Hace algunos meses, cuando se anunció la candidatura de Xóchitl Gálvez, llegué a escribir que esa era la mejor decisión que la oposición había tomado en mucho tiempo.
Su perfil —distinto al de la clase política tradicional y más creíble que el de buena parte de los personares del PRIAN— se antojaba capaz de dar batalla, e introducir un elemento de incertidumbre en una campaña de resultado predecible.
Después de observar su desempeño a lo largo de estos meses, y particularmente en el más reciente debate, temo haberme equivocado. La campaña de Xóchitl empieza a parecer una tragicomedia.
Hoy no queda claro si el problema es la candidata, las erráticas decisiones de su equipo o acaso la injerencia de las cúpulas de los partidos aliados. Y es que las apariciones públicas de Xóchitl se han caracterizado por una sucesión de tropiezos, y no ha sido capaz de proyectar un mensaje coherente.
De ahí que el domingo la candidata del PRIAN no logró siquiera salir victoriosa entre los comentócratas más críticos a la 4T, la mayor parte de los cuales criticaron su desempeño en el debate. Para muestra, el sondeo que hizo Reforma entre sus columnistas en un ejercicio donde típicamente ganaban los candidatos de la derecha.
Existen tres elementos que importan especialmente cuando se trata de un debate: En primer lugar, la credibilidad en la historia que el candidato(a) quiere contar acerca de sí mismo(a). En segundo lugar, la manera en que ese candidato(a) logra retratar a su rival. Por último, está el manejo escénico, lo que se transmite a partir de una comunicación no verbal.
En el primer ámbito, Xóchitl claramente llegó al debate en una posición de debilidad que no tenía cómo resolver esa noche. Lo describió bien Jorge Zepeda Patterson cuando decía “es un misterio lo que haría Xóchitl en caso de llegar a la Presidencia. ¿Volver al pasado? Pero, ¿a qué pasado? ¿Al de Peña Nieto, al de Vicente Fox, al de Felipe Calderón?”
“¿O se trataría de ofrecer otra cosa porque ella, supuestamente, es una ‘candidata ciudadana’?” Con semejante indefinición en su narrativa, era difícil que a Xóchitl pudiera irle bien en el debate.
En el segundo ámbito, la manera de retratar a su principal oponente, Xóchitl también perdió. Mientras Sheinbaum permanentemente se refería a Gálvez como “la candidata del PRIAN” (un muy buen mote), Gálvez eligió etiquetar a su rival de la 4T como “la dama de hielo”, una mujer “fría”, “desalmada” y “sin sentimientos”. Como bien lo dijo León Krauze en un intercambio entre columnistas de EL UNIVERSAL, la etiqueta más exitosa fue la primera. Obviamente.
Por lo demás, es otra incongruencia que una mujer, que además dice simpatizar con la causa feminista, recurra a un estereotipo sexista tantas veces utilizados para referirse a las mujeres en posiciones de poder —desde Margaret Thatcher hasta Dilma Rousseff, pasando por Angela Merkel— como personas insensibles, simplemente por ejercer la autoridad como lo haría un hombre.
En el tercer ámbito, el del manejo escénico y el lenguaje no verbal, Xóchitl tuvo un desempeño trágico. Mientras los otros dos candidatos retrataban bien, era evidente el rostro demacrado de la panista, quien parecía no haber dormido. Se veía enojada, por momentos triste y, en la primera mitad del debate, nerviosa e insegura. Probablemente la candidata no había logrado reponerse de la divulgación del video de su hijo, pues ni siquiera fue capaz de proyectar la simpatía natural que le conocemos.
En contraste, Claudia Sheinbaum se veía sosegada, parecía una estadista, y proyectaba seguridad y aplomo. Actuó y se comportó como ganadora antes de serlo, como futura gobernante. Nada que ver con Xóchitl Gálvez que parecía descreer de su propio triunfo y pedir a gritos que esta campaña se termine de una vez por todas y a otra cosa mariposa.