A raíz del desalojo de un par de estatuas espeluznantes de Fidel Castro y de su angelito justiciero, el internacionalmente aclamado “Ché” Guevara, se entonó de nuevo el coro transformativo que exige trasladarlas de una vez al rojinegro empíreo de “La Historia”.
El drama de las estatuetas suscitó la ira de lo que pasa por ser “la izquierda”. La jefa de la CDMX declaró que la parejita representa la “hermandad” entre México y Cuba y aún la “lucha por la libertad”, edicto al que se sumaron senadores y propagandistas del régimen que convocaron a reivindicar estatuas de matones audaces. Es gracioso, porque más allá de la estulticia necesaria para santificar matones, se supone que la 4T venera las libertades, la tolerancia y el pluralismo, etc.
También fue gracioso que el asunto coincidiera casi con un aniversario luctuoso de Carlos Monsiváis, a quien se evocó en presentaciones de libros, seminarios cejijuntos, mesas redondas, programas de tele y unas “Jornadas Monsivadianas” presididas por “importantes personalidades” que exhibían qué tan íntimos fueron del cronista.
Esa versatilidad invita a imaginar cuál había sido la respuesta monsivadiana a la saga de las estatuas trashumantes; qué habría dicho de sus discípulos fervientes que ahora son poderosos funcionarios, esa ristra de autoproclamados “escritores” a cargo de la comunicación del bienestar que se manifiestan escandalizados por exiliar estatuas pero no por el exilio del pueblo cubano.
Como cualquier persona con sesera, Monsiváis se horrorizó en 1971 ante “el caso Padilla”, aunque a diferencia de José Emilio Pacheco, Octavio Paz, Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez no firmó la famosa carta de protesta, si bien en cartas privadas denunciara que “El régimen cubano no tolera el menor asomo de crítica”.
Fue hasta 1989 que denunció a Fidel por cancelar libertades y violar derechos humanos, en especial los de los homosexuales, epítomes de lo “diferente” desde la óptica moralista del tirano clásico. El viril Fidel y el Ché testosterón decían: “jamás pensaríamos que un homosexual puede encarnar las condiciones y requerimientos de conducta necesarios” para cambiar las cosas, pues “una desviación de esa naturaleza choca con el concepto que tenemos de lo que debe ser un militante”. Por eso San Fidel y su Grande Ché optaron por enviarlos mejor a campos de concentración y “clínicas” restauradoras de hombría. Según Monsiváis, Fidel declaró a la homosexualidad “delito ideológico” que ameritaba encarcelamiento en una de las muchas UMAPs (Unidad Militar de Ayuda a la Producción) que diseñó el Gran Ché para las “lacras sociales”. En 1991 Monsiváis los denunció de nuevo como “dirigentes de la revolución que utilizan el punto de vista heredado, e igualan a los homosexuales con la debilidad, la ineptitud, la proclividad a la traición” (es decir por estereotipificar gays con lo que hoy se llama Violencia Política de Género).
En fin, que no deja de ser paradójico que en 2025, gobernantes, representantes populares e ideólogos de la 4T, ebrios de poder político real y se ostentan como discípulos de Monsiváis, sigan apoyando a la dictadura que diseñó gulags para gays y hundió a todo un país en una radical anti-utopía.
Es una prolongación del sentido homenaje que el pequeño Supremo AMLO le rindió a Cuba cuando dispuso condecorar con el “Águila Azteca” al señor Díaz-Canel, dictador en turno de Cuba, a quien El Supremo llamó líder de “un gobierno profundamente humano”. Un concurso entre el Gran Ché y el Chico Ché.
Lástima que ya no estuviera Monsiváis. Habría registrado el hecho en su siempre gustada sección ¡Por mi madre, supremos!