A una semana de que asumió oficialmente la Presidencia de la República, la realidad asaltó de manera implacable a Claudia Sheinbaum. La presidenta chocó de frente con el país legado por su antecesor.
El día de su eufórica toma de protesta, elementos del Ejército asesinaron a seis migrantes que viajaban en el tramo Villa Comaltitlán-Huixtla, en el estado de Chiapas.
Cuatro de ellos murieron ahí. Dos en un hospital. Diez personas resultaron heridas. Los militares los asesinaron porque iban en una camioneta “como las que usan grupos delincuenciales”.
Era el anuncio de lo que vendría durante los primeros siete días de su gobierno: 566 asesinatos desde que Ifigenia Martínez le entregó la banda presidencial: 80.8 homicidios por día: una cifra que supera incluso la contabilizada en octubre de 2022, cuando se registraron 80 homicidios dolosos cada día.
El país que la presidenta tanto le celebró a López Obrador se encuentra en realidad chapoteando en sangre. En la semana que ha transcurrido desde el primero de octubre en que ella tomó posesión hubo 100 homicidios en Guanajuato, estado donde solo el ataque por parte de un comando a un centro de rehabilitación de las adicciones cobró 12 víctimas, y donde la violencia no ha dado tregua un solo instante: 19 asesinatos el 1 de octubre, ¡32 el día 3!, otros 19 el 5 y 13 más el día 6.
40 homicidios en el Estado de México, la segunda entidad más violenta durante los primeros días del sexenio de Sheinbaum, y otros 26 en el estado de Sinaloa, donde la guerra desatada tras el enfrentamiento entre Los Chapos y Los Mayos tras la traición que puso a Ismael El Mayo Zambada en manos del gobierno de Estados Unidos ha trastocado la vida cotidiana de más de un millón de habitantes —balaceras diarias: narcobloqueos, persecuciones, quema y robo de vehículos—, y ha dejado en las calles más de 155 muertos y más de 170 desaparecidos.
25 homicidios en Michoacán, territorio donde los cárteles han impuesto su ley mediante la extorsión y el secuestro de productores y comerciantes, y donde mantienen bajo sitio ciudades, caminos y poblaciones enteras.
24 homicidios más en Baja California, 23 en Colima y otros 23 en Oaxaca; 18 en Tabasco, 17 en Sonora, 16 en Chiapas, 14 en Jalisco, 13 en Nuevo León…
Y desde luego, las 30 víctimas que la violencia ha dejado en Guerrero durante la primera semana del sexenio de Sheinbaum, y el horror que despertó de nuevo entre los habitantes de Chilpancingo tras la decapitación del alcalde de oposición Alejandro Arcos Catalán, quien con solo seis días en el cargo, y tras el asesinato de dos de sus principales colaboradores —el secretario del Ayuntamiento y quien iba a ser su secretario de seguridad pública— pidió protección tanto al gobierno federal como al gobierno estatal en al menos tres entrevistas concedidas a medios nacionales, y a quien la gobernadora, Evelyn Salgado, ni siquiera le tomó la llamada alegando “cuestiones de agenda”.
Una situación que ninguna institución de seguridad del gobierno de la llamada 4T quiso atender, o algo peor, de la que ni siquiera se enteró, a pesar de dos funcionarios habían sido ejecutados en menos de una semana. Una situación que culminó, no solo con el asesinato del alcalde que gobernaba nada menos que la capital del estado —de ese tamaño es el desafío que ha lanzado el crimen organizado—, sino con la difusión de un mensaje aterrador: la cabeza cercenada de Alejandro Arcos, convertida en boletín de prensa de Los Ardillos para mostrarle a México entero quién manda en realidad en el estado de Guerrero.
No hay deslinde posible. La solicitud de protección del alcalde quedó registrada en los medios y él no tuvo ayuda ni respaldo del Estado mexicano.
Para Claudia Sheinbaum se trata de una inauguración brutal. A pesar de las loas con las que cubrió a su oscuro antecesor, la realidad no tardó más de una semana en emerger. Comenzó a alcanzarla muy temprano el resultado de los abrazos al crimen organizado, de la indolencia, la incompetencia, la corrupción, la complicidad político-electoral: el avance solapado durante un sexenio de los grupos delincuenciales a lo largo y ancho del territorio mexicano.
En las cifras de esta semana, y en los sitios donde se dieron, queda delineado el problema que la presidenta ha heredado —y que se quiso invisibilizar, durante seis años, a punta de “mañaneras”.
Su antecesor le dejó el camino sembrado de bombas.
Las primeras han comenzado a estallar, y la realidad empieza a mostrar su cara verdadera.