Las decenas de robos que en los últimos dos meses han tenido lugar en las carreteras de todo el país por parte de grupos de delincuentes, lanzan un claro mensaje a la ciudadanía y a las "autoridades" (sí, entre comillas).

¿Cuál es ese mensaje? ¿Sencillamente, que no hay el menor respeto por el gobierno entrante de Claudia Sheimbaum? y que para las mafias que controlan nuestras carreteras, tanto la Guardia Nacional como los policías estatales, son algo tan inútil y chistoso como un duende de jardín, de esos que sólo están parados adornando sin hacer nada.

Lamentablemente, los principales blancos, además de los camiones de mercancías de fácil lucro son hoy los automóviles donde viajan familias.

En las semanas recientes todos hemos visto con indignación los videos de automovilistas que huyen en nuestras carreteras de camionetas llenas de sicarios, incluso está el video donde la pareja que viajaba con sus hijos y es perseguida por delincuentes logra encontrar a una patrulla de carretera que no hace nada.

De más está mencionar también el multi asalto de vehículos que se perpetuó para inaugurar el año en la caseta Puebla-Atlixco.

Siempre ha existido la polémica de que los ciudadanos desarmados se enfrentan a una mafia de delincuentes armada hasta los dientes. Incluso hay voces irresponsables que pregonan que todos estén armados para ya de una vez por todas traer el apocalipsis a tierras mexicanas. El acceso a las armas en realidad el verdadero problema, desde hace más de un siglo.

Además de la crisis económica, la falta de servicios y el gran número de mexicanos que no sabían leer ni escribir, otro de los problemas que tuvo que enfrentar la ciudad, después del periodo revolucionario, fue la gran cantidad de armas de fuego que portaban los capitalinos sin ningún tipo de registro o control.

Un periodista extranjero afirmó que la ciudad de México era una tierra de nadie, y que fuera de las colonias de abolengo, el resto de la urbe continuaba manteniendo la ley de la selva.

Incluso, dijo que hasta las abuelitas solían esconder un revólver bajo su chal “por si las moscas”, porque la inseguridad había dejado una honda huella en la sociedad, y el tener un arma para defenderse, probó, en muchas ocasiones, ser necesario. A principios de los años 20, uno de los primeros reglamentos para controlar la portación de armas de fuego, se aplicó al primer cuadro de la ciudad y se prohibió la entrada a todo capitalino que ostentara visiblemente una pistola.

Poco después, el antiguo ayuntamiento hizo un llamado a todos los “ciudadanos con conciencia” a que entregaran las armas ilegales a las autoridades. El problema era que casi todas las pistolas de los capitalinos entraban dentro de este último rubro, y la mayoría, con tal de ganarle unos pesitos a su fusca, acudían con el gánster del barrio para venderle su revólver.

De esta forma inició un próspero mercado negro.

A lo largo de las décadas, el problema continuó siendo grave, además de un tabú para las autoridades. Si usted visita la página de internet de la Dirección General de Registro de Armas de Fuego y Control de Explosivos de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena), se dará cuenta de las muchas lagunas que aún existen en los permisos para personas morales y físicas, además de la importación.

Hoy, comprar un arma en el mercado negro de Tepito es tan sencillo como desembolsar entre 10 mil y 50 mil pesos.

Curiosamente los taxistas se cuentan entre los gremios que más armas ilegales portan. La ley federal exige para obtener un permiso, presentar exámenes sicométricos, toxicológicos, no haber estado en tratamiento por alcoholismo o drogadicción, certificado médico de capacidad física y mental, así como comprobar un modo honesto de vida. Por lo visto quieren dejar fuera a todo militante de partido político.

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