Azuzado por la simulada alerta, participé cívicamente en el Simulacro Nacional de Terremotos. Fue un simulacro bastante enfático, que me retembló en sus centros del oído con un inclemente gusano barrenador, tan cacofónico que me destartaló bastante el sáculo, el utrículo, los osículos y, desde luego, la coclea.

Evoqué a las pobres víctimas de los temblores y me encomendé, viejo como soy, a mi colega Plinio el Viejo y al sabio Séneca, que hace 2 mil años los describió con ingenio y lamentó su naturaleza imprevisible. Y recordé que alguna vez escribí sobre algunos pensadores modernos que tienen otros datos.

Por ejemplo un ayatolá que en la Universidad de Teherán emanó un impecable silogismo: “1) Las mujeres visten impúdicamente. 2) Esa impudicia es causa de adulterios. 3) Los adulterios causan terremotos.” Tal cual (y eso que por impúdica se entiende a una señora que deja ver su tobillo). El razonamiento científico del tal ayatolá es prueba de que las mujeres, empeñadas en destruir al mundo, han activado un plan que consiste en meter señores a sus camas satánicas a sabiendas de que cada orgasmo agrega un milésimo de punto en la escala de Richter. Y claro, detrás de esta violencia política de género se filtra una baladronada: la virilidad del caballero iraní es tan potente que sus sacudidas obligan a la Tierra a menear sus placas tectónicas por instintiva solidaridad. Es muy lindo.

La semana pasada, la vocera de la Casa Blanca declaró que el temblor que sacudió a Utah luego del asesinato del ideólogo señor Kirk se debió al enojo de un señor que se llama “Dios”. Me recordó a otro ayatolá cristiano y estadounidense, Pat Robertson, que juzgó que el temblor que mató a cientos de miles en Haití se debió a la molestia de ese mismo señor “Dios”, que castigó así a los haitianos por independizarse de Francia en 1805, luego de hacer un pacto vudú con el señor “Demonio”. (Sobre la razón por la cual “Dios” se tardó dos siglos en matar a tanta gente, ese predicador explicó que, de acuerdo con los estudios científicos más recientes, el memorandum que ordenaba matar haitianos se traspapeló entre el despacho de “Dios” y el cuartel de los arcángeles.)

Un tercer ayatolá, el compañero comandante Hugo Chávez, líder de la hermana República Bolivariana de Venezuela, ahora difunto (y difunta), declaró por su parte (y por su boca) que no, que los terremotos no son culpa de las mujeres ni de “Dios”, sino del Pentágono. El estable Líder Supremo le explicó a la América Latina que el Pentágono inventó un aparato que se llama “Arma de terremotos”. Como su nombre lo indica, esta arma sirve para saltarse el poder de “Dios” y aun el de las mujeres para provocar sismos teledirigidos a control remoto contra cualquier país que se le pegue la gana al Pentágono.

Esa “arma de terremotos”, declaró el Comandante (que como buen marxista era experto en las cosas de la ciencia) funciona “con una tecnología de Pulso, Plasma y Poder Sónico Electromagnético Tesla junto con bombas de ondas de choque”. Además de causar terremotos, esa arma sirve también para derretir icebergs, fecundar huracanes y causar inundaciones, sequías, erupciones volcánicas, tsunamis, epidemias y huelgas de la CNTE. De hecho, el terremoto de Haití fue un simulacro para ver si el arma funcionaba bien, antes de apuntársela a Irán y destruirlo, siempre y cuando no se adelanten ni “Dios” ni las mujeres.

En fin, bajé a la calle desde mi quinto piso con las orejas destartaladas. No pensé ni en “Dios” ni en “Demonio”, pero rompí mi propio récord tembloríntico: 70 escalones en 59 segundos. Nada mal, dadas las circunstancias.

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