El negocio de los seguros médicos y dentales se ha convertido en un tema recurrente de los lectores que nos escriben, pues denuncian muchos abusos que hasta la fecha ningún gobierno ha tratado de regular… por obvias razones.
Siguiendo el sabio proverbio: “No hay mejor negocio que cambiar dinero por papel”, las compañías de seguros que surgieron a mediados de los años cincuenta, prácticamente se repartieron el pastel de la ciudad de México para mandar a las calles a sus ejércitos de vendedores de pólizas, quienes más encajosos que un abonero y con más labia que un diputado, ofrecían sus planes de tranquilidad hasta en los baños públicos y afuera de los cines.
Después de que en días pasados un lector nos mencionara cómo su seguro dental se incrementó en una de esas clínicas llamadas integrales que se anuncian en los centros comerciales a más de 100 mil pesos y su deducible a una tercera parte, decidimos retomar el tema de estos negocios de especulación que surgieron en nuestra urbe hace varias décadas.
En un principio los seguros cubrieron una necesidad de ese sector predominante de obreros no sindicalizados, amas de casa, comerciantes informales, ancianos, campesinos y desempleados que no estaban sujetos a una nómina y, por lo tanto, no podían ser asegurados en el sector Salud.
A finales de los años 50 y en menos que canta un gallo, muchas compañías privadas entraron al quite de aquel gran pastel, bajo el pretexto de que resolvían un problema crucial en las vidas de los capitalinos. De hecho, a la par de Estados Unidos, la ciudad de México fue también pionera en la oferta de estos supuestos servicios y en menos de una década la compra de seguros creció anualmente en más de doscientos por ciento.
Sin embargo, a medida que se incrementaba la demanda, también se multiplicaban los casos de asegurados que súbitamente eran diagnosticados con diversas enfermedades, y cuyos costosos tratamientos debían ser cubiertos a regañadientes por las compañías.
Las aseguradoras, sobre todo las que tenían sus sedes en elegantes oficinas del Centro, rápidamente comenzaron a incluir en sus contratos los famosos párrafos amañados de letra pequeña (de esos que sólo Pulgarcito con lupa puede leer), donde se especificaban los contados casos en los que el seguro cubriría por completo los gastos.
Miles de capitalinos fueron literalmente embaucados por esas artimañas, y lo más grave es que a la par de sus demandas, las aseguradoras decidieron contratar ejércitos de abogados, para mantener a raya a los quejosos.
A principios de los años 70 se publicó una investigación que mostraba que la mayoría de las empresas de seguros que operaban en la ciudad, invertían casi la mitad de sus presupuestos en mantener sus departamentos legales; como quien dice, lo más importante era contar siempre con un aboganster de apellido "Gandalla” para alejar a los pedigüeños, en caso de que llegaran a enfermar.
Sólo las modificaciones posteriores a la ley lograron cambiar una minúscula parte de esos desvergonzados chanchullos, sin embargo, como dice el dicho: "La ley se estira en la medida que el transa desea", y por ello las compañías echaron mano de los famosos chequeos médicos, para valorar la salud de sus víctimas y, en caso de que presentaran algún problema de salud, negarles la póliza o en todo caso subirles la tarifa.
Lo más grave es que esta medida fue adoptada también por el Instituto Mexicano del Seguro Social, con sus famosos Seguros de Salud para la Familia.
Las cláusulas de estos seguros externos fueron publicadas el 30 de junio de 1997 en el Diario Oficial, y muchos otros lectores nos han escrito desde hace tiempo para quejarse de las irregularidades e injusticias que continúan vigentes.
Hasta hace unos años, se puso de moda la compra de un Seguro para la Familia en el IMSS a un costo que variaba de acuerdo con la edad. Sin embargo, si al acudir a su primer chequeo con el médico familiar le diagnosticaban alergias, asmas, enfermedades de la sangre, hipertensión arterial, diabetes, tumores, enfermedades del corazón o hígado, reumatismo, artritis, úlceras, bronquitis, insuficiencia renal, retinopatía, neuropatía, insuficiencia circulatoria o deformaciones por accidentes o enfermedades, el seguro se cancelaba automáticamente y se perdía el dinero... en pocas palabras, los asegurados externos del IMSS no debían enfermarse de nada más grave que una gripe para seguir conservando sus derechos. México lindo y querido.
Homero Bazán Longi