Cada vez que se publican las nuevas encuestas y estadísticas sobre el infierno que viven las mujeres en México procuro atenuar mi vergüenza escribiendo sobre el tema. En vano: cada vez es peor y ya me avergüenzo hasta de mi vergüenza ante el dolor y la justa ira de mis compatriotas.

La última vez fue en 2016, cuando la encuesta sobre “dinámica de las relaciones en los hogares” del INEGI reportó que el 66% de las mujeres sufrieron algún tipo de violencia, y que, en 44 de cada 100 casos, ésta venía de sus parejas. En el afamado por entrón Jalisco y en la avanzada CDMX el 80%. Se trata, concluyó el estudio, de “un problema de proporciones pandémicas”, y eso que no incluye a las niñas menores de 15 años…

Los datos oficiales recientes dicen que en el primer semestre de 2021 hubo un aumento de 7.1% de mujeres asesinadas y que las violaciones aumentaron 32% (si bien en la moralizada CDMX el aumento fue del 50%). Casi 4 mil asesinadas en el país en un año. Once mil desde que inició el sexenio: diez por día. Y La “Cifra negra” del INEGI sigue indicando que más del 90% de los asesinatos quedan impunes, pues ni siquiera se abre expediente.

En su informe reciente, El Supremo alegó que el aumento en las cifras obedece a la pandemia y a que “antes no se clasificaba” el feminicidio. Luego largó el habitual himno a la grandeza del pueblo. Nuestra enorme cultura, nuestro origen en grandes civilizaciones “ha sido siempre nuestra salvación” pues nos ha salvado de “huracanes, temblores, inundaciones, incendios, sequías, epidemias, malos gobiernos, saqueos y otras desgracias”. Pero no de la violencia contra las mujeres, que va en aumento.

Es curiosa la frenética adulación del mexicano que acomete El Supremo a diario: que somos el mejor país del mundo, que el aeropuerto de Santa Lucía y el soldado mexicano son los mejores del mundo, que el manejo de la pandemia es el mejor del mundo y Gatell del mundo el mejor epidemiólogo. Y claro, que Él es el mejor presidente del mundo, si bien “ofrezco disculpas, en el sentido de que para mí el poder es humildad” (la mejor humildad del mundo).

¿Cómo se puede decir eso de un país en el que la grandeza del hombre mexicano violenta la grandeza de las mujeres mexicanas con la grandeza de sus puños o sus patas o su boca o sus cuchillos o pistolas de grandeza? En el promedio de violencia contra las mujeres sí que es México de lo mejor del mundo, pues llega al 66%, mientras el mundo promedia 30%.

No, no hay tal grandeza, esa petrificación de una fantasía compensatoria. Obstinarse en la ceguera útil, es no aceptar la insoportable conciencia de nuestros defectos y, por ende, una manera de posponer la crítica y aumentar la demagogia. Porque una conducta esencial del demagogo clásico consiste en adular a su pueblo y en decirle una y otra vez que es el más glorioso del mundo pues él, su líder, no menos glorioso, es su apoteosis. ¿Cuántos mexicanos que violan y matan mujeres escuchan con orgullo a su líder machacándoles que son lo mejor del mundo? Aunque supongo que El Supremo pensará que esos criminales están en el 40% que no lo aman ni a él ni a su prójima y se resisten a la “moral pública”…

Famosamente le dijo López Velarde a la Suave Patria que “creeré en ti mientras una mejicana” pueda ponerse su rebozo nuevo y salir luego a la calle en la mañana para que “quede lleno el país del aroma del estreno”. Ya no lo creerá, me temo. La posibilidad de que violenten a esa mejicana es muy alta. Y que el olor sea el de la sangre, también.