El impulso transformador que marcó a la llamada Cuarta Transformación durante el primer trienio del gobierno de López Obrador –cuando se dieron los cambios más relevantes— ha perdido la fuerza de otros tiempos.
La narrativa de cambio parece haber dado de sí, tanto como el entusiasmo que generaba entre las generaciones jóvenes que en 2018 se sumaron a la campaña de forma desinteresada.
¿Cuál es hoy la gran causa, la gran promesa de la 4T?
No veo en el horizonte mejor opción que votar por Claudia Sheinbaum (y evidentemente por Clara Brugada en la Ciudad de México). Hacerlo garantizará, entre otras cosas, mantener una dimensión social y seguir reduciendo la pobreza.
Pero, ¿por qué debemos darles una mayoría de dos tercios en el Congreso, como buscan? ¿Sabrán usar bien esa mayoría?
La pregunta irritará a más de un cuatroteísta religioso, pero vale la pena hacerla. De hecho, a partir de ahora la responsabilidad de Morena y los claudistas consiste en persuadirnos con buenos argumentos sobre la necesidad de alcanzar esa ansiada mayoría.
¿Por qué habríamos de votar todo Morena, incluidos sus aliados incómodos y chapulines saltarines?
¿Para elegir a magistrados y ministros y de la Corte por voto directo, cuando sabemos que eso no cambiará nuestro putrefacto sistema de justicia ni erradicaría la corrupción de los jueces?
¿Para trasladar la Guardia Nacional a las Fuerzas Armadas, cuando su presencia no ha logrado solucionar la crisis de inseguridad en la que estamos ni necesariamente lo hará?
¿Para reformar un sistema electoral que, mal que bien, funciona y no es el principal problema del país? ¿Para acabar con los organismos autónomos? ¿En qué cambiaría eso nuestras vidas?
Si estas son sus causas y proyecto de país, dudo que la idea de entregarle todo el poder a Morena convoque un entusiasmo desbordante.
¿Qué más queda del discurso actual? ¿Garantizar aumentos del salario mínimo por encima de la inflación? De acuerdo, pero no es la gran cosa después de lo que ya se ha hecho en la materia. ¿Reformar el sistema de pensiones? Bien, pero el planteamiento al menos debiera ser asequible y realista.
Ciertamente, cada vez es más urgente que Claudia Sheinbaum adopte una narrativa que convoque, emocione, movilice. Es cierto, todavía no empezó formalmente la campaña y este no es el momento para hacer propuestas; el programa de gobierno todavía se está elaborando.
Pero no nos escudemos en formalismos. Hace falta un discurso más potente para llegar al corazón. Este no puede ser simplemente la continuidad, por el simple hecho de que el proyecto obradorista ya agotó su faceta más transformadora. De momento, no se logra divisar un programa ambicioso ni una causa que vaya más allá de la personalidad de Andrés Manuel.
La actual clase gobernante debe ser capaz de explicar por qué y para qué quiere mantenerse allí. ¿Se trata de conservar el poder por el poder mismo? En el caso de algunos personajes que gravitan en la órbita de la 4T, de escasos principios y mucha ambición, seguramente es así. En otros casos, que ciertamente los hay, falta una mejor argumentación, no simples consignas.
La receta del pragmatismo radical que hoy practica la dirigencia morenista —dominada por el mantra de ganar el país por dos tercios— sería mucho más fácil de digerir para quienes nos consideramos de izquierda si las respuestas fueran más convincentes, si el sentido final fuera más claro.