En la Ciudad de México hay lugares repletos de seres imaginarios. Uno de mis favoritos estuvo en el número 9 de la calle de Atenas, en la más que centenaria colonia Juárez: unas ruinas descascaradas, de estilo andaluz, más bien un enigma sobre cuya marquesina se alcanzaban a leer todavía estas letras: El Patio.
Ese lugar acabo de perderlo ayer, exactamente a la una de la tarde, cuando se reportó el derrumbe de un edificio abandonado “frente a las oficinas de la Secretaría de Gobernación”.
Llevaba 30 años cerrado.
Era uno de esos monumentos de otro tiempo —hermano mayor de otras ruinas célebres: las del cine Ópera— que se fue desintegrando a la vista de todos, sin que nadie moviera un dedo para impedirlo.
Muchas veces, al caminar por Atenas, me detenía para ver si encontraba a alguno de esos seres imaginarios.
El 15 de mayo de 1947, una alfombra roja se extendía a las puertas del centro nocturno más rutilante de la ciudad: El Patio. Esa noche, a las 23:30, la Academia Mexicana de Ciencias y Artes entregaría los premios Ariel correspondientes a 1945 y 1946 a los mejores directores, actores, músicos, fotógrafos, guionistas y productores de lo que entonces nadie llamaba la Época de Oro del cine mexicano, y que era, sin embargo, la Época de Oro del cine mexicano.
Para el año 1945 habían sido nominados para la categoría de mejor película, tres clásicos de la cinematografía en blanco y negro: la película “La barraca”, dirigida por Roberto Gavaldón, “La selva de fuego”, de la que fue director Fernando de Fuentes, y “Las abandonadas”, bajo la dirección de Emilio El Indio Fernández.
Dolores del Río competía con María Félix, en la categoría de mejor actriz. Arturo de Córdova, Domingo Soler y Pedro Armendáriz habían sido nominados para recibir el premio a mejor actor.
Gabriel Figueroa y Alex Philips por el Ariel a la mejor fotografía.
Todos ellos descendieron de esos autos lustrosos del tiempo de la guerra, Cadillacs, Plymouths, De Sotos, y caminaron como flotando a lo largo de la alfombra roja. Llevaban fracs, gabardinas, vestidos largos. Guantes, pieles, estolas (a Domingo Soler lo imagino siempre con un puro incrustado entre los dedos). Los fotógrafos de los diarios cercanos, El Universal, Excélsior, Novedades, La Prensa, disparaban sus flashes.
Faltaban los nominados para las producciones mayores de 1946: David Silva, Lilia Michel, Julio Bracho, Antonio Badú, Pituka de Foronda, Gunther Gerzso…
El Patio, abierto el 12 de julio de 1938 para competir con otra institución de la noche mexicana, el cabaret Waikikí, había sido diseñado por el arquitecto Carlos Crombé (autor de grandes cines temáticos o “atmosféricos” como el Alameda o el Colonial), contaba con un aforo de 1800 personas, una pista giratoria, elegantes balcones para disfrutar desde un lugar privilegiado de orquestas y cantantes.
La película “El hijo desobediente”, rodada precisamente en 1945 (en la que figura una gozosa rutina entre Tin Tan y su carnal Marcelo), nos permite echar una ojeada rápida a su refinado y bullicioso ambiente.
Se trataba de un lugar caro, donde servían langosta y costosas bebidas, pero sus propietarios —Vicente Miranda y Conchita Vélez— se las ingeniaron para tenerlo siempre a reventar mediante el recurso de contratar a las estrellas mayores de la época: Agustín Lara, Toña la Negra, Pedro Vargas, Emilio Tuero, entre otros.
Fotos de época muestran el desfile de celebridades que pobló sus mesas y uno se pregunta de qué habrán hablado María Félix y Frida Kahlo la noche en que se tomó la fotografía correspondiente.
Aunque El Patio cambió de manos, la tradición no se rompió: en ese sitio debutó en 1970 —y no dejó de presentarse año tras año luego de su éxito resonante en el Festival de la Canción Latina—, El Príncipe de la Canción, José José. En ese mismo sitio se había presentado un año antes, para enloquecer por vez primera a las jóvenes de su generación —y escandalizar a los mayores— el Divo de Linares, Raphael.
Toda la nómina de la música popular mexicana pasó por El Patio. Ahí se presentaron incluso Ray Conniff, The Platters, Judy Garland, Dean Martin y Sammy Davis Jr.
En un arco de tiempo que va de Sarita Montiel a Lupita D’Alessio, El Patio, uno de los grandes templos de la noche, brilló en la calle de Atenas.
En 1994 lo cerraron, no sé bien por qué. Una amiga me avisó ayer que el viejo edificio había colapsado. Andaba en el centro y fui a verlo. Caminé al lado de sus ruinas. Qué desgracia. Maldita ciudad.
Los seres imaginarios que lo habitaban se habían escapado.