La marcha del 8 de marzo en la Ciudad de México, para celebrar el Día Internacional de la Mujer, fue particularmente melancólica, poco concurrida y generó poca solidaridad. Una pena. Fue palpable que hubo un decaimiento del fervor y que se está perdiendo el primer entusiasmo del descubrimiento feminista; fue claro que muchos celebran que se esté agotando la “moda” del feminismo.

Lo anterior es un resumen, que emplea sus frases, de un escrito de Carlos Monsiváis titulado “¡No queremos diez de mayo, queremos revolución! Sobre el nuevo feminismo” que forma parte de Misógico feminista, la recopilación de artículos que, realizada por Marta Lamas, publicó la Editorial Océano en 2013. Obviamente, la marcha que comenta Monsiváis no es la misma que ocurrió ahora, en la misma ciudad, este domingo. No es la misma, claro. Ésta fue nada melancólica y muy concurrida y sucedió además bajo el gobierno de un presidente de “izquierda”.

Tan de “izquierda” que, para celebrar la causa de las mujeres, no encontró mejor recurso que proclamar que la única lucha real es “de las mujeres Y los hombres” y que la “transformación” que Él quiere busca justicia “para todos los seres humanos, hombres y mujeres por igual”.

No por previsible fue menos desconcertante. Al decir esa elocuente tontería, el Primer y Único Mandatario reactivó desde el Sinaí su visión bíblico-patriarcal de la femineidad. Y como se cree de “izquierda” le añadió una rebaba clásica del leninismo más obtuso, el viejo argumento en el sentido de que la lucha de las mujeres no debe separarse de la de los hombres; que sólo cuando triunfase la revolución se entraría en esas sutilezas. Lo mismo ahora: apenas tetratransformemos, lo de las hembras veremos. Hombres y mujeres deben mientras tanto, unidos, encarnar en el Andrógino Padre Nacional.

Cuando AMLO dice que hay que luchar “por las mujeres pero también por los hombres” y se niega a diferenciar cuitas y querellas de género, a reconocer la especificidad de la lucha femenina, se inscribe en lo que Monsiváis llamaba con humor amargo “el apocalipsis de la bondad”: callad mujeres y gays, dejaos de fraccionalismos y esperad “el advenimiento de la liberación integral”.

En los mismos días, el Magno Vocal Patrio emitió también la variante de la tontería que consiste en decir “No soy feminista, soy humanista”. La misma que dijo en su momento la gobernadora del PRI Griselda Álvarez y que a Monsiváis le parece el gran ejemplo de “los fervores manipulatorios”. Sólo le faltó a San AMLO repetir su famoso contraargumento: el feminismo es un machismo al revés.

Desde la mirada de Monsiváis, al decir lo que dijo y hacer lo que hace, López Obrador asume el desdén de la izquierda más rancia, la que “desdeñó y combatió el feminismo por ‘pequeñoburgués’ y por ‘restarle fuerzas a la lucha contra el enemigo principal’”. Una mentalidad, abrevia, propia de los “grupúsculos estalinoides” que descalificaban entonces al Frente Nacional de Lucha por la Liberación y los Derechos de la Mujer y a los movimientos gays.

Le horrorizaba que, ante el tema del control de natalidad, la izquierda fuera más radical que la ultraderecha antiaborto, y que siguiera abogando “por la fertilidad inextinguible”, pues el derecho a decidir saboteaba “la multiplicación de las masas” que tumbarían al imperialismo.

Convicción sagrada que, en el mismo día de la mujer, recicló el camarada Maduro, tan amado por la ultramorena, al urgir a las mujeres “¡A parir, a parir!” para “¡Que crezca la Patria!”

Volvamos a nuestro propio Líder. Al culminar su arenga a la hembra, las conminó (con todo respeto) a imitar a Margarita Maza de Juárez, cónyugue del Benemérito, quien supo estar junto a él, aconsejarlo, cuidarle a los hijos y ayudarle a peinarse. Doña Margarita, declaró tonante y silabeando con karate, fue “una mujer AM-NE-GA- DAAAA” (que es como el Investido pronuncia “abnegada”).

Es decir, de acuerdo con los diccionarios, que la grandeza de la señora consistió en sacrificar sus intereses, renunciar a sus deseos y postergar su personalidad para fortalecer los de su señor marido, y lo hizo voluntariamente. Don’t cry for me, Margarita…

Y el que no brinque es machista…

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