Siempre que se refiere a su salud y/o a sus expectativas de vida (que, sobra decirlo, ojalá se prolongue muchos años más), El Supremo se pone en las manos de “El Creador, la naturaleza y la ciencia”, en ese orden. Para un cristiano como él, El Creador es un especie de fiscal y verdugo contundente que le asesta a sus hijitos enfermedades proporcionales a los pecados cometidos. (¿Acosaste con lujuria a una dama? ¡ Panamá , desgraciado! Next?)

La cosa es que en la imaginación de El Supremo el comité encargado de su salud está presidido por ese Creador que tiene el voto de calidad y al que la naturaleza y la ciencia se someten sin chistar. Otorgarle ese honor es para no cometer el error de aquel rey bíblico que ameritó público desdén “porque en su enfermedad no buscó al Señor sino a los médicos” (Crónicas 2, 16:12).

Habrá que conjeturar que, ante este nuevo quebranto de salud, El Supremo habrá pues tramitado petición de salud en la ventanilla única del Creador ; luego le habrá pedido a la naturaleza (a pesar de que es impávida y le importamos un bledo, como sostiene su maestro Pellicer) que le echara una manita y, finalmente, ordenó convocar a los médicos de su palacio.

Esto a pesar de que en su visión de las cosas, tales médicos tienen la enorme desventaja de ser “expertos”, categoría que El Supremo desdeña instintivamente porque a su parecer todo experto es o corrupto o corruptible: “No les hago caso”, como suele decir con ufanía.

Y sin embargo se deshizo en encomios para esos expertos cardiólogos: uno es, dijo, un “cardiólogo intervencionista de alto nivel, experto en coronariografía, angioplastia, colocación de stent y marcapasos, coartación aórtica y cateterismo”. De ahí que se le perdonase ser maestro en una universidad privada (la Anáhuac ) que cobra colegiaturas, tiene exámenes de admisión y educa fifís derechizados; alguien que ejerce la medicina privada en hospitales lujosos; un investigador que publica sus estudios en revistas especializadas en el idioma del invasor, etc. ¿Llamará ahora a los expertos en economía?

“Ahora todo es moderno”, resumió El Supremo al narrarle a la Patria cordial las minucias de su trance hospitalario. Viniendo de alguien que venera el idílico pasado tradicional mexicano, esta intrusión de la modernidad tiene lo suyo: “me hidrataron, me intervinieron con el cateterismo, una sonda que recorre las arterias y decidieron no poner stent”. Qué bueno que hubo catéter y stent, quizás fabricados por empresas neoliberales.

Y qué bueno que hubo cerebros que se educaron en el manejos de esas ciencias y técnicas en el Instituto Nacional de Cardiología que fundó el doctor Ignacio Chávez , que luego, como rector la UNAM , padeció con ella el asedio de Díaz Ordaz, que lo despreciaba por “sabio” y le asestó un dizque movimiento estudiantil que acabó por tumbarlo, adverso al elitismo de la mafiosa Junta de Gobierno.

En fin, qué bueno que El Supremo eligió a la ciencia experta en vez de llamar a la Primera Científica Patria, Elena Álvarez-Buylla , quien habría recomendado saberes de medicina tradicional robusta y terapias alternativas de nuestras comunidades. Qué bueno, en suma, que haya preferido el cardiólogo al chamán y el catéter al emplasto de valeriana…

Y ahora, dijo El Supremo, “ya estoy de nuevo en Palacio, muy tranquilo y muy contento”. Qué bueno. Ojalá y ya no peque para que el Creador no lo castigue más. Ojalá que aprenda de Luis Echeverría , que cumplió 100 años porque (obviamente) no pecó nunca.

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