La semana pasada, 86 jóvenes de primaria a la prepa de siete estados del país clasificaron a la final de la Olimpiada Internacional de Matemáticas en Singapur (véase SIMOC.sg), luego de prepararse año y medio y afinando, además, el inglés necesario. No es la primera vez que acuden ahí estos mexicanos ni la primera en que ganarán medallas.
Me parece bien, pero de acuerdo con la SEP de la 4T, esos chicos no deberían andar compitiendo en Singapur sino aprendiendo en México “epistemologías del Sur”, es decir, creando “procesos didácticos que ayuden a aprender que existe el Sur, que nos posibiliten migrar hacia el Sur, pero que, además, nos ayuden a aprender a partir del Sur y con el Sur.”
Así lo receta Un libro sin recetas para la maestra y el maestro, el manual (gugleable) que ha confeccionado la dependencia que dirige el animoso Marx Arriaga, faro de la pedagogía patria. El libro que le receta al millón 225 mil maestros mexicanos el imperativo de “repensar y construir sus propias didácticas en el marco de la reivindicación del sur global para transgredir el paradigma de imposición epistémica occidental de la sociedad globalizada actual” para acabar con “las grandes formas de opresión (capitalismo, colonialismo, patriarcado, feminicidio, entre otras)” para desafiar “los intentos de epistemicidio, linguicidio y etnocidio”. ¿Qué mejor forma de usar el subsidio?
Se trata (sigue recetando el libro) de “desconstruir los enfoques eurocéntricos”; de entender que la herencia colonial de México es “un elemento indisociable de la formación del moderno sistema capitalista” y desde ahí luchar contra el “patrón de poder… que opera por medio de la naturalización de jerarquías sociales discriminatorias y racistas, que facilita la reproducción de relaciones de dominación territoriales y epistémicas no sólo en materia de explotación de capital, sino en subalternización de los conocimientos, experiencias y forma de vida de quienes son dominados y explotados”.
Claro, parte crucial del combate contra el capitalismo eurocéntrico es contra su “monocultura del quehacer científico”, es decir, contra “la idea de que el único saber riguroso es el saber científico, y por lo tanto, otros conocimientos no tienen la validez ni el rigor del conocimiento científico”. Y la manera de luchar contra ese monoculturalismo capitalista es oponiéndole una “ecología de saberes” que conjugue “el saber científico con los saberes locales, con el saber indígena, con el saber campesino”. Matemáticas del bienestar, pues…
Se trata en suma de “desoccidentalizar las ciencias de la educación”, que son “adoctrinantes”, y poner énfasis en la emancipación. Se trata de acompañar “al oprimido que busca la liberación” con una nueva pedagogía latinoamericana de “las colectividades en su accionar liberador.” O, ya de una vez, para decirlo subalternizada y descolonizadamente, en el elocuente español del joven Marx (Arriaga), se trata de que triunfe la “pedagogía crítica, como práctica democrática, que se inscribe en un proceso con epistemología, didáctica y pedagogía caracterizada por el dialogismo, la criticidad y la otredad, con potencialidad hermenéutica de transformación de liberación simbólica y epistémica hacia una praxis decolonizadora.”
Es muy emocionante.
¿Cómo les irá a los 86 jóvenes mexicanos que compiten en Singapur? Se sabrá esta semana. Ojalá que mal para que enmienden sus errores y regresen a México, con o sin medallas, a sumarse a los 25 millones de estudiantes de educación básica que, sin recetas, por órdenes de la SEP, prefieren emigrar al Sur…