Durante más de un siglo, un verso enigmático del siglo XII ha desconcertado a filólogos y expertos en literatura medieval. Era un fragmento breve, pero lo suficientemente críptico como para alimentar múltiples teorías sobre su origen y significado. En él se hablaba de criaturas que parecían salidas de un mundo fantástico: “Algunos son elfos y otros víboras”. El contexto no ayudaba mucho, pero el tono parecía evocar un universo de magia, monstruos y hazañas heroicas. Así fue interpretado desde que el escritor M. R. James lo redescubriera en 1896, atribuyéndolo a una leyenda perdida del folclore inglés.
Sin embargo, un hallazgo reciente ha dado un giro inesperado a esta historia. Los investigadores Seb Falk y James Wade, de la Universidad de Cambridge, han descubierto que todo se debió a un simple error de copia. En realidad, el texto original no decía “ylves” (elfos), sino “wlves” (lobos). Una confusión paleográfica, propia de los manuscritos medievales, en la que una letra rúnica llamada “wynn” fue malinterpretada como una ‘y’.
Este pequeño desliz cambia por completo la lectura del fragmento. Ya no estamos ante un vestigio de literatura fantástica, sino frente a un comentario moral en forma de sátira. El texto pertenece a un sermón llamado Humiliamini, probablemente escrito por el teólogo Alexander Neckam. Allí se usaba una frase popular —hoy diríamos un “meme”— para ilustrar la corrupción y la ambición de ciertos caballeros, comparándolos con lobos y serpientes. El supuesto personaje fantástico Wade no sería un héroe mítico, sino una figura utilizada para criticar los vicios de la nobleza.
Este hallazgo es notable no solo por corregir una errata, sino por devolvernos una pieza cultural con todo su sentido original. Wade, lejos de ser una figura mítica al estilo de Beowulf, se revela como un símbolo moral cargado de ironía. Geoffrey Chaucer ya lo había mencionado en obras como Troilo y Crésida y El cuento del mercader, en un tono que sugería familiaridad con este tipo de alusiones satíricas. Hoy entendemos mejor por qué: el público medieval reconocía en Wade a un arquetipo que mezclaba humor, crítica social y resonancia popular.
Además, el sermón en cuestión empleaba esta frase como un gancho narrativo, lo que algunos expertos consideran el primer uso documentado de un recurso retórico popular con fines pedagógicos. Es decir, un meme medieval. En lugar de comenzar con una frase solemne, el predicador apelaba a una expresión reconocible para captar la atención de su audiencia, igual que hoy lo haría un político con una referencia a la cultura pop o un youtuber con una tendencia viral.
Lo fascinante de este redescubrimiento es cómo un detalle aparentemente menor —una letra mal leída— puede alterar por completo la interpretación de un texto y, con ello, nuestra visión de una época. También revela algo más profundo: que el deseo de conectar con el público, de explicar el mundo a través de lo conocido y lo humorístico, no es exclusivo de la era digital. Hace más de 800 años, los narradores ya sabían que, para tocar fibras sensibles, hacía falta algo más que teología: hacía falta ingenio.
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