La desigualdad social en nuestro país no solo se refleja en millones de familias mexicanas; hoy, la desigualdad social también se manifiesta en la iglesia católica mexicana, esto a raíz del evidente estilo de vida que llevan altos líderes eclesiásticos, en comparación con modestos y discretos párrocos.
Bueno, pues esta habrá de agravarse, ya que nos cuentan que a últimas fechas el arzobispo primado de México, cardenal Carlos Aguiar Retes, se ha empeñado en incrementar sus ingresos económicos a través de sendas tarifas que exige a cientos de sacerdotes, quienes ya no saben cómo cumplir con el pago requerido, simple y llanamente porque la mayoría de esas modestas parroquias se sostienen gracias a la generosidad de su feligresía, cuya posibilidad de contribuir con mayores recursos se desvanece, ante la evidente crisis económica que se vive.
Se ha llegado al extremo de amenazar a los párrocos de que, si no logran cubrir la cuota requerida, serán removidos de las parroquias asignadas. Las cuotas varían dependiendo de las características de cada iglesia; es decir, tamaño, ubicación geográfica, número y estrato social de los fieles.
Aunado a lo anterior, a últimas fechas la Arquidiócesis ha ordenado consistentes e intimidatorias auditorías a las parroquias, al más temible estilo de los auditores hacendarios; esto, para buscar el tan anhelado recurso económico que, algunos sacerdotes han comentado, jamás encontrarán porque nunca ha existido.
Habría que recordar que al cardenal Carlos Aguiar Retes las cosas no le salieron como las tenía planeadas. Su cercanía con el grupo Atlacomulco y con el anterior gobierno del presidente Enrique Peña Nieto lo llevó a imaginar que, si el PRI ganaba las elecciones presidenciales, al ser nombrado cardenal y responsable del Arzobispado mexicano, con el apoyo del nuevo gobierno, es decir el priísta, encontraría el camino para, incluso, buscar ser el máximo líder mundial de la Iglesia católica o sea el mismísimo Papa, aunque usted no lo crea. Está claro que este escenario hoy es inexistente. Tal vez por ello, el jerarca católico concentra su esfuerzo en la simple intención de lograr los mayores dividendos personales con la posición que ocupa, presionando a sus párrocos.
Es innegable que la vida de un cardenal contrasta con la del párroco.
Vemos párrocos con gran vocación, que entienden que su función no es la de mejorar su condición de vida, sino la de asistir a los más necesitados en todos los sentidos; que se convierte en guía espiritual y asistente personal del alma de sus feligreses, cuando estos requieren de aliento en los momentos más difíciles de sus vidas, que van de puerta en puerta buscando la generosidad de aquellos que pueden desprenderse de algo y ser el conducto para que otros que menos tienen lo reciban.
En estas fechas es más común observar a párrocos (conozco algunos) que buscan que se les done frijol, arroz, azúcar, sopa de pasta, para que miles de familias, en esta Nochebuena, puedan tener una cena lo más digna posible.
Esos sacerdotes que culminan su vida sin tener nada y solo esperan que, al hacerse la voluntad de Dios esta sea lo más generosa posible, para concluir su existencia lo más próximo a la dignidad. Ese contraste se vive en la Iglesia mexicana.
En el fondo esa puede ser una de las grandes causas que han llevado a que millones de personas, que otrora fueran católicos, hoy buscan otras opciones espirituales.
Cuando el papa Juan Pablo II vino a México en el año 2002, el 90 por ciento del pueblo mexicano profesaba el catolicismo; hoy, apenas llega al 50 por ciento que, sin ser nada despreciable, denota una reducción importante. Seguro esta es la causa por la que no entran los recursos económicos tan añorados y requeridos por el jerarca católico.
La Iglesia tendría que diseñar una nueva estrategia para recomponer su relación con sus creyentes. La única cara que estos observan es sin duda la de sus párrocos, con quienes tienen contacto cuerpo a cuerpo cada día de la semana.
En las manos de ellos está el verdadero poder de la Iglesia.
Habría que recordar aquel refrán tan conocido que aplica en cualquier condición de vida: “Tú propones, Dios dispone y llega el chamuco y todo lo descompone”.