Cuando Brayan Mauricio González, El Pozoles, uno de los líderes de la Unión Tepito, fue detenido en febrero de 2019, la joven escort venezolana que lo acompañaba le rogó a los agentes de la fiscalía del Estado de México que la entregaran de inmediato al personal de Migración. “Lucía totalmente aterrorizada”, relató uno de ellos. “Quería que la apartaran cuanto antes de este tipo; quería volver a su país para quedar lo más lejos posible de su alcance”.

El terror que El Pozoles despertaba entre jóvenes extranjeras que anunciaban sus servicios en la página Zona Divas, quedó expuesto por primera vez en un reportaje publicado en marzo de 2018 en EL UNIVERSAL. Una periodista que investigaba la trata de mujeres en México, a raíz del asesinato de al menos seis escorts extranjeras, logró contactar a una chica que le confesó que tenía en su poder audios, fotografías y videos que implicaban a El Pozoles en el asesinato de al menos dos mujeres: Kenni Finol y Karen Aylen Grodzinski.

Dichos materiales habían sido enviados por Kenni Finol a una amiga de confianza cuatro meses antes de su asesinato. Mostraban a la muchacha brutalmente golpeada y con el rostro desfigurado. “Él mata por hobby… Viví con él y varias veces mató por nada en mi cara”, relataba Kenni.

Había conocido a Brayan Mauricio en una fiesta, hacia abril de 2017. En septiembre de ese año la relación era un infierno. Ella decidió terminar y arreciaron las golpizas, los vituperios, las amenazas. “Quiere que me vaya de México y que ya no putee más”, reveló ella.

Más tarde se supo que El Pozoles le había pedido a Kenni que como prueba de amor le entregara uno de sus miembros. Así que le voló un dedo del pie con un disparo. De acuerdo con la joven, el integrante de la Unión obligó a la escort Karen Aylen Grodzinski a que vigilara sus pasos para informarle si continuaba trabajando.

A Karen Aylen la mató El Pozoles en diciembre de 2017 en el Hotel Pasadena de la Avenida Revolución. Luego le llamó a Kenni para mostrarle una imagen del cuerpo y decirle: “Mira, maté a Karen”. Ella advirtió: “¡Ese hombre acaba de matar a Karen y me va a matar a mí!”.

En febrero de 2018 la encontraron en Ecatepec, con la cara encintada. La habían destrozado a golpes. Le deshicieron el rostro con ácido.

Un año más tarde, El Pozoles seguía de fiesta. Según el periodista Antonio Nieto, le entregó a la Unión Tepito 250 mil pesos y una camioneta para que lo perdonaran, no por lo que había hecho, sino por haber “calentado” la plaza. Cada domingo, escoltado por un ejército de sicarios, acudía a un bar de Aragón. Quienes lo aprehendieron advirtieron que iba maltratando, a bordo del auto, a la joven que lo acompañaba. Al ser detenido se puso a llorar y pidió a los agentes que no lo golpearan.

Lo sentenciaron a solo cinco años por narcomenudeo. Se dijo que el ministerio público no había aportado pruebas suficientes para vincularlo a proceso por homicidio. En noviembre de 2022, una madrugada de sábado, fue liberado.

La fiesta continuó durante otro año. En octubre de 2023, agentes de inteligencia de la Secretaría de Seguridad capitalina volvieron a aprehenderlo… lo acompañaba un joven de origen venezolano y se paseaba, tranquilamente, por calles de la Roma.

Aquellos días fueron rápidamente olvidados. Una serie de Netflix, “El Portal: la historia oculta de Zona Divas”, dirigida por Astrid Romero y Fernanda Valadez, ha traído de vuelta, con toda su crudeza, no solo las historias que rodearon aquellos días siniestros; no solo la intrincada telaraña de ineptitudes y complicidades que han dejado sin justicia a las víctimas (el fundador de Zona Divas, por ejemplo, condenado a 29 años de prisión, fue liberado el mismo año de su detención), sino también —y este es su mejor hallazgo— la vida misma de mujeres que llegaron a México engañadas, huyendo de la pobreza, solo para chocar de frente con el rostro más oscuro de un país. Un país capaz de triturar vidas enteras, y dejarlas tiradas en una habitación de hotel o un callejón, sin que la mayor parte de las veces ocurra absolutamente nada.

“El Portal…” permite mirar de frente a ese país, a través de un río de desolación que, sin embargo, hacía falta que alguien contara.

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