La semana pasada, El Supremo sacó a relucir su ya legendario sentido del humor. Explicó que le quedan seis años, “formalmente me quedan tres, pero como trabajo el doble son seis”. Y rubricó con la metralleta de jejejés (cuando carcajea con sorna prefiere jajajás).
¿Se han analizado esos horarios a la doble potencia? Desde siempre, El Supremo se jacta de una capacidad de trabajo que duplica la de los mortales comunes. “Como mis jornadas laborales son de 16 horas, gobernaré dos sexenios en uno”, dice desde hace varios sexenios.
Prolifera el dato en Google: en 2012 dijo que al llegar a la presidencia no trabajaría ocho horas diarias, “sino de 16 a 18” porque “así lo exigen las circunstancias”. “Serán 6 años intensos… No vamos a trabajar sólo 8 horas, no. 16 horas, 18 horas diarias, para sacar a México adelante”.
En 2016 dijo que el CISEN lo espiaba y “sabe que trabajo 18 horas diarias. Hasta de los sueños están pendientes” (no existe ya el CISEN, pero su heredero ya reservó el expediente de AMLO por cinco años, sueños incluidos). En 2019 le ordenó francamente a su gabinete que “hay que trabajar 16 horas diarias”, y su gabinete aplaudió, sudoroso.
En teoría, El Supremo se levanta a las 4 de la mañana y hace una hora de ejercicio porque “es bueno para la salú”. Luego lee periódicos conservadores y se enoja mucho. Luego lee el periódico revolucionario y se alegra mucho. Se entrevista con los militares una hora, planea la Mañanera, aprueba las preguntas que harán los periodistas espontáneamente, le dice a su ayudante qué fotos o videos incriminatorios va a fingir que se le van a ocurrir como de pasada, fingiendo también que ni siquiera se sabe los nombres de la gente a la que le toca tunda.
Luego de dos horas y media de Mañanera, toma café con leche chopeado con pancito.
¿Y el resto del día? Imagino la agenda: de 10 a 10:05 de la mañana analiza la situación económica. De las 10:05 a las 13 horas, mira catálogos de trenes para mandarlos comprar. Luego come: tlayudas si está solo o paella si acompañado. De las 2 a las 2:05 revisa el escenario internacional. De las 2:05 a las 16 horas quita y pone candidatos. De las 16 a las 16:03 checa cómo va la pandemia. De las 16:03 a las 18 horas diseña refinerías. De las 18 a las 18:30 platica con Bartlett. De las 18:30 a las 19 diseña efemérides gloriosas y planea las giras del fin de semana. De las 19 a las 22 horas mira su video de jonrones famosos mientras cena café con leche, chopeado.
La explicación de esas 16 horas laborales que se exige El Supremo la dio él mismo: “Había un monje, San Benito, que observaba que en los monasterios los monjes dividían las 24 horas del día en 8 horas para pensar, 8 para trabajar y 8 para descansar. Pero ya no podemos seguir con esa ley porque ¿qué vamos a andar pensando 8 horas? Mejor en 16 horas pensamos y al mismo trabajamos, y 8 para descansar”.
En suma, otro gran Benito. El fundador de la orden benedictina diseñó en efecto la vida conventual sobre el principio Ora et labora. Estricto con los horarios, solía excomulgar a los desobedientes. Sus monjes le debían “obediencia pronta y absoluta”. Había que hablar “con sencillez y modestia”. Tenía prohibida “la posesión de cualquier cosa” y “la caridad fraterna” era obligatoria. Y “considerarse inferior a todos los hombres…” Y al final de la jornada había que leer un “libro edificante”.
Luego de declararse inferior a todos, El Supremo se mete a la cama y lee AMLO. Vida privada de un hombre público.
Y a dormir...