Frente a la cortina cerrada de la peluquería que frecuento desde hace años había un ramo de flores. Pregunté la razón, aunque la adivinaba. “Murieron los maestros”, me dijo una mujer. En aquel lugar trabajan desde hacía un cuarto de siglo cuatro viejos peluqueros. Ahora se habían ido de golpe, sin que sus familiares pudieran despedirlos.

Eran esos días atroces en los que la noche se quebraba una y otra vez con el aullido aterrador de las ambulancias. Frente a los hospitales se agolpaban multitudes que gemían y lloraban, pidiendo una cama, un respirador, la atención de un médico.

En un pestañeo se iban amigos, colegas, vecinos, familiares, conocidos. A muchos de ellos las autoridades de salud les habían pedido quedarse en sus casas y no asistir a un hospital hasta que fuera absolutamente necesario. Con el tiempo se fue descubriendo que cuando ese momento llegaba ya no había absolutamente nada qué hacer.

La gente se moría en las calles y en los autos, buscando un hospital. En las “mañaneras” de Andrés Manuel López Obrador se negaba que faltaran camas y respiradores. Pero la desesperación de la gente que erraba en las ciudades no podía ocultarse.

Cuando la pandemia de Covid-19 cumplió tres años, escribí en este espacio que tarde o temprano alguien tendría que rendir cuentas por la pésima gestión gubernamental ante la magnitud de la emergencia. Han pasado cinco años y no estoy tan seguro. La impunidad y la falta de rendición de cuentas han prevalecido y todo indica que prevalecerán en los años venideros.

Falta de pruebas, de vacunas, de seguimiento a los casos detectados. Desprecio por el uso del cubrebocas. Estupidez, frivolidad, ignorancia, desinformación. El presidente López Obrador decía que bastaba con no robar, no mentir y no traicionar para no contagiarse. Es tan absurdo que parece mentira, y sin embargo está grabado.

Mientras la ola asesina venía sobre México, AMLO nos recomendaba abrazarnos. Seguir saliendo a las fondas y los “restaurans”.

Hugo López-Gatell, el aplaudido y celebrado zar anti-covid, al que luego despidieron hasta con mariachis, aseguró que 90% de los casos serían equivalentes a un catarro y que las muertes, solo en un escenario catastrófico, llegarían a 60 mil. Hubo 808 mil, y más de 300 mil pudieron evitarse.

López-Gatell aduló sin rubor alguno a López Obrador, traicionó a la ciencia, guardó un silencio criminal ante los disparates presidenciales, y cuando no lo hizo fue para secundarlos.

Desde las “mañaneras” —también está grabado— se validó el uso de estampitas y “detentes” contra la catástrofe que sacudía al mundo. El Consejo de Salubridad fue relegado: según el reporte final de la Comisión Independiente de Investigación de la epidemia, integrada por científicos, académicos e investigadores de prestigio, la centralización de las decisiones en personas exentas de controles institucionales fue una de las tres causas de que nos fuera como nos fue.

Las otras dos: la minimización, la subestimación de la gravedad del virus, y la política de austeridad que abandonó a su suerte al precario sistema de salud, provocó el cierre de un millón de negocios y dejó en el desempleo a 10.6 millones de trabajadores.

De acuerdo con el reporte, “la obstinación del presidente en rehusarse a inyectar recursos al sistema de salud para prepararse ante la emergencia sanitaria y su negativa para evitar despidos o la bancarrota resultó tan letal como el mismo virus”.

“La austeridad fue un principio inconmovible durante todo este sexenio y lo fue también durante el periodo de sufrimiento y muerte de millones provocado por la pandemia”.

López Obrador abandonó a los más pobres y no inyectó recursos cuando más se necesitaban. Pero en el año electoral autorizó un endeudamiento de más de 5% del PIB, el mayor en la historia.

“Este hecho exhibe con crudeza las verdaderas prioridades de este gobierno”.

En la Ciudad de México, una de las zonas con más alta mortalidad en el país, le recetaron a la gente, sin su consentimiento, medicina para matar piojos y se difundieron estudios seudocientíficos para justificar lo que estaban haciendo.

El resultado: México ha pasado a la historia entre las cinco naciones con mayor número de muertos por cada 100 mil habitantes. Y nadie ha rendido cuentas.

Cinco años y ese momento no ha llegado. Tal vez no llegará.

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