Escucho a la PresidentA anunciar con orgullo que “México será una potencia científica” y que produciremos litio, haremos un carrito y aviones no tripulados, pondremos en órbita un satélite y “crearemos un centro de ciberseguridad e inteligencia artificial”.
Qué emoción.
Es imposible no llegar a ser una potencia científica: todo es cosa de tiempo, que abunda. ¿Habrá que evocar el teorema del chango infinito? El que propone que si un chango es encerrado en un cuarto con una máquina de escribir llegará el día en que escriba una tragedia de Shakespeare. Quizás alguno de los sesudos intelectuales que rodean a la presidentA podría explicarle la palabra “potencia”. Por ejemplo, declarar ufanamente que México es una “potencia cultural” es algo ofensivo, y hasta clasista y racista, pues supone que no lo es aún, que no lo ha sido antes y que aún esperamos algo que falta para serlo (como darle una máquina de escribir). No es lo mismo la “capacidad para ejecutar algo que está en calidad de posible”, que tener un poder ya potenciado, ni mucho menos ser algo “en potencia”, como cuando se habla de un “dictador en potencia”.
Luego del mitin, por un curioso simultaneísmo junguiano me encontré con una reflexión de Octavio Paz sobre la inteligencia artificial. Aparece en su libro sobre el amor y el erotismo, La llama doble, cuando discute qué es lo que hace persona a la persona y se escandaliza ante una declaración del gran odiseo del espacio Arthur C. Clarke que dijo: “considero que el hombre es una especie transitoria que será suplantada por alguna forma de vida que va a incluir tecnología de computadoras”.
La de Paz es una duda ontológica sobre “lo que es una persona humana”, “¿es mero cuerpo perecedero, un conjunto de reacciones físico-químicas? ¿Es una máquina, como piensan los especialistas de la inteligencia artificial?” Y se responde: “La persona humana, que había dejado de ser el trasunto de la divinidad, ahora también deja de ser un resultado de la evolución natural e ingresa en el orden de la producción industrial: es una fabricación.”
Paz, poeta, previsiblemente rechaza esa opción, pues “destruye la noción de persona y así amenaza en su centro mismo a los valores y creencias que han sido el fundamento de nuestra civilización y de nuestras instituciones sociales y políticas.” Substituir a la inteligencia o al amor por el poder del dinero “es apenas un aspecto del ocaso del amor; el otro es la evaporación de su elemento constitutivo: la persona. Ambos se completan y abren una perspectiva sobre el posible futuro de nuestras sociedades: la barbarie tecnológica.”
Y luego anticipa: “Aunque no hemos fabricado máquinas que puedan regularse a sí mismas, los especialistas dicen que no es enteramente imposible que lo logremos pronto. La cuestión es saber hasta dónde puede llegar la inteligencia de esas máquinas y cuáles pueden ser los límites de su autonomía. Lo primero quiere decir: ¿la inteligencia humana puede fabricar objetos más inteligentes que ella misma? Si atendemos a la lógica, la respuesta es negativa: para que la inteligencia humana crease inteligencias más inteligentes que ella misma, ya tendría que ser más inteligente que ella misma. Se trata de una imposibilidad a un tiempo lógica y ontológica.”
Dice Paz que Clarke invoca a Darwin: la inteligencia artificial es “evolución natural, como las amibas, los dinosaurios, las hormigas y los hombres”, pero descarta la idea de Dios o, peor aún, le pone una máscara “de biólogo o de ingeniero electrónico...”
Y en esas andamos, aunque sólo sea en potencia...