Medio centenar de hombres armados rodearon tres lotes de autos ubicados en el Libramiento Oriente, en Uruapan, Michoacán. Cientos de personas caminaban por la zona cuando comenzaron a escucharse los tiros y los gritos. Los lotes fueron balaceados. Acto seguido, los agresores los rociaron con gasolina y les prendieron fuego.
En imágenes impresionantes captadas por transeúntes aparecen los tres establecimientos en llamas, a plena luz del día.
Horas más tarde un hombre subió a redes un video en el que muestra autos y camionetas calcinados y se queja de la política de abrazos y no balazos del presidente López Obrador.
“Si no pagas cuota te parten tu p… madre y el gobierno, bien gracias. Aquí nos quemaron 20 carros. Querían un millón de pesos de cuota, no se les dio: 20 carros quemados y cuatro empleados en el hospital a punto de morir”, explicó.
La capital mundial del aguacate se ha convertido en la tercera ciudad mayor percepción de inseguridad en México. Según la Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana, 89.9 por ciento de los habitantes se sienten inseguros en el municipio. Dicha percepción solo es rebasada en el país por Fresnillo, Zacatecas (94.4 por ciento), y por Naucalpan (91 por ciento).
No es para menos. Solo el año pasado los grupos del crimen organizado perpetraron agresiones a tiros contra carnicerías (los dueños de tres murieron), tiendas de abarrotes, vinaterías, bases de taxis colectivos y unidades del transporte público que se habían negado a pagar derecho de piso.
En agosto pasado, incluso, las tortillerías de diversas colonias bajaron las cortinas: una noche, los propietarios que se habían negado a pagar las cuotas impuestas por el crimen organizado recibieron llamadas anónimas en las que les informaron que sus negocios serían quemados si abrían las puertas.
“Están avisados”, les dijeron.
Hace unos días, el periodista Luis Carlos Rodríguez, en una nota publicada en EL UNIVERSAL, definía Uruapan como un territorio de alto riesgo. Productores de aguacate, comerciantes, empresarios, ciudadanos en general viven aplastados por los secuestros, los extorsiones y los cobros de piso, y un día sí y otro también se encuentran bajo el fuego cruzado entre los pistoleros del Cártel Jalisco Nueva Generación y de los Cárteles Unidos.
En solo unos meses se han registrado ejecuciones y agresiones armadas en los fraccionamientos Valle Real y Lomas del Valle Sur, así como en las colonias Las Haciendas, Sol Azteca, La Antorcha, Eduardo Ruiz, Río Volga, Ramón Farías, Morelos, Tierra y Libertad, Ignacio Ramírez, Los Lavalles, Revolución, La Cedrera y Ampliación Revolución.
El alcalde Ignacio Campos ha dicho varias veces que la seguridad está garantizada, pero nada detiene la escalada de violencia: uno de los puentes que se hallan a la entrada de la ciudad ha sido bautizado incluso por la gente como “el puente de los colgados”.
Las carreteras que conectan Uruapan con Morelia y Paracho son prácticamente intransitables a consecuencia de la ola de asaltos que las sacude, muchos de estos cometidos con extrema violencia.
Hace pocos meses los empresarios de la región dirigieron una misiva “a los tres órdenes de gobierno” para denunciar “el terror y la zozobra de los cientos de estudiantes, trabajadores, profesionistas y personas adultas mayores que circulan sin tener la certeza de que llegarán a salvo a su destino”.
Según denuncia del Colegio de Abogados de Michoacán, sobre la carretera federal se han cometido incluso agresiones sexuales.
Pese al aumento de la presencia militar, diariamente se registran en Uruapan asaltos a bares, restaurantes y todo tipo de establecimientos comerciales. A fines del año pasado, sujetos armados robaron una gran cantidad de dinero durante un asalto al Banco del Bienestar.
Más de 50 sicarios se movilizaron el jueves por la ciudad para acribillar y quemar tres lotes de autos cuyos propietarios se negaron a pagar un millón de pesos. Lo hicieron a plena luz del sol. Y no hubo nadie que se los impidiera.
En la geografía del horror en que México está hundido, Uruapan es otra de las regiones perdidas.