Como nuestro país da vueltas sobre sí mismo, no me parece mal referirme de nuevo a la mediocridad, logro soberano del país extraordinario que somos, lleno de gente excepcional, como dice nuestra presidenta, sin excesiva modestia.
Debería haber una Secretaría de la Mediocridad del Bienestar. La presidiría la doctora Yésicka Xitlali Borunda y cada año daría un informe ufano, por ejemplo: “La producción nacional de mediocridad rebasó las predicciones más optimistas, por lo que no sólo se garantiza el abasto interno del preciado insumo sino que exportaremos los excedentes, pues la tonelada de mediocridad de calidad superior se halla a la alza”.
La funcionaria mostrará un kilo de mediocridad en la mañanera ante el asombro del Pueblo. “¡Es un producto anodino hasta la perfección!”, dirá al señalar su grisura, su ánimo bofo y su esencial insipidez. Explicará que gracias a la inteligencia, audacia y sensibilidad social de la presidenta, la nueva resectorización de la industria de la mediocridad la reposiciona como el ingrediente soberano de la agenda nacional, aunque advertirá que “si bien no se debe cantar empate”, es necesario empeñarse medianamente para conseguir más metas mediocres en el mediano plazo, que es el plazo preferido del bienestar.
Dirá que conviene andarse con medias tintas para lograr que la mediocridad del producto sea de calidad y compita con la mediocridad de importación, así como encontrar fuentes de mediocridad renovables que respeten el entorno ecológico, para que el promedio nacional siga a la mitad de los medidores de mediocridad que recomiendan los organismos internacionales.
Interrogada por los mediocres yutuberos matutinos, luego de ser mediocremente adulada, la Dra. Borunda se refirió al presupuesto destinado a la producción de mediocridad, no sin explicar que “la búsqueda de la mediocridad no se mide en cifras sino por el bienestar que genera y la satisfacción de lograr una mediocridad de valor incalculable.”
“Buscamos crear un marco nacional de políticas en materia de mediocridad, un equilibro entre mediocridad pública y privada, entre la micro y la macromediocridad. Esperamos que todos, cada representante popular, cada juez y jueza, cada autoridad, colaboren en este gran combate. La mediocridad es base de nuestra soberanía, y así va a continuar siéndolo.”
Y anunciará la creación del Padrón Nacional de la Mediocridad que servirá para que nadie destaque sin ser detectado, aunque sea a medias. Facilitará identificar cualquier brote de eficiencia, originalidad o talento para proceder a combatirlo de inmediato, analizando qué lo motivó y qué providencias tomar para que no se repita. “El culto de lo bien hecho, el ánimo de destacar, el talento y cosas de ese tipo, aún andan por ahí, no nos engañemos —dirá a media voz la funcionaria— pero eso es algo que ni el gobierno ni MoReNa pueden derrotar solitos.”
El país puede dormirse en sus laureles únicamente en materia de mediocridad, dirá con energía. La preservación de la mediocridad en el servicio público y privado debe fortalecerse y estimularse, pues es fuente de inspiración para la Patria y el resto de los sectores. “Para seguir vanagloriándonos de la grandeza de nuestra mediocridad requerimos que los tres poderes del gobierno se comprometan a fondo con ella, por lo que nuestros cursos y talleres de estímulo a la mediocridad se llevan a cabo muy exitosamente”.
Y terminaría anunciando que ya se planea la creación del Premio Nacional de Excelencia Mediocre emérita y honoris causa, que será entregado en algún día grandioso del futuro que viene (no del que ya se fue).

