Se acerca el 14 de febrero, una de las más cursis fechas creadas por los comerciantes. La realidad es que, a la par de los corazones rojos, el fantasma del divorcio es hoy una constante que sigue creciendo en México, donde, según las estadísticas, un matrimonio tiene una vida promedio de seis años y, de acuerdo al INEGI con cifras de 2022, se registraron anualmente más de 160 mil divorcios.
La realidad es que la gente prefiere ya no casarse por temor a que el famoso “felices para siempre” termine siendo un meme burlón de sus propias vidas, sobre todo cuando en los últimos cinco años la cifra de divorcios sigue incrementándose en más de un 11 por ciento, siendo curiosamente Campeche el estado con la tasa más alta de divorcios… ¿será el calor?
Desde el siglo XIX (e incluso mucho antes, según conocedores de las leyes familiares) ya existían códigos relacionados con la disolución legal de un matrimonio.
Muchos atribuían el fenómeno a innumerables causas, contando por supuesto las nuevas ideas posrevolucionarias que cuestionaron ideologías, tabúes morales y arraigadas tradiciones que hasta entonces habían dictado las reglas para vivir en la ciudad de México.
Sin embargo, estos párrafos civiles no contemplaban la influencia religiosa, la idiosincrasia mexicana, y hasta esa intromisión directa que ejercían los familiares, vecinos y amigos de los cónyuges, quienes a la manera de “Pepes grillos”, instaban a regresar al buen camino.
Estas razones mantuvieron durante décadas a los párrafos legales de causales de divorcio como un mero adorno en el código civil.
Existían excepciones de parejas que conocían su derecho a buscar la paz en la distancia, pero despertaban el alarido público, y los procesos de separación se convertían en un circo donde el único ganón era el todo poderoso chisme.
-Ya supo comadre, la Maruca se anda divorciando. Dicen las malas lenguas que a su marido en lugar de saludarlo ya todos lo toreaban y le gritaban ¡Ole! por los cuernotes que se cargaba.
Y por supuesto, de otro lado también había comentario de los “cuates”:
-¡Nombre compadre, la mujer del Juancho lo dejó porque “ya no servía”, usted me entiende. Incluso lo vieron con lo hierberos comprando remedios para ver si se le volvía a “levantar el ánimo”.
Los grupos más radicales alzaron sus voces de protesta contra esa aberración del divorcio que intentaba sabotear una de las instituciones más importantes de la sociedad.
En la ciudad fue pionero el proyecto de información, con sendos carteles y folletos, para que los capitalinos conocieran las opciones cuando su vida conyugal se hubiese transformado en un pleito ranchero, y donde incluso el gato y el perro ponían ejemplos de civilidad.
Sin embargo, los primeros módulos de orientación que se instalaron en la capital, fueron durante criticados por los radicales.
Lo más grave es que ese repudio general convirtió al proceso de divorcio en el “animal raro” de los registros civiles. Muchos abogadetes de tercera estuvieron comisionados a dirigir esas oficinas y pasaban por alto detalles legales prioritarios en lo referente a la custodia de los hijos, la pensión alimenticia, etc.
Con el tiempo se instauraron las juntas previas de avenencia para “resolver” los conflictos, pero la mera verdad es que las cosas no han cambiado mucho desde comienzos de siglo. El mencionado procedimiento, que aún se utiliza en los Juzgados de lo Familiar del Tribunal Superior de Justicia (aquel junto al metro Niños Héroes), asigna a un encargado sin ninguna preparación como terapeuta o de perdida actuación teatral, la recitación mecánica de consejitos a las parejas, que sólo provocan las risas de abogados voraces..... estos últimos, los actuales y verdaderos ganones de la separación legal entre parejas, después de todo, a río revuelto, ganancia de pescadores.