La semana pasada, haciendo uso de sus Supremas atribuciones para insultar ciudadanos, juzgarlos, encontrarlos culpables y dictarles sentencia popular, El Supremo enderezó su violencia contra Gabriel Zaid tachándolo de “sabiondo”, una palabreja muy activa en la nutrida sección “vituperios” de su pequeño diccionario.
La palabra se gargajea en Palacio con frecuencia, pues contiene el irracional desprecio del Supremo contra cualquier idea, conocimiento o sabiduría que exija estudiar y pensar y que, por tanto, no emane de “la gente”, único manantial de sabiduría. Los sabiondos , ha dicho, son quienes “desprecian al pueblo” más sabio y más hondo que cualquier sabiondo que, por serlo, no es ni pueblo ni gente.
En 2019, el Supremo juzgó que sus adversarios son “sabiondos de dos caras” y anunció que habría enorme crecimiento porque ya no iban a manejar la economía los sabiondos “con sus fórmulas aprendidas en el extranjero”, sino Él, instintivamente sabio. El 12 de febrero de este año, el Supremo declaró que los sabiondos son “los analistas”, “los politólogos, los expertos, los de las cúpulas académicas”, es decir, todos aquellos que posean conocimientos no populares.
El odio a la inteligencia “sabionda” es una conducta típica de los Líderes Supremos que en el mundo han sido: de Stalin a Mao , pasando por Mussolini o el popular sabio Francisco Franco , cuyos generales aullaban “¡Abajo la inteligencia!” y luego, para demostrar qué tan abajo la habían enviado, ululaban “¡Viva la muerte!”. Y no son pocos los gobiernos latinoamericanos que cerraron universidades y centros de investigación y exiliaron “sabiondos” que a su juicio habían dado la espalda al pueblo. (Yo me temo que pasadas las elecciones, aquí entre nosotros, los ataques a la inteligencia y sus instituciones habrán de extremarse.)
En México este odio al sabiondo es ominoso: le agrega al rencor contra quienes acceden a la clase media por haber adquirido conocimiento especializado, un factor religioso popular para el que el conocimiento y la sabiduría son dislates fáusticos , actividades francamente propias del demonio.
Es intimidatorio el continuo agravio personalizado del poderoso Supremo (y sus hordas) contra los inermes sabios y sabias que escupitea de sabiondos. Y no deja de ser especialmente tonto que haya elegido como blanco de su antiintelectualismo a Zaid, un pensador de trayectoria particularmente íntegra, original y productiva.
En nuestro país, “donde la incoherencia intelectual corre pareja con la insolvencia moral”, escribió Octavio Paz en 1976, “Zaid satisface una necesidad intelectual y moral del lector mexicano, hastiado de la inflación retórica de nuestros ideólogos, truenen desde lo alto de la pirámide gubernamental o prediquen desde los púlpitos de la oposición”.
Uno pensaría que le haría bien al Supremo leer al Zaid que tanto ha escrito sobre la democracia , el disenso y el diálogo, la idea del progreso, el combate a la pobreza y hasta sobre el papel del Estado en la repartición de la riqueza . Y también sobre el peligro de que la autoridad decrete que “la vida de cierta categoría de personas carece en sí misma de valor” y que, por tanto, decida que como su causa es la única causa buena, se justifiquen métodos malos para castigarlos.
En fin. La semana que viene habría que esperar el turno de votar con un libro de Zaid en las manos (por ejemplo, El progreso improductivo). Votemos, sabiondos, contra el tontondo de una sola cara…