Cada uno de los seres humanos nacemos con rasgos singulares que nos hacen únicos, muchas veces imperceptibles a primera vista, pero que gracias a la ciencia médica hoy podemos confirmarlos bajo la denominación de datos biométricos: imagen del rostro, huellas dactilares e imagen del iris de los ojos (incluso la voz); y en caso de necesidad, recurriendo a nuestra huella genética, al ADN.

En el pasado, únicamente fue el nombre de pila (en alusión al lugar religioso del bautizo), transformado después en nombre legal luego de la secularización, el medio por el cual la sociedad y el Estado asignaron un signo distintivo a cada persona, reflejo a su vez de las características individuales provenientes de la naturaleza.

Además del nombre, se suman otros elementos distintivos como la fecha de nacimiento, el sexo, y en tiempos recientes una clave numérica o alfanumérica. Todos ellos conforman los atributos de la identidad legal o personalidad jurídica, al que hay que agregar uno más, la nacionalidad.

Esta última, que a diferencia de los demás es un rasgo colectivo, consecuencia de que los seres humanos se agrupan en función de afinidades como la raza, la lengua, las costumbres, las experiencias, etc. La nacionalidad es una invención política producto de la división entre pueblos, delimitados a su vez, por el territorio que ocupan. Siendo pues el símbolo más importante de lo que se conoce como el Estado moderno, y al no ser un elemento natural (distintivo) de los seres humanos, no se nace con ella, sino se adquiere.

En efecto, al declarar el nacimiento de una persona en el Registro Civil, se debe demostrar que tuvo lugar en el territorio nacional para obtenerla. En otras palabras, la nacionalidad es una característica neutra, donde no es buena ni mala, sino un hecho inevitable.

México, como la gran mayoría de los países civilizados, concede la nacionalidad por varias vías, por nacer en su territorio o por nacer en el extranjero de padre o madre mexicanos. Una tercera, es la naturalización, nacionalidad a la que pueden acceder los extranjeros con base a criterios de residencia, vínculo conyugal o descendencia.

Hasta 1997, en nuestro país no se permitía tener más de una nacionalidad, es decir, aquellas o aquellos que optaran por adquirir otra nacionalidad perdían la mexicana. A partir de la reforma constitucional de aquel año, se puede tener doble nacionalidad, salvo si se aspira a ocupar un cargo de representación política.

Como se ha apuntado, el elemento cultural “identitario” es sustancial a la nacionalidad, por ello, para garantizarlo por más de dos siglos de existencia como Estado-nación, el legislador federal mexicano limitó a la primera generación de personas nacidas en el extranjero -de padres mexicanos por nacimiento- el poder adquirir la nacionalidad, por una razón esencial; aunque nacieran en el extranjero, el hecho mismo de que sus padres hubieran nacido en territorio mexicano, permitía transmitir todo aquello que significara “la mexicanidad”.

Hay que decirlo con toda precisión, ese principio se ha roto en 2021, cuando por motivos ideológicos y no jurídicos se decide reformar la Constitución y la ley correspondiente, para abrir la posibilidad indefinida de adquirir la nacionalidad mexicana a todas las generaciones siguientes.

Como tantos otros asuntos ha pasado inadvertido, sin aquilatar sus consecuencias que a mediano y largo plazo puede significar este paso temerario, particularmente en lo que respecta a millones de personas nacidas en Estados Unidos de América, descendientes de mexicanos y mexicanas que nacieron en nuestro país.

Pues, de acuerdo con el Instituto de los Mexicanos en el Exterior de la Secretaría de Relaciones Exteriores, se estima que son 30 millones de personas las que descienden de 10 millones de nacionales que emigraron al país del norte.

Si partimos de las estadísticas del INEGI, en que cada mexicano tiene en promedio dos hijos, podemos conjeturar, ante la escasa costumbre de mezclarse con otras razas, que posiblemente 20 millones de ese universo flotante de 30 millones -no se sabe si ya se les ha concedido la nacionalidad estadounidense y/o se mantienen como irregulares- son la primera generación de nacidos en el extranjero y que guardan un vínculo cultural con México debido a que sus padres nacieron aquí.

El problema son los otros 10 millones (segunda generación), que ahora ya tienen acceso a la nacionalidad mexicana -y todas las por venir- ya que difícilmente guardan un nexo directo con lo que significa ser mexicano (a).

Hay que insistir que no hay “mexicanos y mexicanas de primera, segunda...” generación nacidos en el extranjero, mientras no se solicite formalmente la nacionalidad al Estado mexicano, siendo su estatus jurídico, el de extranjero.

Si ya era preocupante que, en el anterior esquema constitucional-legal, 20 millones de personas pudieran acceder a la nacionalidad a pesar de no haber nacido aquí, más lo es, que un universo de personas tan numerosas como 10 millones, sin ningún nexo “identitario” salvo el genético proveniente de sus abuelos, puedan influir desde el extranjero en los destinos de un país donde no viven o no les une ninguna experiencia. Lo cierto, es que la clase política en el poder ignora las consecuencias de sus propias actuaciones.

Pues al adquirir la nacionalidad se podrá acceder a la ciudadanía con la mayoría de edad, y con ello, votar en las elecciones presidenciales y senadurías, como de algunas gubernaturas y jefatura de la CDMX.

Precisamente el nacionalismo, es el resultado de la exaltación política que relaciona la nacionalidad con los elementos colectivos (culturales) que la acompañan, incluyendo las instituciones públicas.

Por ende, siendo irrelevante preguntarse si es orgullo tener la nacionalidad de donde nacemos, como lo es preguntarse si es orgullo ser parte de la humanidad, pues ambos, son hechos que escapan a nuestro control.

Si acaso cabe cuestionarse ¿cuál es la mejor nacionalidad?, es recomendable estudiar los principios y valores de los países que han alcanzado mayor desarrollo humano, desde el punto de vista moral y ético, y no solo desde el económico; donde el mérito, la honradez y el esfuerzo sean los pilares, y no el victimismo y la corrupción en todas las capas sociales.

La sintonía entre las mayorías y el gobierno (nacionalismo) depende de la moral de un pueblo, de que lado está la aguja del péndulo en tal disyuntiva. En ese sentido, se puede vivir exiliado en el país donde uno nace como sentirse nacional en donde uno es extranjero.

Autor de las obras Derecho a la Identidad Personal y Cédula de Identidad en México, editorial Civitas&Universitas, 2022, sevilla2023derecho@gmail.com

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