Parecería que un requisito para todo candidato/a a un puesto de elección popular consiste en hallarse en cabal posesión de por lo menos una axila.
Escribí eso hace 11 años, y lo reciclo ahora, asombrado ante la exhibición de axilas que, convocadas por el MoReNa, realizaron las corcholatas en días pasados para anunciar el futuro. Qué rara coreografía es. Escribí entonces, cuando el MoReNa se llamaba PRI: ¿Por qué será que los políticos muestran las axilas en público, como si fueran certificados de su deseo de servir y de su pericia política?
“¡Tenemos proyecto, tenemos futuro y —por si fuera poco— tenemos axilas!”, parecen decir en esta como yoga buscavotos. Las candidatas/os y partidos se alinean frente a las fuerzas vivas, con las bocas retacadas de caninos, las caras retacadas de sonrisas, las cabezas retacadas de delirios, las carteras retacadas de espera y las axilas retacadas de esperanza. Se diría que el debate político, las populosas asambleas, las encuestas, sondeos y discursos existen sólo para llegar a ese momento glorioso en el que el o la salvadora de la Patria muestra la axila vivaracha para que el pueblo estupefacto lea, en su oquedad, la abundancia de honradez y de proyectos.
Enseñar la húmeda axila es como una constancia de que la democracia fue ejercida con libertad. Junto a la cúpula partidista, el candidato baila con los brazos su cancán electoral y los secretarios redactan el acta: “Una vez declarada candidata, para dejar en claro su deseo de salvar a la patria, mostró sinceramente las axilas”. Asentado lo anterior, se procede al Instituto Electoral de su preferencia con los documentos probatorios, que incluyen, claro, la foto de la axila candidata.
Tal efusiva calistenia partidaria es relativamente nueva. En los tiempos PRIámbricos, cuando el candidato (sólo había varones) era elegido por El Dedo (igual que ahora), el dedeado se limitaba a mostrar el gesto adusto, le ponía virilidad a su manita y le soltaba dos o tres karatazos al aire circunvecino. Fin del ritual. Un severo gesto republicano que infundía terror popular.
Ahora hay que bailar esta coreografía vulgarsona (si bien hay que agradecer que a diferencia del cancán lo que se alce sean los brazos y lo que se enseña, las axilas). Además es como promiscua, pues francamente ver a tantos políticos tomaditos de la mano y tallándose mutuamente los sobacos a fe mía que algo tiene de torcido.
Habrá que suponer que enseñar axila tiene su origen en las celebraciones deportivas que, a su vez, heredó la vanidad épica de los guerreros que alzaban los brazos en señal de triunfo sobre el rival demolido. Un gesto triunfal que esos guerreros acometían impulsados por un remanente exocerebral: el orgullo gorila de sentirse la gran cosa mostrándole las axilas hediondas al rival luego de un primate pugilato. ¿Por qué se creerá ahora que mostrarlas es democrático?
Otra explicación, aún más deplorable, es la que propondría que las partes del cuerpo humano son metáforas del cuerpo social. ¿Será la axila metáfora de la ventanilla bancaria que entrega ayuda mensual en efectivo?, ¿o será, quizás, la imagen pilosa (o, en su defecto, rasurada), de la urna electoral?, ¿supondrán inconscientemente los-las candidatos-atas que por ahí ha de entrarles, en forma de sufragio, el amor del pueblo?
Una metáfora popular que sí me parece ingeniosa le dice “bisagra” a la axila, no sólo porque se mueve de forma parecida, sino porque también “cruje”, un traslado sinestésico al ámbito del ruido del hedor primordial que se concentra en la covacha del sobaco.
Y vaya que, en estos días, la Patria cruje...