¿Cuánto gasta el gobierno anualmente en cocteles y bebidas embriagantes? Una pregunta formulada por Lombardo Toledano durante un mitin hace ya varias décadas, y que a la fecha continúa sin respuesta. ¿Cuántos de esas reuniones nacionales, encuentros, seminarios y hasta actos conmemorativos realizados por el gobierno federal y que culminan en un generoso brindis, son costeados con el dinero de nuestros impuestos? ¿Cuántos programas sociales podrían apoyarse anualmente con el derroche en alcohol?
A lo largo de los años de publicar este espacio, numerosos lectores nos han enviado esporádicamente sus conclusiones a este respecto. Algunos de ellos, dedicados al análisis de estadísticas y maestros de grado universitario, incluso nos han compartido investigaciones en datos duros, entre ellos se mencionan desde los cocteles para anunciar gabinetes en las diversas secretarías hasta verdaderas bacanales llevadas a cabo en Palacio Nacional o incluso en el extranjero, entre ellas la famosa fiesta en el Festival de Cannes costeada hace un par de años por el Instituto Mexicano de Cinematografía.
Según algunos cálculos que nos enviaron, entre las secretarías que más derroche en alcohol han ejercido a lo largo de los años, curiosamente se encuentra la de Cultura, que habilita presupuestos para este fin a toda su red de Museos y Centros de las Artes etc, para amenizar las diversas exposiciones, presentaciones, recitales, premiaciones, incluso fiestas anuales navideñas, alcohol y más alcohol.
Lo cierto es que desde antes de la primera mitad del siglo XX el derroche en fiestas y alcohol ha sido una tradición de los gobiernos mexicanos. Y en otros tiempos, a causa del centralismo que se sigue ejerciendo en nuestro viejo México, la capital se convirtió en el punto de reunión para todos aquellos funcionarios que necesitaban llegar a acuerdos e intercambiar ideas y experiencias, a través de un foro organizado.
Desde la Convención por el aniversario de la Revolución Mexicana, pasando por la Reunión Nacional del sistema Hacendario, el Encuentro de Organizaciones Agropecuarias, hasta las reuniones partidistas donde se ponían de acuerdo sobre a quien destaparían para seguirse sirviendo con la cuchara grande, se realizaban en los auditorios de instancias, hoteles, salones y hasta teatros, donde después de las ponencias y mesas redondas, corría la comida y el alcohol como en una gran bacanal romana.
Para los que durante las acaloradas discusiones habían abundado en puntos álgidos y desagradables de su área, y hasta habían entrado en confrontación con algún colega, la comilona posterior a la "orden del día" era el lugar propicio para limar asperezas, y comprobar que entre compatriotas el alipús es la mejor forma de convertir a todos los hombres en hermanos.
Poco a poco se fue corriendo la voz de que la capital era una especie de Sodoma y Gomorra de las convenciones de todo tipo, donde los negocios y el placer podían combinarse sin empacho, fue así como se pusieron de moda otros términos, como simposio, festival cultural o encuentro nacional, que se convirtieron en el mejor sinónimo para decir elegantemente "la borrachera".
Desde los años 50, algunas organizaciones sindicales comenzaron a "encausar" los recursos de sus agremiados para costear animadas reuniones trimestrales y semestrales, para ponerse de acuerdo sobre cualquier tema pendiente, desde el color del logotipo que sería plasmado en el estandarte de la organización o el lugar que se ocuparía durante el desfile del Día del Trabajo.
Con el negocio ya puesto sobre la mesa, muchos hoteles y salones comenzaron a especializarse en esta clase de eventos, y ofrecían paquetes. En muchas ocasiones, cual niños exploradores, los participantes portaban algún distintivo que aludía al tema de su convención sin importar cuán ridículos lucieran. Un ejemplo fue el encuentro de militantes del partido tricolor, celebrado durante el gobierno de López Mateos, donde se dio a cada ponente una banda (bastante parecida a la de las señoritas de un concurso de belleza), que tenían plasmado en el centro la imagen del presidente.
Aunque pocos se atrevían a hablar del tema, a veces se filtraba a la prensa alguna nota que insinuaba el derroche que se realizaba en muchas instituciones para presentar programas de trabajo. En cuanto al consumo de alcohol, éste siguió sin ningún cambio. Un economista y periodista, de apellido Víquez, quien ya había predicho desde México la crisis de las naciones industrializadas, publicó un artículo a finales de 1979 donde calculaba someramente cuánto gastaba el gobierno en bebidas embriagantes, meseros, sillería, etc., anualmente, con todas las reuniones de sus secretarías e instituciones… a nivel nacional, nada más que el costo de 45 programas sociales de esos tiempos. ¿Se habrá modificado esa cifra? Realmente lo dudadamos.