Como hace cotidianamente, El Supremo Líder nos asestó de nuevo la exhibición de su amor a la patria. Nada parece darle más gusto que blasonar satisfecho su convicción de que México es el mejor país del mundo, el mexicano el ciudadano mejor del mundo y el “pueblo de México” el más avezado, preparado y avanzado del mundo. Triste cosa que la insistencia en esos datos espectaculares adquiera verdadera solidez sólo cuando se le compara con los crímenes cometidos por los mexicanos más gloriosos del mundo.
La fascinación avasallante que El Supremo Líder tiene hacia su pueblo no se debe sólo a que es el único pueblo que conoce, sino a su convicción de que, si él es el Líder, y es el mejor presidente del mundo, el pueblo debe ser también el mejor del mundo: el buen vasallo del Gran Señor. Una convicción basada en un narcisismo elemental: mi país es grandioso porque es mío.
Esta cotidiana baladronada más o menos onanista proclama que el nacionalismo —para abreviar la definición de Sir Isaiah Berlin— consiste en la alegría de pertenecer a un grupo social particular; que el carácter de los humanos que componen ese grupo refleja al grupo mismo; que ese grupo comparte idioma, territorio común, costumbres, leyes, creencias, instituciones, características raciales, etc.
Al Líder Supremo también le gusta imaginarse el dueño de la nacionalidad para aborrecer adversarios. El odio a España y a Estados Unidos le enciende un edípico rencor redituable y popular. Obliga a recordar a Jorge Cuesta, que opinaba que el mexicanismo era una forma de europeismo rencoroso, una pasión boba convertida en nacionalidad. Y lamentaba que a nuestro nacionalismo no le interesase el humano, sino el mexicano; que no le interesase la naturaleza, sino México; ni la historia, sino su anécdota local... Y concluía: “Imaginad a Pascal dedicado a interpretar al francés: al hombre veía en el francés y no a la excepción del hombre...”
Nuestro Líder Supremo, cada vez que encomia a alguien, lamenta que no sea mexicano. Tiene una sensibilidad que ata a los mexicanos a un organismo que la razón no puede definir. Es la sensibilidad que Edmund Burke identifica con la Sociedad; Rousseau con el Pueblo y Hegel con el Estado, y así sucesivamente hasta que México inventó al “Partido Nacionalista-Revolucionario” (que antes se llamaba el PRI, y ahora se llama MoReNa.)
El nacionalismo funciona sobre una base simplista y bastante maniquea, en el sentido de que como hay víctimas y hay villanos, México siempre se ha sentido mucho más cómodo en el papel de víctima que en el estudio de la villanía.
El político nacionalista agrega a todo esto el riesgo de la tontería, como ya ocurrió en 2021, cuando El Supremo Líder decidió que Estados Unidos y Canadá afrontaban su nacionalismo cuando denunciaron con el T-MEC que México daba trato preferencial a PEMEX y a la CFE, a pesar de que El Líder había firmado el documento. Fue grave, pues las exportaciones de México al Norte, por 320 mil millones de dólares anuales, se tambalearon...
¿Cómo reaccionó el nacionalista? Ordenó poner en su mañanera una canción del patriota Chico Che para cantar con él: “Uy, mira cómo estoy temblando”. Y poco después amenazó con declarar “Traidores a la Patria” a quienes osasen criticar a PEMEX y a la CFE...