A las 12:15, hora en que el eclipse de sol encontró su punto máximo, en la ciudad de Zacatecas, donde el sol se oscureció en 96%, las calles quedaron visiblemente desiertas.
Salvo en la Plaza Bicentenario, en que se habían habilitado cuatro telescopios con filtros, así como en el Museo Universitario de Ciencias y el Campus siglo XXI, entre otros sitios donde se colocaron tendederos con lentes, el movimiento de automóviles y personas se redujo al mínimo.
Buena parte de la gente se recogió por miedo o por precaución, a fin de evitar que el eclipse pudiera provocarle afectaciones de salud.
La capital quedó muy silenciosa, como en los días de la pandemia, o como si una parte de la gente la hubiera abandonado de pronto.
Cuando la luz se fue haciendo mortecina, vi que un perro comenzaba, ansiosamente, a dar vueltas sin parar. Un colega me relató más tarde que también sus mascotas habían presentado comportamientos inusuales.
A algunas de estas, sus dueños les pusieron listones rojos, a fin de protegerlos.
Qué extraño caminar por la bizarra capital, cuyas subidas y bajadas, diría López Velarde, “son siempre una broma pesada”, y sentir que estábamos rozando nuevamente aquel día de junio de 1611 cuando astrólogos y agoreros anunciaron, según la crónica de Domingo Francisco Muñón Chimalpahin:
“Mientras obscurezca, habrá mal tiempo, mientras el Sol sea comido habrá enfermedad. Que nadie mire hacia arriba, que se abstenga de hacerlo, que se encierre en sus casas, porque durante esto habrá un viento malo; y que tampoco nadie coma, ni beba ni duerma hasta que otra vez aclare, cuando aparezca el Sol”.
En el estado de Durango, donde desde hace 101 años no se presentaba un eclipse de este tipo, así como en los estados de Guanajuato y Coahuila, agrupaciones científicas lanzaron campañas para evitar que las madres bañaran a sus hijos con agua de lechuga (que suele provocar casos graves de dermatitis), y para remarcar lo inútil que resulta que las embarazadas se coloquen imperdibles en la panza con la intención de evitar que los niños “nazcan con labio leporino”.
Una señora me contó que todavía en el eclipse de 1991 en su pueblo natal la gente golpeaba las cacerolas para que el fenómeno “pasara rápido”. Los eclipses arrastran cosas que vienen de siglos.
¿Fue este el primero que en México se documenta a través de redes sociales? En Mazatlán, Sinaloa, las playas estaban atestadas y la gente gritaba feliz, eufórica, como lo documenta un video de la periodista Ada Márquez.
Cuando el sol se fue apagando, en dichas playas todo se llenó con la luz parpadeante de miles de teléfonos que grababan el avance del fenómeno. Mucha gente comenzó a llorar. Apareció la luna, se vieron los planetas. Los gritos de sorpresa y algarabía fueron indescriptibles.
La reportera de Foro TV Guadalupe Madrigal grabó la irrupción de las famosas perlas de Baily: ese resplandor que brilla alrededor del sol y que llevó a la gente que se hallaba en la playa a algo cercano al paroxismo.
A lo largo del país, 193 zonas arqueológicas fueron abiertas para recibir a quienes deseaban mirar algo que no volverá a presentarse sino hasta el 30 de marzo de 2052.
En la Ciudad de México, más de 65 mil personas llenaron las Islas y los alrededores de la Rectoría armadas con lentes, cajas de cartón, vidrios especiales y hojas de papel.
Durante los cuatro minutos en que todo se oscureció, en Torreón, Coahuila, según la crónica de Antimio Cruz, “mujeres y hombres miraron hacia el cielo al mismo tiempo y se generó una memoria colectiva que no se olvidará hasta que muera la última persona que hoy presenció el eclipse total de Sol”: miles subieron al Cerro de las Noas o acudieron al Bosque Urbano para aplaudir y llorar.
Cuenta Antimio que mientras todo se oscurecía un joven pidió matrimonio a su novia y ella dijo que sí.
Una periodista de Ciudad Juárez, Chihuahua escribió que aquellos que ayer se dieron un tiempo para mirar el cielo, recordarán para siempre dónde estuvieron el 8 de abril de 2024, poco después de las 11 de la mañana.
Yo también recordaré esos breves minutos en que la luz se atenuó en una bella, hermosa ciudad semivacía.