Toyota superó su propio record en 2019, con un lobby que rebasó los 7 millones de dólares.
Las empresas japonesas no bajaron el costo en cabildeo a la llegada del presidente Joe Biden, sino que lo incrementaron, en especial las del sector automotriz. Y la tendencia no cambiaría con el retorno de Trump o los relevos de los primeros ministros Suga, Kishida e Ishiba. Directivos de conglomerados japoneses invertirían más de 48 mdd en acercamiento en 2024 (Open Secrets). Ese año, sólo Nippon Steel (acerera) superó los 6 mdd en lobistas, de acuerdo con la organización Centro Democracia por la Transparencia.
Japón ha robustecido su promoción en el congreso estadounidense. Las firmas Hogan Lovells y Akin Gump han sensibilizado a los parlamentarios que encabezan las bancadas de defensa, comercio internacional y desarrollo económico. Sumado a ello, se han identificado enlaces con los lobistas Mercury Public Affairs y Ballard Partners, asociados a Susie Wiles y Pam Bondi, Jefa de Gabinete y Fiscal General de Trump, respectivamente. El gasto en difusión japonesa, gubernamental y privada también ha tenido efectos en gobernadores clave como Greg Abbott (Texas), Tate Reeves (Misisipi), Phil Murphy (Nueva Jersey) y Kevin Stitt (Oklahoma), sean republicanos o demócratas.
El lobby nipón en EU ha fortalecido su poder suave (capacidad de atracción) resaltando una cultura japonesa positiva dentro de los marcos americanos. Se recordó en fechas recientes la aportación de la comunidad japonesa-americana a la sociedad estadounidense, desde la contribución posterior a la Segunda Guerra Mundial, hasta la cultura pop de Hollywood y los videojuegos. Han tenido la habilidad de mostrar el valor de su doble herencia cultural. Lo que ha servido como corrector de prejuicios y racismo. Su integración no sólo se debe a un alto bilingüismo, sino al entendimiento y respeto de las normas norteamericanas, valores e historia. Desde la política, hasta las artes, se ha reconocido en los últimos años el trabajo de japoneses-americanos como Daniel K. Inouye, Norman Mineta, Fred Korematsu, Mitsuye Endo, Yuri Kochiyama, Ruth Asawa e Iwao Takamoto.
Sumado a ello, la comunidad japonesa de EU ha sido solidaria ante reclusiones y deportaciones de la agencia migratoria ICE, como lo manifestó en Terminal Island, California, en junio de 2025. Evocaron el encarcelamiento del que fueron presa sus abuelos y 125 mil personas de origen japonés después del episodio de Peal Harbor en 1941, que conllevó a la violación de sus derechos y patrimonio. Asimismo, grupos nipon-americanos criticaron al centro de detención migratoria en Fort Bliss, El Paso, Texas, base militar que fue utilizada para poner en prisión a quien se considerara japonés durante la Segunda Guerra Mundial y donde ahora pudieran retenerse niños migrantes.
La nueva primera ministra japonesa también fue asertiva en fondo y forma con el presidente de EU. En su encuentro se anunció un marco de cooperación donde la inversión nipona en EU alcanzaría 550 mil millones de dólares, incluyendo proyectos de energía nuclear e inteligencia artificial e involucrando a las compañías Westinghouse y GE Vernova (otoño de 2025). Sanae Takaichi hizo la tarea en lo personal. Se mostró fluida con Trump en temas como el baseball y se estacionó en una camioneta pick up Ford F-150 para que él lo notara. La pinza se cerró, Toyota estaría invirtiendo 10 mmd en plantas automotrices, lo que significa inversión extranjera directa, más trabajos estadounidenses e impuestos para la Unión Americana. Los dos países ganaron.
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Japón ha sabido avanzar pese al reacomodo comercial impuesto por EU, lo ha hecho con sensibilidad, disciplina y activismo. Tomarse en serio el asunto ha representado estudiar y aumentar el presupuesto para cabildeo. Las mayores empresas listadas y la economía japonesa ya han reducido el impacto de los aranceles del presidente Trump (1.9 mmd). Es previsible que el año electoral 2026 no los tomará por sorpresa.
Especialista en geopolítica y miembro de COMEXI

