En cámaras se les detecta desde las diez de la mañana en la plancha del Zócalo capitalino. Algunos están embozados, otros no. Desde el primer momento, según el análisis de autoridades capitalinas consultadas, queda clara la única razón de su presencia en la marcha del pasado 15 de noviembre: confrontar al cuerpo policiaco que estaba resguardando el Palacio Nacional.
Más que un grupo específico, el bloque negro es una forma de acción. El bloque negro que el sábado 15 de noviembre actuó en el Zócalo es mucho más cercano al bloque negro que en la marcha conmemorativa del 2 de octubre saqueó comercios y joyerías: están más próximos que el bloque negro que suele acompañar, digamos, las marchas feministas que se llevan a cabo en el mes de marzo.
Este último bloque acostumbra realizar destrozos, según la lectura de las autoridades, “como una forma de visibilizar la problemática que viven las mujeres en México”. Pero no va directamente a buscar la confrontación con las autoridades.
El 2 de octubre, en una marcha, por decirlo de algún modo, “de izquierda”, y el 15 de noviembre, en otra que el propio gobierno ha descrito como “de derecha”, apareció el mismo bloque y actuó de manera completamente distinta. El objetivo evidente, según los análisis de inteligencia, era presionar, buscar que ocurriera la confrontación.
Según ese análisis, la intención era construir, a partir de la violencia, un relato específico: el de la represión del gobierno que encabeza Clara Brugada, y de la policía a cuyo frente se encuentra Pablo Vázquez. Eso, en primera instancia.
Todo esto se logró, de acuerdo con el análisis consultado. Lo que ese documento no esclarece aún, aunque esto no implica que no se haya establecido, es la identidad de los interesados en empujar dicha agenda.
El otro objetivo, que se cumplió sobradamente al incendiar las praderas de la prensa internacional, fue reafirmar la idea –que de manera paradójica ella misma ha impulsado con sus reacciones coléricas y sus constantes desplantes cargados de soberbia— del gesto autoritario que en su primer año ha definido ya el rostro del gobierno de Claudia Sheinbaum.
Mario Maldonado señalaba en su columna del día de ayer el deterioro que, también a un año de su llegada al cargo, acusa la gestión de Brugada al frente del gobierno de la capital, no solo a consecuencia de los errores y desastres que han acompañado estos meses, sino a consecuencia “del fuego amigo que se expande entre los grupos más radicales del obradorismo”.
Maldonado señala a Martí Batres, César Cravioto y Jesús Ramírez entre los interesados en dinamitar a Brugada y a todo lo que huela “a la administración anterior”: es decir, al gobierno de Claudia Sheinbaum.
Fue el mismo grupo que descarriló la llegada de Omar García Harfuch a la jefatura de gobierno a fin de mantener la ciudad bajo el control del ala dura del obradorismo: el mismo grupo que, explica Maldonado, se halla interesado en “arrinconar políticamente” a Pablo Vázquez, miembro del equipo de Harfuch, así como “al ala pragmática” del movimiento.
La pregunta al interior del gobierno de Brugada es quién tiene la capacidad de movilizar a un experimentado grupo de choque que se coordinó primero para retirar las vallas que cubrían el Palacio Nacional, echando mano de pinzas y de sierras eléctricas, que rompió adoquines y extrajo coladeras para lanzarlas contra los policías, que tenía a mano cuerdas industriales con las que desplazó las vallas –cuyo objetivo era justo evitar la confrontación, se lee en el reporte– y que, según se ve en los videos, no cejó en la agresión a los uniformados a lo largo de dos horas.
El gobierno de Brugada ya debe saberlo, pero por otro lado hace falta esclarecer quién dio la orden de que el Zócalo fuera desalojado y se abandonara el protocolo de contención y disuasión para llevar a cabo la golpiza en la que pagaron santos por pecadores: los ciudadanos que habían marchado pacíficamente desde el Ángel.
El experto analista Alberto Capella cree que los acontecimientos del sábado tuvieron como objetivo central que el Zócalo no se llenara a fin de mostrarle a la nación que “la marcha de la derecha” fue un fracaso, y refrendar así la supuesta popularidad de la presidenta Sheinbaum. Puede ser. Pero esto no descarta la versión de que la guerra por la ciudad ha estallado dentro de las tribus de Morena, y que el 15 de noviembre representa la exhibición pública de la primera gran grieta abierta en el movimiento, tras el retiro del caudillo que, como buen beisbolista, manda señales desde la sombra, que indican que en cualquier momento volverá a aparecer.

