Largo hemos hablado en el último año de los efectos de la pandemia en el consumo de arte y cultura en el mundo, de lo negativo —por supuesto— y también de sus posibilidades. Hoy me despierto con la noticia de un festival de música masivo en Barcelona, el Primavera Sound 2022 a celebrarse en junio del año que entra, 415 artistas en 10 días de festival; no niego que sentí de inicio cierta emoción por un mundo que regresa a la normalidad; lo cierto es que no será así, no porque no seamos capaces de superar esta crisis —ya lo hemos hecho a lo largo de nuestra “corta” historia en este mundo—, es que la devastación ha sido tremenda y es seguro que hemos perdido mucho en esta odisea. Sí, no dejará de haber Zona Maco , FIL, Vive Latino y tantos otros festivales, pero hay que decir que éstos sobrevivirán porque lo que han perdido es recuperable, son una minoría de gigantes.
La UNESCO da cifras de la devastación: los museos tienen apenas un 30% de visitantes, el 90% de los sitios considerados patrimonio de la humanidad cerraron a lo largo de 2020 y en lo que va de este año, la ausencia de conciertos impactaron en poco más de 60% en los ingresos de la industria musical —80% en los ingresos directos de los músicos—, el cine un 74%, y más de la mitad de las ferias de arte se suspendieron; pero otra vez vivimos en una burbuja en la que creemos que el retorno de algunos eventos masivos es señal de buena salud para el arte y la cultura; en África sólo 5% de sus museos tienen presencia en línea y casi la mitad de la población mundial no tiene acceso a Internet, amén de los estragos económicos que impedirán a muchos beneficiarse del regreso a esa ansiada normalidad.
Por otro lado, Netflix incrementó casi 20% sus suscripciones y Spotify un 25% en el mismo rubro; más allá de que no se haya equilibrado la balanza, estas grandes empresas no compensan prácticamente nada a los creadores, en el caso de Spotify se trata de 5% de esas ganancias para los músicos.
Por supuesto, las posibilidades que dan las nuevas tecnologías de alguna manera democratizaron los mundillos del arte y la cultura, acercan a los creadores, irónicamente, con una intimidad entre éstos y los consumidores, como no se había visto nunca, y qué decir de las posibilidades de disfrutar de contenidos y obras de manera gratuita, en una oferta que quizá llegó a superar la demanda; pero no hemos aprendido, hasta ahora, la manera de retribuir, y en consecuencia valorar y revalorar la influencia del arte en nuestras vidas, o dicho de otro modo: no hemos sabido, creadores y consumidores, fomentar la aparición de un “ público nuevo ” adaptado a las nuevas realidades no sólo en su manera de consumir, sino de retribuir.
Los números negativos que ha dejado, y sigue dejando, la pandemia en el ámbito cultural están ahí, y habrá sobrevivientes que aprovecharán las ganas de regresar a la normalidad, pero no hay que olvidarse que son los menos y que quedarán muchas más “víctimas mortales” en el camino.
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