A cinco años de lo que el presidente López Obrador ha llamado “el triunfo del pueblo”, quise regresar a un libro que causó revuelo en 2017, y en el que el propio AMLO plasmó cómo iba a ser el México de finales de su sexenio. Ese libro se llama “2018: La salida. Decadencia y renacimiento de México” y fue todo un éxito de ventas.
Lo recordaba lleno de promesas, de soluciones, de salidas.
Quise ir de nuevo a sus páginas después de ver en el Zócalo a un presidente enojado, a ratos vociferante, y como sumergido en un discurso que no era precisamente el del triunfo.
En 2017, López Obrador veía con claridad de profeta el futuro de México. Para el último año de su sexenio, según escribió, la delincuencia organizada estaría acotada y en retirada, y los índices delictivos habrían caído en 50 por ciento.
Los jóvenes no tendrían que tomar “el camino de las conductas antisociales”; López Obrador, con su ejemplo de honestidad y “atendiendo las causas sociales”, le habría quitado a la delincuencia “la posibilidad de incorporar a sus filas a quienes, como ahora, no estudian ni trabajan”.
“Ya no será México el país de la violencia, de los desaparecidos y de la violación de los derechos humanos”, advirtió AMLO.
De hecho, en ese último año de su sexenio, habría en la sociedad mexicana un nivel de bienestar y un estado de ánimo completamente distinto al de 2017, como producto de una nueva política económica “con desarrollo y seguridad” y con “fortalecimiento de valores culturales, morales y espirituales”.
En el último año de AMLO, el campo estaría produciendo como nunca: en tres años México sería autosuficiente en maíz y frijol, y para finales del sexenio lo sería “en arroz”. “Otro tanto ocurrirá con la carne de res, cerdo, aves y huevos, y será considerablemente menor la importación de leche”.
México sería líder en la exportación de frutas, verduras y hortalizas; habría mayor producción de papaya, café, plátano y cacao.
En el último año de AMLO el país estaría reforestado por completo y se tendría totalmente garantizada la preservación de la flora y la fauna.
No solo eso: habríamos recuperado ríos, arroyos, lagunas.
La sociedad tendría una verdadera conciencia ecológica y abundarían las obras de tratamiento de aguas negras y basura.
Desde luego, la emigración habría pasado a formar parte de la historia, “de una época ya superada”: “La gente estará trabajando donde nació, cerca de sus familiares, de su medio ambiente, con sus costumbres y cultura”. Nadie, prometió AMLO, “para mitigar su hambre y su pobreza se verá obligado a abandonar su tierra natal”.
No solo eso: los trabajadores habrían recuperado su poder adquisitivo en cuando menos 20 por ciento y el grueso de la población no solo consumiría los productos de la canasta básica.
Por lo demás, ningún mexicano padecería hambre, nadie viviría en pobreza extrema, ni un solo habitante del país se quedaría sin asistencia médica y sin medicamentos. Los adultos mayores vivirían sin preocupaciones materiales “y serán felices”.
La riqueza estaría mejor distribuida. México habría crecido 4 por ciento durante el sexenio, y al llegar al último año el crecimiento sería de 6 por ciento, “logrando superar el resultado del periodo neoliberal”.
No quedaría rastro alguno de la delincuencia de cuello blanco. Se habría erradicado por completo la corrupción política y también la impunidad. Solo prevalecería la honestidad: los servidores públicos serían vistos con respeto por todos los mexicanos.
La separación y el equilibrio de poderes serían una realidad. También, el pleno ejercicio de las libertades. México contaría por fin con un auténtico Estado de Derecho.
La compra del voto sería un desagradable recuerdo, “para el anecdotario”. Estaría “muy avanzado el proceso para convertir en hábito la democracia”.
En el último año de AMLO, no solo habría una sociedad mejor: se habría creado una nueva corriente de pensamiento que ayudaría a impedir el predominio del dinero, del engaño y de la corrupción.
Se habrían impuesto por fin la dignidad, la verdad, la moral y el amor al prójimo.
Sería realidad, en fin, un concepto que López Obrador había venido definiendo y delineando en años recientes: el de la república amorosa: “una manera de vivir sustentada en el amor a la familia, al prójimo, a la naturaleza, a la patria y a la humanidad”.
Así se habría regenerado la vida pública de México: la Patria viviría, en el último año de AMLO, un cambio profundo, equiparable al que trajeron la Independencia, la Reforma, la Revolución…
El tiempo marcado por la profecía, ha llegado.
Que cada quién saque sus conclusiones.