La conformación del equipo que habrá de redactar el plan de gobierno de Claudia Sheinbaum envía algunos primeros mensajes interesantes.
De entrada, comienza a asomarse un estilo propio que no todos conocían. La probable sucesora de López Obrador estaría demostrado que su gobierno no será de simple continuidad y varias cosas podrían cambiar.
De entrada, el grupo que la ex jefa de gobierno anunció el domingo pasado le da más valor a la experiencia, la preparación y el conocimiento científico.
Es patente el interés por reconciliarse con la academia y alcanzar una buena interlocución con la comunidad científica, como lo muestra la inclusión del ex rector de la UNAM, Juan Ramón de la Fuente, la ex directora de la Facultad de Ciencias, Rosaura Ruiz, o la directora del Colmex, Silvia Giorguli.
Y aunque la apuesta por la pluralidad ha sido vista por algunos analistas como un cálculo político-electoral, también se han incorporado al claudismo algunos cuadros que dejaron la administración, ya por diferencias puntuales con el presidente (Gerardo Esquivel), ya con personeros de su gobierno (Tatiana Clouthier).
La inclusión de Esquivel, quien no habría sido ratificado para el Banco de México por negarse a seguir ciertas solicitudes del presidente, puede ser una señal de que la futura candidata estará más dispuesta a escuchar razones técnicas entre sus colaboradores y aceptar un “no se puede hacer eso” como respuesta.
Sheinbaum no es una figura especialmente carismática. No tiene mayor arrastre popular ni emociona a las multitudes como AMLO. En consecuencia, tiene que saber —como ha dicho Jorge Zepeda— que su legitimidad como Presidenta no vendrá de su origen social o simplemente de ser quien es. Emanará, en todo caso, de su capacidad para gobernar con eficiencia y dar más y mejores resultados palpables.
Si llega a ser presidenta, Claudia no podrá darse el lujo de aprobar en popularidad, pero encabezar un gobierno que en las encuestas llegó a reprobar en salud, educación o seguridad pública. Algo así la haría desplomarse en cuestión de meses. Por eso Claudia necesitará valorar y respetar más a los técnicos.
Por otro lado, un excelente fichaje en el equipo de Sheinbaum es el del expanista Javier Corral, a quien le pidió ocuparse del capítulo anti corrupción del programa. Vale la pena atender uno de los primeros planteamientos del exgobernador: que “no basta con que el Presidente de la República sea honesto”. Y tiene razón.
Más que un asunto de personas, la segunda etapa de la 4T deberá ser de reformas, de instituciones y de políticas mejor implementadas.
Al incorporar a Olga Sánchez Cordero, Sheinbaum manda otro mensaje relevante: quiere una mejor relación con el movimiento feminista y con causas progresistas que fueron quedando relegadas en esta administración, como los derechos humanos, la despenalización de la cannabis o la diversidad sexual.
Por último, en la extraña presencia de Francisco Cervantes, presidente del CCE, como orador, es claro el interés de la precandidata por tener una buena relación con el empresariado.
En la presencia de varios dueños de medios y empresarios en el acto de los diálogos para la transformación, se adivina un interés por conciliar más y pelear menos. Probablemente no haya otra alternativa porque Claudia no es AMLO ni podrá darse el lujo de abrir tantos frentes de conflicto. De ahí que se perciba en su estrategia un cierto “corrimiento hacia el centro”. ¿Habrá tal cosa?