Según la tradición, Tepsis de Icaria fue el primer dramaturgo griego que instauró la figura del actor moderno allá por el siglo VI a.C, quizá por dicho hallazgo fue también el primer ganador del famoso concurso de dramaturgos de las tragedias dionisiacas. Gracias a Tepsis, el actor podía interactuar con el coro a través de diálogos; Esquilo y Sófocles pensaron que podría haber más de un actor en escena; eso sí, era costumbre que cuando se representaba una tragedia no podía haber más de tres actores dialogando al mismo tiempo, la comedia permitía cuatro. En los albores del teatro un mismo actor hacía más de un personaje, y el hecho de que este tenía que ser del sexo masculino fue costumbre hasta el siglo XVI, cuando se tienen los primeros registros de papeles actuados por actrices. Si bien las estrellas durante varios siglos fueron los dramaturgos y no los actores, conforme las obras fueron tomando complejidad y exigían destrezas específicas, los actores fueron tomando notoriedad. Con fama o sin ella, resulta impensable prescindir de actores y actrices en obras de teatro o películas, ¿o no?
La muerte repentina de algunos actores de películas en tiempos de rodaje ha obligado a la industria echar mano de la tecnología para seguir adelante con los proyectos iniciados sin afectar el producto final; pasó con Brandon Lee en The Crow, un doble y retoques digitales hicieron posible resucitar al hijo de Bruce Lee quien había muerto tras grabar apenas algunas escenas del largometraje, el resultado – para 1994- es sobresaliente. Oliver Reed, protagonista de Gladiator tuvo que ser igualmente “resucitado” para terminar dicha película; con Paul Walker se tuvo que recurrir a la técnica llamada computer generated imaginary o CGI; con Walker, la tecnología que nació en The Crow había evolucionado a tal grado que es casi imposible distinguir al protagonista finado con su doble digital.
Claro, un par de minutos después de maravillarnos con dichos avances tecnológicos es normal preguntarnos si es válido llamar “actuación” a lo que hace un técnico detrás de una computadora con los remanentes digitales de la fisonomía de un ser humano. The Congress, película israelí–basada en la novela homónima de Stanislaw Lem- plantea un mundo en el que se puede prescindir de actores para dar vida a historias en la pantalla grande; en dicha película, Andy Wright es una actriz en decadencia a la que se le ofrece la inmortalidad digital a cambio de abandonar su profesión, los actores pueden ser prescindibles. En The Congress, los estudios de cine utilizan tecnología que está lejos de ser una ficción; una cuasi esfera repleta de cámaras de alta resolución en las que se captan los gestos y posturas del ser humano en cuestión son utilizadas desde hace ya algunos años en la industria de los videojuegos, hacer una copia digital de una persona –el detalle llega literalmente a nivel de los poros de la piel- y ponerla después a “actuar” es algo que vemos todos los días no sólo en el puñado de casos famosos mencionados antes. ¿Estaremos cerca del día en el que la actuación sea un arte de programadores más que de personas? Parece que sí.