A las 12 de la noche, todos los bares de Zitácuaro deben poner el corrido de Edwin Rivera Padilla, El Barbas, líder regional del Cártel Jalisco Nueva Generación:
“Solo sé que allá en Zitácuaro es donde él mero nació,
Sé que le dicen El Barbas (...)
También sé que es el que manda, también que le batalló,
Pero con mucha destreza y con mucha cabeza el mando logró”.
Unidades de la policía municipal patrullan la ciudad para ver que ese mandamiento se cumpla. Los mismos municipales cobran a los tráileres que llegan de fuera la cuota impuesta por El Barbas para dejarlos descargar.
Según reportes oficiales, a través del asesinato, incluso de antiguos compañeros, El Barbas ha logrado extender su dominio. Según estos reportes, Rivera Padilla comenzó hace una década, “como chofer de las novias de los jefes de la Familia Michoacana”. Luego, “se volvió sicario, matón”. Estuvo un tiempo preso. Más tarde traicionó a la Familia Michoacana y se alió con el Cártel Jalisco.
En 2022 se le involucró en el asesinato del secretario del Ayuntamiento de Zitácuaro, Daniel Colín. Meses más adelante, en medio de una pugna interna, se deshizo del Talibán, otro jefe de plaza. Según reza su corrido:
“Después ni el polvo le vieron cuando les salió al topón.
Y se quedó con la plaza, a punta de bala él se las quitó”.
Cuando estallan, el fuego y las llamas revelan la verdadera situación de los pueblos de México. El jueves pasado, El Barbas fue capaz de dejar una ciudad en llamas durante 12 horas.
Cerraron las escuelas y los comercios. Unidades del transporte público se movilizaron para bloquear entradas y salidas de Zitácuaro. Fueron rafagueados comercios. Incendiaron un Oxxo. Quemaron varios vehículos. Una familia quedó entre las balas y Evan, un niño de cinco años, murió. Según un testigo:
“Una patrulla de la municipal vio la balacera y mejor se dio la vuelta en la esquina. Había niños y niñas llorando, papás tratando de llegar a las escuelas, mamás gritando y maestros y maestras pálidos”.
Era la reacción de la gente de El Barbas a un operativo enviado desde la Ciudad de México para detenerlo. El objetivo: poner la ciudad en llamas en tanto él se perdía en la sierra.
El 17 de enero hubo un intento de detención. Las fuerzas federales no lograron aprehenderlo. Mil quinientos niños quedaron atrapados en las escuelas. Hubo balaceras, bloqueos, e incendio de comercios. El saldo fue de tres muertos y varios heridos.
“Pero aquello no fue nada. Se quedó en pañales comparado con lo que vivimos el jueves”, relatan testigos. “Jamás habíamos vivido algo tan feo”.
El Ejército y la FGR habían lanzado el operativo en la comunidad de Loma Larga. En un campamento, hallaron fusiles, lanzagranadas y equipo táctico con la leyenda “CJNG Fuerzas Especiales”.
En propiedades del Barbas se iban a decomisar un kilo de coca, armas largas, cartuchos y 10 vehículos, uno de estos blindado. Corrió el rumor de que entre las unidades decomisadas se hallaba una camioneta de redilas que había pertenecido a su padre, y que El Barbas guardaba como un recuerdo: “Ese fue su coraje”, dicen.
Ese día los habitantes de Zitácuaro quedaron expuestos. El alcalde Juan Antonio Ixtláhuac dijo que su gobierno había quedado rebasado por los grupos delictivos. Lo que Ixtláhuac no dijo fue que Zitácuaro estaba rebasado desde mucho antes, desde que según reportes de inteligencia El Barbas y el crimen organizado se metieron y dirigieron las elecciones.
Al actual objetivo prioritario de las autoridades estatales y federales todos en Zitácuaro lo veían ir y venir. Todos saben de las cuotas a las unidades del transporte público, cuyos conductores el jueves pasado recibieron la orden de bloquear las carreteras. Todos en Zitácuaro saben quién es el único autorizado para vender materiales de construcción, y en qué lugar preciso deben comprar las tortillas que surten a las taquerías.
Todos saben que las taquerías del municipio le pagan al Barbas diez pesos por cada kilo de carne que venden. Se sabe que la cuota de las carnicerías es de 20 a 30 mil pesos al mes, y que a los dueños de bares y antros El Barbas les ofrece tres caminos: uno, pagar la cuota; dos, vender sus productos dentro de las instalaciones (cocaína, mariguana, metanfetaminas), y tres: cerrar.
Rivera Padilla controla las obras públicas, pone regidores y directores, paga campañas políticas… y puede incendiar una ciudad durante un día completo, sin que nada ni nadie se lo impida.
Todos los saben y nadie lo sabe. Como en otros sitios de Michoacán, como en otros sitios de México.