Sería en los años 40 cuando gracias a los artículos de un periodista más metiche que esos changos que venden Biblias de puerta en puerta, se destaparía uno de los negocitos subterráneos y mejor remunerados, que durante décadas hizo su agosto en la capital.

Tal como lo mencionamos en una crónica publicada el año anterior, al igual que Eliot Ness y sus compadres en tiempos del viejo Chicago que luchaban contra el alcohol ilegal, la ciudad de México fue testigo de la aparición de un grupo de choque especial contra el mercado de narcóticos que sorprendentemente desde épocas porfirianas ya estaba presente en los barrios más bravos y también en esas colonias de alcurnia que eran surtida por los llamados "camellos-hormiga".

Resultó que aquel grupo de agentes del ministerio, además de tener que cumplir con su chamba habitual, consistente en realizar redadas, decomisos en farmacias (donde por esa época se comerciaba sin ningún empacho con drogas de alto calibre) e investigaciones sobre los embarques que llegaban de provincia (en esos tiempos la mayoría de los narcóticos se producían a escala casera en algunos estados del país), fueron requeridos para realizar una inspección de todos los invernaderos de plantas y flores de la ciudad, pues existía la sospecha que además de rosas, crisantemos, gardenias y "nomeolvides", estos sembraban florecitas como la amapola y una que otra "plantita verde" para completar los gastos del mes.

Y así comenzó la inspección desde mediados del 46 y hasta finales del 47. Acompañados de gendarmes, los agentes tenían que ensuciar sus trajes y arremangarse la camisa para hurgar entre los diversos especímenes de estos negocios.

Apenas miraban alguna flor, planta o arbusto desconocido, rápidamente la comparaban con su catálogo, en el cual habían sido dibujadas por un especialista las diversas variedades de flores con propiedades narcóticas.

Lo único malo, según confirmaron algunos testigos, era que el tal especialista no era muy buen dibujante y por ello, muchas flores inofensivas fueron confundidas, según sus palabras, con "coloridos demonios opiáceos".

-iCómo que una amapola del trópico! ¡He estado en este negocio por 20 años y le puedo asegurar que es un vil clavel de Jicotepec!

-No se me ponga al brinco que yo conozco mi chamba, ¡mire, aquí está claramente el dibujito! A ver muchachos, suban al estimado a la patrulla, corten con tijeras toda su mercancía y clausuren el lugar.

Aunque por supuesto hubo algunos lamentables errores, la tal inspección sí encontró al menos ocho lugares donde se plantaba marihuana y amapola en macetas, y además desmembró a dos bandas que se surtían de mercancía en estos lugares.

Por cierto, que, gracias a esto, se logró conocer algunas de las formas como era transportada la droga hasta las calles: desde ramos de flores con doble fondo, hasta paquetes introducidos en las suelas de los zapatos.

Al final, los invernaderos estuvieron en constante vigilancia, y de los "demonios opiáceos", se siguió hablando mucho, aunque ya sea por conveniencia o despiste, las autoridades decidieron echarle en adelante, toda la culpa de su producción a los chinos, un tema que ya hemos tratado en ocasiones anteriores, pero que aún da para muchos comentarios más.

Twitter: @homerobazan40

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