Puede ser que este gobierno no tenga un proyecto educativo muy consistente, pero en las críticas al nombramiento de la nueva secretaria de Educación Pública hay algo más.

“Leticia Ramírez sustituye a la señora de las quesadillas (Delfina Gómez) al frente de la SEP”, escribió recientemente un tuitero.

Aurelio Nuño estudió en Oxford” —recordaba otro con nostalgia—, “¿Y Leticia Ramírez? ¿En el Conalep?”

“¿Por qué una asistente será la responsable de la educación de millones de niños del país?” se preguntaba una más, de muchos.

Con todo y que Twitter es una cloaca, los comentarios de estos internautas no son muy distintos del trato que dieron al tema ciertos medios y comentócratas, desde el que la definió como alguien que “contesta el teléfono”, hasta esas ocho columnas de Reforma que titulaban: “Pasa de gestora a titular de SEP ”.

Ese mismo diario tomó una metafórica decisión editorial de publicar un recuadro con los bienes enlistados en la declaración patrimonial de la nueva secretaria: una casa de 1 millón 130 mil, un departamento de 750 mil y uno de 143 mil pesos (dos viviendas de interés social). ¿Por qué sería esto relevante sino para subrayar –ante sus lectores de clase media wannafifí— su pertenencia a la clase social Fovissste.

Porque lo que en gran medida se le condena a Leticia Ramírez no es su falta de preparación en temas educativos. Haber sido maestra y sindicalista —además de una funcionaria acostumbrada a lidiar con los problemas reales de la gente— le aporta al menos una sensibilidad frente a estos temas que difícilmente tuvieron sus antecesores.

Pocos reprocharon con tal insidia la falta de experiencia educativa de Aurelio Nuño. Hasta que no dijo “ler”, le perdonaron su ignorancia. Después de todo, venía de la Ibero, era blanco y tenía el porte que algunos creen necesario para ocupar una secretaría de Estado.

Tampoco recuerdo que se le cuestionara mayormente su inexperiencia educativa a Josefina Vázquez Mota, quizás porque cursó Economía en la Ibero; a José Ángel Córdova Villalobos, a pesar de ser un médico; a Emilio Chuayfett, que era un hampón, o a Alonso Lujambio que era politólogo. Ah, pero eso sí, del ITAM, de Yale; un hombre “articulado” y de “buenos modales”.

La razón es simple, aunque les moleste escucharlo: lo que les irrita de ciertos cuadros de la 4T es su procedencia social. Porque en sus cabezas las posiciones más altas de poder están reservadas a cierta estirpe social o política.

Las críticas que hoy le hacen a Leticia Ramírez no son muy distintas de las que le lanzaron a Javier May cuando recibió el encargo del Tren Maya, a quien el caricaturista Paco Calderón –descaradamente racista y clasista— lo dibujó como un lavacoches.

O de las que enfrentó Delfina Gómez. Basta recordar cómo al llegar a la SEP las redes se llenaron de mensajes donde la llamaban “señora con fachas de verdulera”, “naca, ignorante e inculta”, “vendedora de tamales o de pozole”.

Incluso recientemente alguien escribió: “esta buena para líder de comerciantes o jefa de manzana, no para gobernar un estado”. Lástima margaritos, porque lo hará.

Y es que algunos olvidan que el voto por AMLO y la 4T en 2018 llevaba consigo el mandato de cambiar a clase política, lo que implica alterar la composición sociodemográfica de nuestra élite dirigente.

Otros tienen una idea distinta de sociedad y tal vez prefieran permanecer en su actual condición minoritaria. Como Margarita Zavala cuando en 2016 dijo: “Obrador tiene el empuje de gente pobre y sin estudios. En el PAN nos preocupamos por votos de calidad”.

Cuestión de gustos.

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@HernanGomezB
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