La semana pasada de nuevo, en las dos horas de complacencias que diariamente se da a sí mismo, y en las que se pide a sí mismo sus tonadas preferidas que, de inmediato, se canta a sí mismo, El Supremo tuvo a bien complacerse con un clásico éxito de su hit parade: la balada “Desprecio al Niño de la Cheyenne”.
Como recordará su público cautivo y cautivado, y como lo registran sus evangelistas con adecuada diligencia, la balada contra el Niño de la Cheyenne nació de un anuncio publicitario en el que un ranchero inhumano le muestra a su heredero el rancho que ha logrado crear a fuerza de tesón y constancia y que algún día será suyo. Y al niño lo único que le importa es heredar la troca Cheyenne.
Pinche niño neoliberal.
El Presidente ha acometido la exégesis de esa fábula varias veces a lo largo de los años. En la versión de 2019 (que se mira en YouTube) sensateó que el Niño de la Cheyenne se perdió para la dignidad humana porque: a) no tuvo tutela; y, b), es una víctima de la sociedad de consumo que le da valor a lo material. Frente a todas esas causas, dijo El Supremo, “¿cómo no van a caer (los niños) en la tentación de tomar el camino de las conductas antisociales?”
En la versión de la semana pasada, El Supremo le agregó substancia a la parábola: el Niño de la Cheyenne ahora representa además, ya francamente, la descomposición misma de las relaciones sociales y la amenaza “del pensamiento individualista y materialista” que lleva a “querer tener dinero”.
Eso ya calienta, porque por haber permitido germinar en su pequeña alma infantil ese deplorable apetito de boato, ese censurable impulso enajenante y ese necio engaño moral, el Niño de la Cheyenne comete h traición a “la gran reserva de valores morales, culturales, espirituales que tenemos los mexicanos”.
Pinche niño extranjero.
Ahora bien, ¿qué se puede hacer para regresarlo al redil de nuestros valores? La respuesta es muy sencilla: hay que enseñarle a seguir “el ejemplo del gobierno” que está “moralizando la vida pública”, y explicarle “que sólo siendo buenos podemos ser felices” —como lo es Él— y, desde luego, educarlo con los nuevos libros de texto gratuitos.
¿Qué podría salir mal?
Desde luego que ese niño malvado podría alegar que es propio de su edad, de su género y hasta de su naturaleza humana, no importa qué tan pueril sea, el admirar una troca Cheyenne; o podría decir que fabricar la Cheyenne le dio trabajo a miles de obreros; o que la Cheyenne sirve para que el rancho produzca más y mejores productos y le dé más trabajo a los trabajadores que se ponen muy contentos de poder venderle sus aguacates a los gringos para que le den chamba a los paisanos que quieren tener dinero para mandar remesas a los valores mexicanos.
O podría argumentarle a El Supremo que, en efecto, no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que viene de El Supremo, pero que las palabras son nutricionalmente muy bajas y por lo tanto conviene comer pan antes de escuchar sus palabras.
O podría ponerse respondón y preguntarle entonces a El Supremo si no le parece materialista e individualista tener cientos de corbatas cuando hay millones de compatriotas que no tienen una sola corbata, o... En fin, que la cosa podría complicarse.
Quizá lo más fácil sería expropiar el rancho, nacionalizar la Cheyenne y mandar al pinche niño a una granja de reorientación para que ya deje sus conductas antisociales y en lugar de Cheyenne sólo quiera vivir en un palacio…