Es cierto que la tendencia de la academia (estadounidense) es hacer un poco más… variada la selección de películas que nominan a los Oscar; la corrección política y esa tremenda necesidad que tienen sus miembros de mostrarse como las personas más bondadosas y humanas, progres, promotoras de las causas más nobles que existen en el mundo mundial son parte de esa motivación que los lleva a incluir cine de otras latitudes, con otras temáticas, de otros presupuestos, con menos CGI (Gráficos Generados por Ordenador), etc., etc. Y no me malentienda, gusto del llamado séptimo arte en casi todas sus variantes; no hago juicios de calidad basados en el lugar en donde se exhiben las películas o por su país de procedencia; en qué tan famoso es un director o si es sólo conocido por un grupillo de iluminados poseedores de la verdad; disfruto tanto de una comedia ligera como de esas pelis con pretensiones didácticas que buscan desesperadamente arrancarnos la venda de los ojos.
Estoy más peleado con la sobreexposición de esa obra producida en los grandes estudios, y ese aparente tabulador de calidad (y moralidad) que promueven y con el que crecemos y vivimos y creemos a ciegas. Nos hemos acostumbrado a una narrativa llena de estímulos visuales, auditivos, mercadotécnicos (y otra vez: el eterno discurso moralino gringo) que provocan el aburrimiento cuando estamos antes propuestas más contemplativas (o moralmente más audaces), con actores de los que no sabemos sus vidas privadas, de quién se divorciaron, cuántos seguidores tienen en Twitter o con qué look fueron a comprar un café al Starbucks.
Pero, como reza el título de esta colaboración, hay vida más allá, con propuestas que no buscan suplantar una cosa con la otra, sino simplemente ampliar la oferta: sumar.
Hay que decir que Netflix significó cierto cambio en los paradigmas (aunque sigue habiendo resistencias), atreviéndose a producir fuera de Estados Unidos y dar oportunidades a actores y directores de formar parte de grandes producciones; va, tampoco podemos decir que fue una revolución filosófica, mucho del pensamiento del vecino país salió a esparcir sus mismas concepciones del mundo tropicalizadas.
Pero ahí está también Filmin Latino, con suscripción mensual de $69, o rentas de $25, e incluso películas gratuitas; encontrará a directores fundamentales como Roberto Gavaldón, Ripstein, Cazals o Buñuel; o grandes promesas como Bruno Santamaría. Mil 600 títulos (o más, si puede acceder al catálogo de Filmin España) en todos los géneros, y que trae además cada año todo My French Film Festival, gratis.
MUBI, por $99 mensuales, y también opciones para alquilar, con una buena selección de Herzog, Almodóvar o Truffaut; pero también Woody Allen, Spike Lee, Kubrick o Jon Favreau; un gran catálogo que se renueva todo el tiempo y con selecciones temporales muy interesantes enfocadas en países y festivales.
Klick, de una de las grandes exhibidoras mexicanas, que no sólo permite la renta o compra de las grandes producciones estadounidenses apenas salen de cartelera, también hay filmes seleccionados de grandes festivales como Morelia, Cannes o Berlín. Vamos, que lo que falta en estos casos es tiempo, no opciones.
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