La semana pasada vimos como afuera de la fiscalía que atiende el caso de Lady racista, se congregaron un grupo de supuestos manifestantes que rápidamente fueron rodeados por los medios de comunicación y aparecieron en las principales noticias del día.
Entre esos manifestantes a muchos les resultó extraño a una mujer de camiseta verde, quien a todo pulmón gritaba diátribas amargas sobre el caso e instaba a las personas a arrojar huevos hacia los granaderos que custodiaban la entrada.
En las redes, las opiniones “sospechosistas”, no se hicieron esperar. Muchos se preguntaron qué hacía una mujer en edad productiva laboral, en horas de trabajo, perdiendo su tiempo en echar leña al fuego sobre el caso. Más aún, a escasos metros de ella, junto a una camioneta azul con franja gris, un grupo de mujeres, también con altavoz y portando sombreros de charros y cubrebocas, mismos que tapaban convenientemente sus rostros, gritaban también a todo pulmón “Que la saquen, que la saquen”.
Muchos se preguntaron en la redes si ese grupo de instigadoras no pertenecían a un grupo pagado de infiltrados, mejor conocidos como grupos de choque, que son contratados para echar más leña al fuego cuando hay un escándalo mediático que sirva como distractor para desviar el ojo público de problemáticas políticas inminentes.
En la compleja arena política y social de México, donde las protestas y marchas son una constante, esa tradición de los grupos de choque, que inició durante los años sesenta y setenta se ha vuelto más visible en la era digital, donde sus rostros aparecen instantáneamente en las redes y son identificados por millones de usuarios.
El objetivo es claro al desviar la atención pública de problemas estructurales, desacreditar movimientos sociales y generar un caos mediático que sirva como cortina de humo. ¿Quiénes eran esos otros jóvenes con altavoz que estuvieron instigando en las marchas anti gentrificación? Tan sólo recordar también el sonado caso que se suscitó hace unos años en una de las primeras marchas feministas, cuando vimos cómo un joven novato perteneciente a uno de estos grupos de choque, propina un puñetazo a un reportero de televisión para tratar de introducir violencia a la manifestación”.
La táctica es simple pero efectiva. Mientras la ciudadanía se moviliza por causas legítimas como la justicia, la seguridad o los derechos humanos, estos grupos se infiltran con la misión de sembrar la discordia o en el caso de Lady racista, para atizar por unas semanas más el fuego para que no nos ocupemos de otras noticias más trascendentes.
En muchas ocasiones, como lo vimos con la reciente agresión al museo de la UNAM, su papel no es el de manifestarse, sino el de provocar actos de vandalismo, confrontaciones con la policía o la incitación a la violencia son su modus operandi, lo que permite a los medios de comunicación y a las autoridades enfocar el relato en el desorden de la protesta en lugar de en la causa que la originó.
La pregunta sin respuesta, pero evidente desde hace años es ¿Quién los envía? ¿a qué intereses representan? ¿cuánto les pagan? Esas mismas preguntas se las hicieron muchos ciudadanos en las redes sociales, porque afortunadamente, lo que no están tomando en cuenta estos grupos, es que en la era digital a la ciudadanía ya no se le puede engañar tan fácilmente como en la época dorada de los líderes charros.
Las primeras preguntas en redes que se propagaron en el caso de la más reciente protesta de Lady Racista fue lo práctico. ¿De qué vive esa mujer de camiseta verde con megáfono que se permite estar a las tres de la tarde en una manifestación instando a otros a aventar huevos? ¿De que vive esa familia de mujeres con sombreros de charro que incluso traían con ellas a una menor, para viajar a la Fiscalía en su camioneta azul y otro megáfono a gritar cubriendo sus rostros?
En la época de las redes sociales y con una nueva generación colmada de desconfianza, las manipulaciones de antaño ya no surten el mismo efecto. Los expertos afirman que los grupos de manipulación de las altas esferas deben buscar nuevas estrategias que el de enviar a personas, evidentemente pagadas, a gritar, todo ello para mantener vigente la llamada teoría del distractor social.
¿Cuál es ésta? Ya lo mencionamos: en momentos de crisis política o económica, cuando el descontento público podría volcarse contra el gobierno o las élites, se activan mecanismos para generar noticias que dominen la conversación. Los bots son muy útiles, pero los bots de carne y hueso lo son más… hasta que los “nuevos sospechosistas” comienzan a cuestionar sus intereses verdaderos.
La viralización de un video o una foto de un incidente aislado puede eclipsar la cobertura de las demandas de miles de personas. Las etiquetas y los hashtags que se generan alrededor de un incidente particular se convierten en la nueva agenda mediática, borrando del mapa la causa original de la movilización. Sin embargo, como lo afirman muchos expertos, los grupos de choque tienen los días contados entre las nuevas generaciones, más despiertas, más informadas y donde cada joven, además de ser una cámara ambulante, es también un teórico experto de la conspiración.






