Durante los últimos días, la pregunta en Morena no era quién iba a ganar la elección en el Estado de México, sino por cuántos dígitos. Connotados morenistas llegaron incluso a cruzar apuestas sobre el resultado. Veían con claridad lo que muchos otros no: que era materialmente imposible la derrota de Delfina Gómez. Que en el Edomex, bocado de alrededor de 13 millones de votantes (más del 10% del listado nacional), el presidente López Obrador no había tenido empacho alguno en emplear, incluso de manera ilegal, todos los recursos a su alcance para imponer como gobernadora a la exalcaldesa de Texcoco: una candidata dirigida por los cacicazgos regionales que encarnan Horacio Duarte e Higinio Martínez, y con delitos electorales probados por el TEPJF, y poseedora de un oscuro historial de malversaciones durante el tiempo en que ocupó el escritorio nada menos que de José Vasconcelos como titular de la Secretaría de Educación Pública.
Según la Auditoría Superior de la Federación, las irregularidades cometidas por Gómez llegaron a sumar 830 millones de pesos en bienes adquiridos y no localizados, en pago de sueldos y prestaciones y en casi 500 millones de pesos sin aclarar.
Sin embargo, todo eso había dejado de importar en el Estado de México.
En el equipo de la candidata aliancista Alejandra del Moral narran que esta se dio cuenta, por una frase que le espetó Delfina Gómez durante el segundo debate que sostuvieron (y que ella había pronunciado el día anterior durante una conversación telefónica), que sus llamadas estaban siendo espiadas.
En el Edomex, los hechos demostraron que, sin tomarse siquiera el trabajo de disimular, desde el presidente de la República hasta el último Servidor de la Nación incurrieron en violaciones a las normas y leyes electorales, las cuales no fueron tratadas como conquistas de los mexicanos, sino por el contrario pisadas y violadas como molestos obstáculos que había que superar, y a los que había que pasar encima al precio que fuera.
Se trató de las que son tal vez las elecciones más cínicas que se han visto en México en por lo menos 30 años.
A fines de mayo, el presidente se reunió con los 22 gobernadores que le son afines con el pretexto de afinar y no bajar la guardia en cuanto al tema de los programas sociales.
Y aunque el uso electoral de estos está totalmente prohibido, cada uno de los mandatarios –se filtró después– salió de la reunión con un encargo específico. Se trataba de asegurar a toda costa el resultado en el Edomex.
No había llegado el mediodía de ayer y ya las redes sociales daban cuenta de una voluminosa cantidad de trapacerías que recordaban los años de gloria del priismo.
Un exalcalde de Michoacán fue sorprendido llevando gente y dinero (medio millón de pesos, según se informó) a Atlacomulco.
A un expresidente de Cuautitlán Izcalli lo descubrieron muy cerca del palacio municipal con propaganda de Morena y formatos para votar. En ese mismo lugar circularon fotos de despensas y propaganda con los logos del partido oficial.
En Toluca se reportó que estaban repartiendo un código QR entre los votantes, que supuestamente permitía el acceso a programas sociales con solo mandar foto de la boleta cruzada a favor de Morena.
En Los Reyes, Naucalpan, Tultepec y Ecatepec varias personas fueron sorprendidas repartiendo propaganda, comprando votos, obstruyendo el acceso a las casillas.
Por otra parte, la campaña morenista se echó a cuestas la tarea de desalentar a los votantes (en una entidad en la que participación electoral es históricamente baja, de entre el 46 y el 48%) mediante la difusión de encuestas falsas que le dieron a Delfina Gómez una ventaja de hasta 26 puntos porcentuales sobre la abanderada de la coalición Va por México, y por las que el tribunal electoral local tomó la decisión de sancionar a Morena.
A la suma de trapacerías electorales se agregó la tibia postura del gobernador Del Mazo (ya es un chiste decir que el PRI tiene más embajadores en la 4T que gobernadores) y el abandono del priismo mexiquense, cuyos representantes tienen largas colas que cuidar, y a quienes también se presionó para bajar los brazos o para operar en favor de Delfina.
No se puede soslayar el desencanto y el rechazo que los excesos del PRI han dejado. En todo caso, lo que vimos estos meses, y que halló su momento culminante el día de ayer, no es, como atinadamente ha escrito Jorge G. Castañeda, sino el ensayo general del gran carnaval que veremos en 2024: no es sino la antesala del golpe final que la incipiente democracia mexicana recibirá en un año exacto.