Desde que Marx convocó a “transformar al mundo” más que a interpretarlo, no pocos científicos se atarean con la ciencia que se ponga al servicio sólo de los proyectos que los gobiernos transformantes, dotados siempre de superior sabiduría, declaren estratégicos y urgentes.
La llamada “Ley Buylla” es una emanación más de aquella consigna, claro, pero reciclada por el “Pensamiento Latinoamericano en Ciencia, Tecnología y Sociedad”, una ideología abanderada hace 70 años por el argentino Oscar Varsavsky. Operó algo en el peronismo, luego fue a dar a la Venezuela de Chávez y ahora, por epistémica orden de la camarada Álvarez-Buylla, regirá a la ciencia mexicana.
Es un “Pensamiento” curioso. Ordena una politización radical de las ciencias en contra del “individualismo elitista” que fortalece al colonialismo y combatir al “cientificismo” que inserta a los científicos en la lógica del mercado, los despoja de sentido social, los aparta de la política y los somete a los intereses “del hemisferio norte”. Ordena combatir a la ciencia que opera en “el sistema social vigente”, la ciencia “empresocéntrica” que se apodera de los científicos “seguidistas”, esos que aceptan líneas de investigación imperialistas en nombre de la neutralidad objetiva de la ciencia, que debe ser substituida por la ciencia “pueblocéntrica”, atenta a los saberes ancestrales y a la ciencia popular; una “ciencia politizada” que, en perpetua “movilización del conocimiento”, se declare “lista para la acción”.
Los enemigos de esa movilización son los malos investigadores que Varsavsky cataloga como “fósiles y totalitarios” en oposición a los “rebeldes y revolucionarios”. El dilema del científico es decidir entre ser un seguidista “frustado perpetuo” o un “científico rebelde” que usa su ciencia para transformar el sistema social, apoyado por un gobierno que defina el “contenido concreto, los temas y métodos” de un sistema científico en el que “la ideología aparezca como vía explícita”.
Luego de festejar a los “guerrilleros de la ciencia” (sic) fieles a Varsavsky, Hugo Chávez ordenó la “Misión Ciencia” que creó el “Ministerio del Poder Popular para la Ciencia y la Tecnología” cuyo objetivo fue “masificar el bienestar social” gracias al “diálogo de saberes” y a los proyectos que resolverían de manera humanista “los grandes problemas nacionales”, como “La Ruta de la Empanada” y los “Gallineros Verticales”.
La viceministra de Ciencia y Tecnología de Venezuela, Gladys Maggi, resumía el asunto en 2005: la ciencia no es patrimonio de los pocos que la usan “para el control social”; la ciencia es “liberación y cambio”, no dominio, y debe atender sólo “los problemas del país y nuestros objetivos nacionales”. Y concluía: “El estímulo y el apoyo oficial a proyectos individuales desvinculados de nuestra realidad que sólo fortalecen las capacidades de una élite dominante son historia del pasado.”
¿Le suena?
La “Misión Ciencia” operó de 2005 a 2017 con la consigna “que la ciencia tenga color, olor y sabor a calle”. Comenzó por expulsar de la discusión a los foros de investigadores y a las universidades y acabó en que Venezuela pasara de doctorar 200 científicos en 1998 a 32 en 2009, que se disparara la fuga de cerebros, que se cancelara la cooperación con la iniciativa privada y que colapsara la producción de patentes y publicaciones científicas (Cfr. “Misión Ciencia en Venezuela. Un proyecto ilusorio”, en línea). Fue muy lindo y muy pueblocéntrico.
Y bueno, pues al parecer ahora le toca a México...