Recuerdo cuando en la adolescencia encontraba simpático que un grupo de muchachos salieran en la madrugada con botes de pintura en spray para dibujar en los muros de casas y edificios, una serie de garabatos ininteligibles.
Pero mi opinión cambió cuando una noche la fachada de mi casa fue atacada por los grafiteros y ayudé a mi indignado padre a pintar aquellas letras gordas con nombres y siglas de supuestas palabras en inglés. Mas de nada sirvió, porque los grafiteros regresaron, no sólo a nuestra fachada, sino a todo el barrio, el cual perdió su plusvalía en menos de 10 años.
Mi aversión a los grafiteros alcanzó tintes de ficción, incluso pensaba que el mejor invento que alguna vez podría crear el hombre sería una especie de rayo láser que pulverizara grafiteros nocturnos con tan sólo colocarlo estratégicamente en lo alto de un poste.
Pero con el tiempo, al investigar sobre este tema, que se convirtió en una especie de obsesión, entrevisté a numerosos grafiteros y descubrí que esta expresión tiene dos vertientes: en su lado positivo es una suerte de tradición urbana ya vieja en la ciudad de México con exponentes de gran talento artístico.
Pero en el negativo, antes de la aparición de los celulares, contenía códigos cifrados para la venta de estupefacientes, robo a casas habitación y oferta de mercancía producto de atracos o de fayuca. Muchos creen que el grafiti comenzó con la introducción de la pintura en spray, pero ya desde los años cincuenta los barrios exhibían grafitis, aunque en una cantidad mucho menor que hoy en día.
En tiempos de la Revolución el grafiti político fue esencial para promover a los diversos bandos que se peleaban el poder e incluso hay grafitis memorables que fueron fotografiados durante el movimiento de 1968, como aquel del gorila con casco que exhibía un gran parecido con Gustavo Díaz Ordaz.
Platicando hace unos años con un grupo de grafiteros, afirmaban que, para ellos, esto es arte y describían la emoción que les produce un muro en blanco, así como el salir de madrugada, burlar a la autoridad e incluso treparse a lugares inaccesibles para plasmar su huella en el panorama urbano. Por lo general las pintas se realizan a partir de la 1 de la mañana, decía El Bane, quien durante los años 90 fue el grafitero más famoso de la colonia Cuauhtémoc, plasmando su apodo, según dijo en más de mil 500 muros.
No obstante, confesó que en los grafitis existía también un código cifrado para la venta de cocaína, mariguana y otras drogas como ácidos y tachas.
En esas letras gordas y remarcadas con un relieve, se puede leer al distribuidor y su ubicación, además del tipo de estupefaciente que se ofrece. “Algunos grafitis son como los anuncios espectaculares para la venta en el mercado negro. Están a la vista de todos, incluso policías y tiras y nadie les entiende más que los consumidores”, afirmaba El Bane.
Según este antiguo sistema que proliferó antes de la llegada de la tecnología y los chats de comunicación, las siglas de letras gordas incluían una C si se trata de cocaína, M para mariguana y A para ácidos, con una subletra para sus tres denominaciones: Águilas, Cielos y Soles. Junto a cada grupo de letras grandes había una especie de firma con rayones. Algunas son el nombre del distribuidor y otras la ubicación y la hora de la venta, por ejemplo, en la colonia Narvarte proliferaban hace unos años en los grafitis las siglas CPV2, que significan “Cocaína en Parque de los Venados, a las 2:00 AM”.
Aquellos grafitis incluso tenían un guion intermedio. Cuando aparecía con una cruz significaba que ya no habría oferta hasta nuevo aviso.
Curiosa y extrañamente las autoridades nunca han investigado nada al respecto, centrándose en el grafiti como mero crimen menor.
Por cierto, según los códigos del hampa, un ladrón no debía robarle el pan a otro ladrón, por eso cuando un negocio, casa o edificio estaban siendo vigilados para un futuro atraco, aparecía un grafiti pequeño en su fachada, semejante a una firma, a veces con la letra P, que según algunos significa “perreada” o bien hay otra firma con la que las bandas marcan, incluso ahora, su territorio para que otros sepan que aquel lugar está protegido por ellos ¡Con tanta organización, sólo les faltaría tener su propia marca de pintura! Más secretos del grafiti en otra ocasión.