Me llueven en las redes los insultos, de nuevo: es extraño, pues hace como un mes ya que El Líder Supremo no me arrastra por el ruedo de su poderío matutino. Siguen siendo insultos bobitos y anónimos, surgidos de insultantes que se retuercen de ira hasta extraerle al fin, a la jerga de sus tripas, unas gotas de odio lexical.

Ya he dicho que el tamaño de la crisis de México es tal que aun el arte de insultar se halla en decadencia. Uno de los recursos más incitantes de la imaginación, de los usos más complejos del lenguaje, se reduce a las cinco notas de la monótona mentada de madre, ese coro multitudinario de claxons con que los mexicanos nos deseamos los buenos días. Insultar ha dejado de ser un latigazo del temperamento y se ha convertido en una espectoración vacía de sentido, ruidos huraños, hediondos de bilis, sin chiste y sin ingenio; expresion verbal de una iracundia patética, una retahila de mentadas musculosas.

Los insultos ahora son sucintos: pululan en las redes las iniciales elocuentes: HDTPM, que en “habla” digital aprieta la frase “Hijo de tu puta madre”. O la larga secuencia de la tradicional mentada que se abrevia CHATPM o HDTCHM y otras variantes que le proponen a uno cometer incesto con la genitora. Es curioso que tales insultos vengan de personas cuya firma es femenina: damas que se muestran escasamente solidarias con otra de su género (o sea la progenitora).

Perdura el insulto “asalariado de mierda”, un insulto hara-kiri que es exacto autorretrato del profiriente: alguien a tal grado pagado de sí mismo que presume de no recibir paga alguna: el amo de un país que sólo existe en su vociferante hocico, un país de caninos, esputo, lengua y baba. Un insulto con una notoria carga clasista, escupida con la vulgaridad de alguien que llena de sospechas su propia licitud social.

Algo especialmente curioso es que haya ideólogos de la tolerantemente llamada “izquierda” cuya conducta, a la hora de insultar, comparte material con esos histéricos. No son pocos los ideólogos de la igualdad social que recurren a los vituperios clasistas, empezando por el Líder Supremo mismo, uno de suyos insultos preferidos sigue siendo achichincle, palabra que nombra a los indígenas nahuas que sacaban agua de las minas: una faena de casi esclavitud. Curiosa paradoja: mientras más decididos están a inmolarse por el “pobre”, más rápido convierten los oficios del pobre en insulto de burgueses: lacayo, siervo, palafrenero, caballerango, criado, sirviente, chaflán. En fin: al igualitario adverso a la desigualdad se le sale lo aristócrata por las costuras psicolingüísticas.

Felizmente nuestros diputados optaron por no dar trámite a una iniciativa de ley que castigaría con hasta 200 salarios mínimos y hasta seis años de cárcel a quien injuriase candidatos, partidos y políticos en general. Me alegra que ese proyecto de ley no consiguiese averiar mi libertad de decir y escribir lo que me venga en gana (que, ingenuo de mí, pensé garantizado por la Constitución), por lo que celebraré asestándoles algunos insultos “a su buena fama”.

Son insultos merecidos, a fe mía, por su probada ineptitud, su lamentable boato, su vulgaridad inacabable, su vocación dispendiosa, su vanidad patética, su voracidad insaciable y lo que se vaya sumando. Aquí van: señores y señoras políticos creo que (“salvo honrosas excepciones”) son ustedes monstruos de naturaleza, depositarios de mentiras, almarios de embustes, silos de bellaquería, enemigos del decoro, hartos de ajos, echacuervos y corazones de mantequilla.

Sí, son algunos de los insultos que asesta a Sancho don Quijote, ese HDTPM...

@GmoSheridan

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