La primera masacre protagonizada por el Ejército en tiempos de la 4T sucedió el martes pasado en Tepochica, Guerrero, una comunidad cercana a Iguala.
El secretario de la Defensa, Luis Cresencio Sandoval, acababa de presentar horas antes un cuadro titulado “Índice de letalidad”, que aparentemente demostraba que, en este gobierno, el uso de la violencia letal por parte de las fuerzas armadas había disminuido.
Vinieron a partir de entonces horas negras para el general secretario.
Primero, en un artículo publicado en EL UNIVERSAL, investigadores del CIDE —Javier Treviño, Sara Velázquez, Raúl Bejarano— demostraron que las gráficas del general, por decir lo menos, resultaban “curiosas”. Pasaban por alto los consensos internacionales de medición, y al aplicar un fórmula extravagante (“el número de muertos, menos la suma de detenidos y heridos en supuestas detenciones”), llegaban a la conclusión de que, al realizar funciones policiacas, el Ejército estaba haciendo cada vez un uso menor de la fuerza letal.
Pero el índice internacionalmente aceptado desde los años 80 del siglo pasado solo divide el número de muertos entre el número de heridos. Punto. Si el número de presuntos delincuentes muertos excede en mucho el número de heridos, se abre la posibilidad de que haya ocurrido un uso desproporcionado de la fuerza. “La expectativa es que se hiera a más personas de las que se mata”, señalaron los autores en su artículo.
Lo de Tepochica reventó horas después. Al momento, solo existe una versión: la oficial. Y es opaca. Militares de la 35 Zona Militar tropezaron de frente con civiles armados. Los civiles armados los agredieron. Los militares “repelieron la agresión”. Y el resultado fue 14 presuntos delincuentes, y un cabo muerto.
Este cabo estaba encargado de la ametralladora de uno de los vehículos militares. Antes de morir a consecuencia de las heridas que le produjo el ataque, terminó con la vida de 14 de los agresores.
Según esta versión, ninguno de los otros militares que participaba en el operativo abrió fuego en contra de los agresores —se trataba de un operativo de erradicación de cultivos—. Según esta versión, el único que disparó fue el militar muerto.
Las fotos del suceso son inquietantes. Algunos de los difuntos quedaron sentados en la caja de la camioneta en la que viajaban. Otros más aparecen, agrupados uno al lado de otro, y tendidos en el suelo, junto a la parte trasera del vehículo.
La camioneta presenta impactos de bala en el frente y en el parabrisas, así como en portezuelas y ventanillas del costado izquierdo. Los sicarios fueron acribillados desde el frente, desde el lado izquierdo y desde atrás, según personal especializado en operaciones especiales y en combate al crimen organizado que analizaron las fotos, y que fueron consultados por el columnista.
Salvo en dos o tres casos, los cadáveres que aparecen en las imágenes no tienen armas. El boletín informa, sin embargo, que los militares aseguraron 13 armas largas, 6 armas cortas y una granada, así como un verdadero arsenal en el que había 6,329 cartuchos útiles. De acuerdo con los especialistas consultados, una explicación de esto sería que la escena de los hechos fue alterada, pues no se preservó la evidencia.
La información oficial detalla que se aseguraron dos camionetas con reporte de robo, más de cien cargadores, chalecos tácticos, radios portátiles y teléfonos celulares. Se desconoce, sin embargo, el número de cartuchos percutidos, así como su calibre.
Queda por delante un largo camino para saber a ciencia cierta qué ocurrió en Tepochica. El general secretario lo resumió de este modo: los militares aplicaron la Ley de Uso de la Fuerza: “su disciplina y adiestramiento especializado para reaccionar ante agresiones de este tipo, de manera oportuna y contundente, empleando su equipamiento y material con que están dotados”.
Es posible decir entonces que el Ejército aplicó la fuerza desde una lógica de guerra: está entrenado para enfrentar contextos de conflicto bélico y no funciones de seguridad pública. El resultado de esto ya lo conocemos. Lo hemos vivido durante años y se había asegurado que no volvería a ocurrir.
Tepochica es, en todo caso, el bautizo de fuego del Ejército en tiempos de la 4T. Debería ser también un foco rojo para el propio instituto armado: él será el responsable histórico de este experimento que ha puesto por completo la seguridad pública del país sobre sus espaldas.